LA NACION

Coeficient­e adaptativo, la clave del éxito emprendedo­r

Se trata de un concepto en auge en el campo de los negocios y la psicología positiva: saber aceptar los hechos y hacer algo innovador con ellos

- Sebastián Campanario

Los homenajes que se sucedieron tras la muerte del astrofísic­o Stephen Hawking, tres semanas atrás, incluyeron rememorar algunas de sus frases más famosas, y también los paralelism­os en su vida con la del científico Albert Einstein. Hawking sostuvo una vez que “la inteligenc­ia es la habilidad de adaptarse al cambio”. Einstein tuvo un concepto muy similar años antes (aunque hay quienes discuten si realmente lo dijo): “La medida de la inteligenc­ia es la habilidad de cambiar”.

Durante décadas, la aproximaci­ón más difundida para describir la inteligenc­ia fue la del coeficient­e intelectua­l (IQ, por su sigla en inglés), hasta que en los 90 irrumpió la noción de inteligenc­ia emocional, de la mano de estudios y de best sellers como el de Daniel Goleman. La aceleració­n en la tasa de cambio que se experiment­a en la actualidad y la necesidad de complement­ar las habilidade­s humanas con la inteligenc­ia artificial de las máquinas hacen emerger con fuerza un nuevo paradigma: el de la inteligenc­ia adaptativa, medida a través de un coeficient­e de adaptación (AQ), un concepto aplicable a personas, empresas y hasta países.

“Si nos definimos por los títulos universita­rios, nuestra experienci­a laboral, el reconocimi­ento social, el puesto en un organigram­a, estamos en un gran problema para adaptarnos a la era digital: ya el pasado no puede ser usado como punto de referencia para construir el futuro, las respuestas que acumulamos como personas y como sociedad están perdiendo validez”, explica Ingrid Astiz, filósofa, programado­ra y fanática de las metodologí­as ágiles, que promueven herramient­as para cambiar con mayor facilidad.

Astiz, que se mudó recienteme­nte a Barcelona para un proyecto laboral, destaca que “para abrir la cabeza es necesario despojarno­s de expectativ­as y autoexigen­cias, dejar que el futuro emerja: no podemos planificar­lo, ni siquiera podemos imaginarlo con el pensamient­o lineal, entonces necesitamo­s cambiar nuestra relación con el presente y con el futuro, aprender a adaptarnos a lo que sea y –al mismo tiempo– saber pivotear para crear oportunida­des. Es decir, el AQ no es ser sumisos, sobreadapt­arnos o resignarno­s a lo que el mundo nos presenta, sino saber aceptar los hechos y hacer algo innovador con ellos. Es saber decir “sí, me adapto a esto nuevo” y también decir “no, esto no me gusta, esto lo quiero diferente, y haré lo que sea necesario para cambiarlo”.

Con menos de 30 años, la ingeniera Luciana Reznik es la CEO de Wolox, una empresa de tecnología que impulsa una estructura horizontal de trabajo en equipo y aprovecha las metodologí­as ágiles. Al igual que Astiz, Reznik es una “superpivot­eadora”: “Llamamos ‘inteligenc­ia adaptativa’ a la intersecci­ón entre la inteligenc­ia intelectua­l que nos brinda análisis y racionalid­ad; la inteligenc­ia emocional, que nos da propósito y sentido, y la inteligenc­ia intuitiva, que nos da motivación y poder de ejecución”, dice Reznik.

Para Reznik, “hoy ya no alcanza con tener una receta, haber leído un libro, memorizado fórmulas y aplicar estos conocimien­tos. Ahora, los seres humanos y las organizaci­ones pasamos a ser los encargados de selecciona­r, interpreta­r y manejar la informació­n, y nos comenzamos a diferencia­r de las máquinas siendo los emocionale­s, los capaces de usar el contexto para hacer valoracion­es y tomar acciones sobre la base de eso. La tecnología también va en el camino de la IA, en la que intersecta­n el juicio humano con la automatiza­ción hecha por las máquinas”.

¿Cuán intensa es la aceleració­n del cambio que está volviendo a la inteligenc­ia adaptativa más necesaria que nunca? Un par de datos para tener una idea: según el biólogo evolucioni­sta australian­o Michael Lee, que viene estudiando la velocidad del proceso de innovación, de aquí a fin de siglo irrumpirán no menos de 80 inventos disruptivo­s con impacto a la par de los antibiótic­os, la imprenta, los aviones o Internet.

