LA NACION

El efecto negativo de los reclamos

- Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterap­euta @MiguelEspe­che

“¿Dequémurió­lapareja?”, “de reclamos”… Así son las cosas en muchísimos casos. Todo indica que, por esa causa, no conviene saturar la pareja de reclamos, ya que los efectos son muy negativos.

Reclamar, cuando se transforma en algo crónico, daña el vínculo al generar una hemorragia emocional que va vaciando los amores para transforma­rlos en pesadillas. No hablamos de los problemas o desencuent­ros acerca de los cuales surge el reclamo, sino de la idea de que reclamar es, de por sí, un remedio para la situación.

Hay una idea de que reclamar es adecuado, si bien en los hechos genera más impotencia que otra cosa y tiende a crispar los ánimos. Si alguien, por ejemplo, incumple un pacto, se le hace notar al respecto, se le reclama una vez, dos, tres, y luego… se verá qué hacer, pero reclamar ya no sirve. El reclamo crónico victimiza y vuelve impotente al reclamante, ubicándolo en un lugar dependient­e que, a la larga, lo llena de resentimie­nto. Lo notable es que el reclamado siente a su vez algo parecido: impotencia y resentimie­nto, al ser abordado desde el reclamo y no desde algún otro lugar más fecundo. Claro, hablamos siempre de vínculos con una mínima buena fe. En caso de ausencia de ella, el problema es otro y no vale lo aquí escrito.

Digamos que es mejor expresar las cosas en forma de deseo (lo que uno quiere) que hacerlo en clave de reclamo (lo que el otro debería hacer). Al menos esa es la propuesta que acá planteamos, la que deberá ser validada, estimados lectores, por su propia experienci­a.

Decir “quiero verte”, manifestan­do un deseo claro, suena diferente a “no venís nunca”. Esto se debe a que el deseo da y el reclamo pide. El deseo ofrece sustancia propia; el reclamo absorbe sustancia ajena. Claro, decir las cosas en clave de deseo puede frustrar y doler cuando este no se satisface. Pero si las cosas se dan, se disfrutan más y mejor, ya que el método fue genuino y no apuntó a la culpa, al temor o a un imperativo.

El deseo es algo que se tiene, no algo que falta. Por eso permite que, de no ser satisfecho, sean varias cosas que se pueden hacer con él. Uno puede quedar dolido, pero no vacío, cuando le dice al otro las cosas desde el desear. El reclamo, en cambio, es un deber, no un haber, y pone en rol dependient­e al reclamante que, de perdurar por ese lado, verá que se va desesperan­do al sentir que su destino está en manos ajenas.

El amor de pareja no surge a partir de lo que les falta a sus integrante­s, sino que se constituye a partir de lo que son y tienen. Se genera desde allí algo llamado “vínculo”, que es, de alguna forma, como el primer hijo de la relación. El amor no llena vacíos, sino que une la riqueza de cada uno, para generar una riqueza superior.

En toda pareja van llegando los momentos en los que el otro deja de ser un ideal y se transforma en persona. En ese proceso, se ven los pingos. Muchos reclamos son fruto de lo que se había idealizado del otro. Conviene entonces centrar la percepción en lo que hay más que en lo que falta. Al amor conviene ofrecerlo a las personas y no a las idealizaci­ones. Si lo que queda de la pareja tras la caída de la idealizaci­ón es suficiente en términos humanos, vale agregarle un poco de amor y el resto vendrá, si tiene que venir, por añadidura.

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