LA NACION

Recados, espuelas y mates de Juan Manuel de Rosas

- Emiliano Tagle

Juan Manuel de Rosas, por su entrañable recado, desde el exilio le escribe a Eugenia Castro, hija del coronel Juan Gregorio Castro: “Nada me has dicho, hasta hoy, de mi apero, con todo lo que le correspond­e, que sacaste de mi casa, poco después del 3 de febrero de 1852. Ese apero me hace falta ya, en esta, mucha falta. Entrégalo, al señor don Juan N. Terrero, para que me lo mande. El recado y la cincha que me ha remitido, y que tanto agradezco, no son aparentes, porque el recado es muy corto y me lastima. El mío referido y que vos tienes, es una cuarta más largo que los comunes, de una cabezada a la otra. Es ese un recado muy bueno, difícil de encontrars­e, ni de que se haga otro igual...”

En el boletín de la Academia Argentina de Letras en 1934, Antonio Dellepiane publicó como inédito el testamento de don Juan Manuel de Rosas, firmado en Southampto­n el 28 de agosto de 1862, además de dos codicilos de fechas 22 de junio de 1873 y 22 de abril de 1876. Allí se manifiesta: “La espada puño de oro dada por la campaña de los años 1833 y 1834 por la Junta de Representa­ntes de Buenos Aires, se la dejó a su amigo José María Rosas y Patrón sin la vaina, ya que Rosas la vendió para cubrir gastos. Y la famosa espada del general José de San Martín la testó a favor de Juan Nepomuceno Terrero”.

El reloj y su cadena de oro y una capa de paño los cedió al Dr. Wibblin, su noble y fiel amigo que lo asistió muchos años como médico. A su criada Mary Ann Mills le cedió los muebles de la casa, además del reloj de plata que le había regalado Máximo, y la volantita de cuatro ruedas, con todas las guarnicion­es, y también las guascas, maneadores, sogas trenzadas y no trenzadas.

A Máximo le testó las ocho muy buenas y finas petacas de viajar y una capa de paño. A sus hijos nietos Manuel Máximo le dejó su poncho de vicuña; aclara en el testamento que el ponchito lo acompañó 56 años; y a Rodrigo otro ponchito de vicuña que le habían regalado Manuelita y Máximo.

Testó a Joaquín Terrero sus espuelas de plata, y a Federico Terrero sus boleadoras, lazo trenzado de seis, maneador de cinco y los recados.

Manuel Gálvez sobre la visita del poeta Ventura Vega, realizada en 1853, dice que esto detalló al ingresar al cuarto: “Una cama de caoba donde está Rosas. La colcha –tenía que ser así, tratándose del gran criollo– es un poncho”.

Otros visitantes que tuvo en el exilio se puede mencionar al chileno Ramón Guerrero que lo visitó el 17 de enero 1866 y escribió sobre Rosas: “Estaba con un poncho de lana argentino, con cinturón de gaucho de las pampas, espuelas de plata con grandes rodelas”. Y en agosto de 1873 fue su sobrino Alejandro Baldez Rosas: “…bajó mi tío con su poncho, espuelas y rebenque de lonja; me dijo que esa mañana había andado a caballo”.

Adolfo Saldías transcribi­ó, de los manuscrito­s de Rosas, uno de 1866: “Las espuelas que siempre tengo puestas no son muy grandes. Son moderadas y del preciso tamaño para que puedan serme útiles. Nunca uso zapatos. Lo que siempre he usado y uso son botas”, y otro de 1869: “No conocían el mate los vecinos de este Farm. Ahora todo el pobre que viene y recibe un mate lo prefiere a un vaso de cerveza”.

“No conocían el mate los vecinos de este farm”, escribió Rosas en Inglaterra

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