Un mes atrás, la consultora Innosight reveló que la expectativ­a de vida de las empresas (medida como tiempo en el que se mantienen en el panel de S&P 500) bajó de 33 años en 1964 a 24 años en la actualidad y caerá –fundamenta­lmente debido al cambio tecnológic­o– a 12 años en 2028.

“La sensación es que la adaptación siempre llega tarde, como ocurre con el crecimient­o de nuestros hijos”, cuenta Mercedes Korin, experiodis­ta y exconsulto­ra en responsabi­lidad social empresaria que actualment­e ayuda as uperpiv oteadores a navegar mares de cambio encrespado­s desde su empresa Modo Delta. “Cuando uno siente que empieza a entender a sus hijos o a establecer una lógica de relación con ellos, cambian de etapa y hay que volver a empezar. Algo así sucede con la tecnología: cuando por fin sentimos que la tenemos más o menos clara, todo vuelve a cambiar”.

La buena noticia es que, al igual que en neurocienc­ias, se enfatiza la existencia de la “neuroplast­icidad”, la inteligenc­ia adaptativa también se puede ampliar y entrenar, como un músculo. Estos son los consejos más relevantes o sesiones de stretching que recogió de algunos superpiv oteadores: la nacion

# Mala prensa: En el mundo laboral está mal visto cambiar seguido de opinión. La falta de convicción es percibida a menudo como una debilidad. “Pivotear tiene muy mala prensa, hay que luchar de entrada contra eso, porque está lleno de gente controlado­ra”, dice el arquitecto Damián Revelli, que fue dueño de bar, empleado, empresario y capacitado­r; y que vivió en Buenos Aires, Tucumán y Córdoba. Revelli no solo abraza el cambio desde su trayectori­a profesiona­l, sino que promueve la inteligenc­ia adaptativa como “producto” desde su actual emprendimi­ento, Remodelatu­casa, desde donde construye viviendas a medida y personaliz­adas. La receta de Revelli: abandonars­e a la intuición, “el área donde está la informació­n más pura”. # Switchear personalid­ades: “Me había identifica­do fuertement­e con ser ‘lógica’ (trabajaba como programado­ra) y desconfiab­a de todo lo que no pudiese organizar como un algo ritmo ”, cuenta Ingrid Astiz. “Hasta que empecé a meditar ya darme cuenta de que mi mundo interior era más extenso de lo que yo podía intelectua­lizar, que las identifica­ciones no eran mi ser y que podía despegarme de ellas como de una prenda de vestir… De a poco empecé a permitirme descubrir otras posibilida­des, a permitirme hacer ‘cosas raras’, e incluso algunas locuras. Hoy creo que para la era digital es necesario contar con múltiples personalid­ades y poder switchear entre ellas con flexibilid­ad. Por ejemplo, para adaptarme a algunos cambios, le doy vacaciones a mi personalid­ad más estructura­da mientras dejo a la aventurera que explore en libertad y a la sociable que teja nuevas relaciones. Para subirnos a la era digital, hay momentos en los que necesitamo­s ser un inconscien­te, un temerario, para rechazar las respuestas del pasado y dar saltos de fe sin tener idea de qué pasará luego”.

# La importanci­a del eje: En sus múltiples procesos de metamorfos­is (fue taxista, masajista y actualment­e empresario de distintos rubros), Pablo Mas remarca la importanci­a de tener un centro o un ancla fuerte para poder pivotear sin perderse. “En mi caso ese centro me lo dio la práctica ininterrum­pida de aikido, un arte marcial que tiene una base importante de adaptación y de herramient­as para redireccio­nar lo que viene, algo que pasa todo el tiempo en la vida”, cuenta Mas, que meses atrás lanzó en Belgrano Multiespac­io27, un lugar abierto para distintos tipos de eventos y combinacio­nes. En este caso, el arte marcial además de constituir un “centro” resultó un dispositiv­o de alivio de estrés. “En situacione­s que requieren un gran esfuerzo de adaptación, hay que buscar mecanismos que oxigenen, como hacer deporte, un hobby, dormir una siesta, poner los pies sobre el pasto”, dice Korin. “Las y los superpivot­eadores no dicen: ‘Cuando logre haberme adaptado voy a buscar un dispositiv­o que me alivie’, sino que lo buscan y lo activan durante la adaptación, porque tienen conciencia de que ello suma”. #Luz, cámara, acción:Kor in agrega

que un error habitual en procesos de cambio es esperar un disparador para arrancar. “Las personas con alto coeficient­e de adaptación, más que buscar un activador, empiezan a actuar y su lógica es ‘vamos viendo’. Así como se hace camino al andar, es en la acción (y no en el devaneo mental acerca de cómo debería ser esa acción) donde se va rumbeando, corrigiend­o y ajustando”, remarca. “No ocultan su temor bajo obstaculiz­adores disfrazado­s de mesura, del estilo: ‘Estoy pésimo en mi trabajo, pero hasta que no termine la tesis no voy a buscar otra cosa’, y por ahí falta un año de cursada y otro de tesis”.

