LA NACION

“Nunca me he quedado en mi zona de confort”

Gustavo Santaolall­a.

- Texto Sebastián A. Ríos | Foto Florencia Daniel

“Ando rodando/ por mi camino buscando”, canta, guitarra en mano, Gustavo Santaolall­a (66) delante de un improvisad­o auditorio de periodista­s que han venido a conocer su nuevo... vino. Ganador de dos Oscar por la música de las películas Brokeback Mountain y

Babel, fundador de la mítica banda Arco Iris, de Soluna y, más cerca en el tiempo, de Bajofondo; productor de bandas como Café Tacuba, Molotov o Divididos, que incluso le ha puesto música al videojuego The Last of Us, este multifacét­ico artista argentino radicado desde 1978 en Los Ángeles, creó en Mendoza la bodega Cielo y Tierra, donde despunta su amor por esta bebida en la que halla puntos de contacto con la música, aunque aclara que no busca hacer “un vino celebrity”. De música, de vino y del camino que las conecta en su vida, de eso habla acá Santaolall­a. –¿Cómo te acercaste al vino? –Mi primer contacto fue en el viaje de fin de curso de secundaria: fuimos a Mendoza y me pegó muchísimo ese lugar. Era una cosa muy distinta a todo lo que había conocido. Aunque ya había tenido oportunida­d de viajar a Estados Unidos y Perú, Mendoza es Mendoza. Con mi mujer, con quien estoy desde hace más de 30 años, siempre soñábamos con el tema del vino. Somos foodies, nos gusta mucho la gastronomí­a, y siempre tuvimos el sueño de tener un viñedo y meternos en el vino. En 2005 compramos dos fincas aledañas en Mendoza, que estaban muy descuidada­s. Limpiamos todo y empezamos el proyecto. Siempre con la idea de hacer una cosa que tuviera identidad, que es lo que he buscado en todo lo que hago. Mostrar quién soy, de dónde vengo, y el malbec me parecía que era la manera en la que teníamos que empezar. Salimos con los vinos cinco años después y tuvimos una respuesta inmediata de la gente. Nos metimos realmente sin saber mucho, pero de ahí a hoy han pasado muchas cosas, entre las cuales figura que mi hija, que empezó yendo a la finca cuando tenía 10 años, hoy tiene 23 y es enóloga. –¿Encontrast­e en el mundo del vino cosas afines a la música? sentir bien, que nos pueden hacer pensar, reflexiona­r, conectar. El vino es algo totalmente intangible, como la música, e incontrola­ble como el arte. Porque no es una cosa con una fórmula como la Coca-Cola, que todos los años te va a salir igual; es como una canción que no te va a salir igual siempre. Y eso es maravillos­o, es lo que me gusta. En mi carrera he hecho lo mismo: nunca me he quedado en mi zona de confort. Siempre he tratado de empujar: de artista pasé a ser productor, y como productor nunca me quedé con un tipo de producción, produje desde Molotov hasta el cuarteto Kronos, siempre poniéndome desafíos y metiéndome en zonas de peligro. Lo del vino tiene eso, porque te puede llover, te puede caer granizo, me gusta ese juego. Y en el medio de todo eso salir victorioso con algo que tenga un nivel de excelencia, y que aparte nos ayude a conectarno­s entre nosotros, eso me gusta. –¿Cómo es tu proceso creativo? –Creo que vivo como en un estado de creativida­d. Por supuesto que no todo el tiempo. Pero trato de estar en ese estado donde las ideas fluyen. Es como un estado más que un proceso. Y lo canalizo con lo que salga, que puede ser una canción, un libro, música para un videojuego... Todo tipo de cosas, muchas que no he hecho todavía, que tienen que ver con la arquitectu­ra o con el teatro, pero que están ahí, porque tengo mis cuadernos llenos de ideas. –¿Y tenés tiempo para encarar tantas cosas distintas? –Sí, yo no sé cómo hago. Es medio como un caos que se organiza. Hago muchas cosas y me gusta así, porque siempre todo lo que hago tiene algo de frescura. Antes, hace muchos años cuando era más chico, me obsesionab­a mucho con las cosas y me quedaba pegado a una cosa. Entonces, por ejemplo, toda mi vida era Arco Iris. Un proyecto me absorbía toda mi vida. Eso lo cambié. Hoy en día tengo 15 proyectos, pero nunca hago uno de cabo a rabo. Empiezo, dejo, paso a otra cosa, dejo, paso a otra cosa, y después vuelvo fresco y lleno de otras ideas. Todo se va permeando, una cosa de la otra, y a mí me ha funcionado muy bien. Pero es algo que después se concreta, porque si vos dejás una cosa por otra, pero después no está, está todo mal. –Tuviste reconocimi­entos en numerosos proyectos, ¿sentís la presión de que todo lo que hagas tiene que salir bien? –Esa presión la sentí siempre desde chico. Cuando me pongo a hacer una cosa, implícito en hacerla existe la presión de que tiene que salir bien. Pero no porque otras que hice salieron bien. No soy una persona de mirar para atrás, si no no podría haber hecho todo lo que hice. Ahora salgo de un proyecto que se llamó Desandando el Camino, con el álbum Raconto, donde repaso mi vida a través de mis canciones, y no tiene el menor tufillo a nostalgia. No es una canción que canté 241.000 veces... Incluso tiene canciones que nunca toqué en vivo, donde se revalida la contempora­neidad de esa música. No soy de mirar para atrás, miro para adelante, y así como no miro para atrás, los éxitos logrados no es algo que me preocupa. Lo que me preocupa es que lo que hago tiene que salir bien. –Siempre hablás del camino, como si tu vida fuese una road

movie. ¿En qué parte de ese camino estás? –Estoy en el camino. Soy de la idea de que ninguna parte de mi vida fue evoluciona­r hacia algo nuevo. No es “yo ya superé esa etapa” o “eso era cuando era chico”. Soy de la idea de que hay que ir sumando. De que al chico tenés que sumarle el jovencito, y al jovencito el hombre, y luego al hombre y al hombre maduro. Pero todos siguen viviendo en vos. Yo sigo siendo ese chico. De hecho mucha gente me conoce y al poco tiempo me dice “Gustavito”, porque se ve que hay algo en mí que tiene una inocencia. Pero laburé mucho en mi vida para no perder eso, y me comí un par de garrones fuertes también. Sobre todo cuando me fui a Estados Unidos y me di cuenta de que si no vigilaba eso, al chiquito lo iban a despedazar. No siento que estoy regresando, sino que estoy continuand­o. –¿Volverías a vivir en la Argentina? –Es que no es volver, yo estoy siempre en la Argentina. Vengo dos o tres veces al año y la gente me dice: “No extrañás a la Argentina”. ¿Cómo la voy a extrañar si estuve hace dos meses? No hay ningún lugar en el mundo donde podría estar permanente­mente. A lo mejor llega un momento en que digo: “Ahora sí, quiero quedarme acá”, pero me faltan muchos lugares del mundo por conocer. O quizás en algún momento el mismo cuerpo te indica que tenés que quedarte en un lugar. Pero todavía no.

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