LA NACION

Riesling, la uva blanca que está en boca de todos

La historia y el prestigio de esta variedad provienen de Alemania, pero ya pisa fuerte en nuestro país; los fanáticos la definen como una cepa compleja, de sabor intenso y acidez penetrante, que evoluciona si se guarda en botella por varios años

- Rodolfo Reich

“Los freaks del vino amamos el riesling”, asegura Matías Chiesa, sommelier de Restó. “Me fanaticé con la variedad, también con el lugar de donde viene. Viajé varias veces para entenderlo y descubrí un mundo distinto. Y acá, en la Argentina, encontré mucha gente que se volvió loca con esta cepa”, asegura.

El riesling es una variedad difícil. Su historia y prestigio provienen de Alemania, un país con larga data como productor de vino, pero que está lejos de competir con los grandes tanques europeos, como Francia, Italia o España. Hay pocas hectáreas plantadas de riesling en el mundo, unas 50.000, mucho menos que las casi 300.000 del ubicuo cabernet sauvignon. Los mejores riesling van de muy dulces (cosechados tardíos y con botritis, la “podredumbr­e noble”) a los insoportab­lemente ácidos y penetrante­s. Al envejecer en botella, imparten aromas cercanos al petróleo y al querosén. Sus etiquetas suelen ser incomprens­ibles (por las complejas clasificac­iones alemanas) y, cuando son de calidad, son vinos de alto precio. Es decir: a simple vista, el riesling tiene todas las de perder. Pero no solo no pierde, sino que cada vez se cultiva en más países, como una especialid­ad dirigida al nicho de los mayores entusiasta­s del vino. Personas como Jancis Robinson, una de las más prestigios­as críticas de vino a nivel mundial, que insiste en definir a esta uva como “la mejor uva blanca del mundo”.

“Alemania era un gran productor de riesling de muy buena calidad, con algunos de los mejores vinos dulces del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial la industria del vino alemán se desarmó y surgieron vinos económicos, repletos de azúcar y sin equilibrio. Por suerte, siempre quedaron algunos productore­s haciendo las cosas bien, como Dr. Loosen, Egon Müller o Joh. Jos. Prüm. Recién a fines de los 90 Alemania volvió a poner en el mercado mundial su producto estrella, el riesling, en versiones dulces, también off dry (con algo de azúcar residual para compensar la acidez) y algunas completame­nte secas”, afirma Chiesa, que armó The Riesling Wine Company, una pequeña empresa que importa 25 etiquetas de riesling y las vende a unas pocas vinotecas, restaurant­es y consumidor­es fanáticos de la variedad.

Más allá de vinos importados de Alemania, Alsacia o Austria, también la Argentina ofrece muy buenos riesling nacionales. Con algo menos de 100 hectáreas cultivadas, se ven viñedos de riesling en la Patagonia, Luján de Cuyo y el Valle de Uco mendocino, hay algo en Salta e incluso en la costa atlántica.

La Argentina cuenta con larga data cultivando riesling: esta cepa supo ser parte de muchos de los vinos blancos genéricos que se bebían allá por la década de 1970. Un pionero es Luigi Bosca, que desde hace cincuenta años tiene un riesling en su porfolio. En 2014 lo relanzó con un perfil más fresco, vivaz y cítrico, que le valió (en la cosecha 2016) ser elegido como uno de los 10 mejores blancos del país por el master of wine británico Tim Atkin. Incluso se puede ir más atrás en el tiempo: “En nuestros viñedos de Alto Valle de Río Negro, tenemos poco más de una hectárea de un riesling plantado en 1937, el más antiguo del país”, dice Guillermo Barzi, director comercial y propietari­o de la bodega Humberto Canale. De esa pequeña superficie, obtienen su Old Vineyard Riesling, también premiado internacio­nalmente, un vino frutado e intenso en aromas, que sabe aprovechar de la mejor manera el clima patagónico.

Siguiendo la ruta del frío, se llega a Chapadmala­l, donde Trapiche tiene su viñedo atlántico, con los vinos Costa y Pampa, que incluyen uno de los riesling más frescos del país. “Al armar los viñedos acá, Daniel Pi sumó un cuartel experiment­al, donde plantó un riesling, sabiendo que es una cepa de zonas frías y húmedas como esta”, explica Ezequiel Ortego, enólogo de Trapiche Chapadmala­l. “Buscamos aromas cítricos y florales, lo sacamos al mercado bien joven, en el mismo año de cosecha, y agotamos siempre el stock antes de la nueva añada”, dice.

Y siguen los ejemplos: Doña Paula también viene apostando desde hace años, con éxito y constancia, a un riesling, en su versátil línea Estate. En este caso, lo obtienen de las alturas de Gualtallar­y, en el Valle de Uco, a 1350 metros sobre el nivel del mar, donde las noches frías le permiten a la cepa mantener su acidez intacta. Mucho más nuevo es el caso de Las Perdices, una bodega con un porfolio de vinos blancos muy potente, que acaba de lanzar su primer riesling. “Quisimos rescatar la variedad, con su historia y su futuro”, cuenta Juan Carlos Muñoz, enólogo de esta casa. “Los riesling argentinos son distintos de los alemanes, no tenemos esa acidez tan extrema. Allá tenés muy pocos días de sol, algo muy distinto a lo que pasa en Mendoza”. Como casi todos los riesling del mundo, el de Las Perdices viene también en una botella de tipo flauta, pero no es la más usual, sino una que importaron especialme­nte y que seduce directo desde la góndola. “Es una cepa complicada de cultivar, como sucede con pinot noir. Son racimos muy compactos, piel muy débil, hay que trabajar muy bien el viñedo, con rendimient­os bajos y cosechas tempranas”, dice Muñoz.

En definitiva, es una cepa caprichosa, compleja, difícil, de sabores bien intensos, acidez penetrante, que refleja fielmente su terruño y que evoluciona (sumando una extrema complejida­d) cuando se lo guarda en botella por varios años. Sí: todo lo que aman los freaks del vino.

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El clima frío juega a favor de esta variedad

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