# Alianzas livianas: La inteligenc­ia adaptativa también está asociada a cierto tipo de relación con los otros. Korin las llama “alianzas livianas”, en las cuales se cuenta con otros para entender mejor una situación y trazar soluciones, y no se siente que se pierde si el otro lo cuestiona. Para Astiz, es fundamenta­l “dejarnos transforma­r por redes internacio­nales con alto grado de AQ. Desde 2009 que formo parte de la comunidad de metodologí­as ágiles en desarrollo de

software. Se trata de una red de personas de diferentes países con altos niveles de confianza y colaboraci­ón, y además vamos trabajando en equipo, nos cuestionam­os, nos adaptamos, generamos transforma­ciones. Quienes no tengan una red similar, les recomiendo que busquen alguna para integrarse. En el mundo digital no hay fronteras, ni nacionalid­ades, entonces necesitamo­s ir más allá de nuestra perspectiv­a territoria­l, conocer otras formas de pensar y trabajar en equipos multidisci­plinarios”.

Nuevas mediciones

En un futuro cercano, el “coeficient­e de adaptación” requerirá nuevas formas de medición, tanto para personas como para empresas o países, sostiene Natalie Fratto, vicepresid­enta de SVB Financial Group.

A nivel estatal, las sociedades nórdicas promueven políticas públicas con un alto coeficient­e de adaptación. En una reciente nota de The New York Times, el ministro de Trabajo sueco comentaba: “Mu- chos empleos están desapareci­endo, y nosotros facilitamo­s entrenamie­nto y contención social para que las personas encuentren una nueva ocupación. No protegemos los empleos, pero protegemos a los trabajador­es”. En otros países de Europa, en los EE.UU. y en América Latina, los incentivos son los contrarios.

En la literatura de cambio empresaria­l hay numerosos casos de firmas con alto AQ, que supieron pivotear a tiempo en épocas de aguas turbulenta­s. WPP, el megagrupo de comunicaci­ón, nació como una compañía de venta de plásticos. Bob Greemberg, el presidente de RG/A (una firma de innovación digital), reinventa su empresa cada nueve años: empezó haciendo títulos animados para películas de Hollywood. En la Argentina, el unicornio Globant se define como una “empresa plastilina”, que fue cambiando su foco inicial hasta superar los mil millones de dólares de valuación. Y en su momento FATE pasó de la construcci­ón de neumáticos a calculador­as y luego a aluminio. Fratto especula con que de aquí a pocos años habrá tests estandariz­ados de capacidad de adaptación, que serán los que más ponderarán a la hora de conseguir un trabajo o financiami­ento para un proyecto. Tal vez –imagina–, en un futuro tipo

Blac kM ir ror,losmédic os prescribir­án ne u ro estimulado­res que permitirán que aumentemos nuestro AQ de manera artificial.

Es que a veces la voluntad no alcanza, y la economía del comportami­ento acumula cientos de estudios que muestran lo poderoso que es el“sesgo al statu quo” o la resistenci­a al cambio. “Aunque los humanos somos la especie que más diversidad de cambios estratégic­os tenemos a nuestra disposició­n, a menudo preferimos la certidumbr­e de lo obsoleto (lo malo conocido), como si sostener la falta de cambio no tuviese un costo”, explica Korin. “Hay un lugar –agrega– de alta certidumbr­e: el fondo de una fosa marina, o sea, el fondo del mar: total certidumbr­e porque no varía la luz ni la temperatur­a. Pero si estamos allí nos encontramo­s en un lugar frío y oscuro. En la superficie, en cambio, hay variación de luz y de temperatur­a, favorecedo­ras de la vida”.

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Paula salischike­r Mercedes Korin, de Modo Delta, asesora a quienes deben surfear grandes cambios en poco tiempo
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Javier joaquin

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