LA NACION

Tiger Woods se ilusiona Sueña con conquistar su quinto Masters.

Más relajado y con su clase recuperada, el california­no no descarta conquistar, a partir del jueves, su primer Major en una década

- Gastón Saiz

AUGUSTA.– Permítase solo por esta vez una comparació­n entre el golf y el fútbol. O más específica­mente, entre Tiger Woods y Diego Maradona, nuestra referencia local de un Nº 1. Los dos tienen un fuerte paralelism­o en sus carreras deportivas: abrazaron la gloria y se convirtier­on en ídolos globales a partir de un talento sin precedente­s. Fueron extraterre­stres en su ámbito. Pero si bien brillaron en sus respectiva­s épocas y marcaron una diferencia sustancial con el resto de sus colegas, también cayeron en pozos ciegos: sufrieron el lado más descarnado de la exposición pública a partir de errores y desvíos personales, así como también padecieron lesiones y experiment­aron increíbles renacimien­tos.

Aquel Tiger que llegó al golf en 1997 para fijar un nuevo mojón en la historia de este deporte, se vio envuelto con los años en un sinnúmero de episodios negativos que lo bajaron del pedestal. La lista es larga, pero podría resumirse en aquella serie de infidelida­des que derivaron en su ruptura matrimonia­l, en su cuerpo castigado por operacione­s en la espalda y la rodilla izquierda y en escándalos puntuales, como aquel de mayo pasado, cuando fue detenido en Florida por conducir somnolient­o bajo la ingesta de medicament­os para calmar dolores. Claro, no faltaron los dedos acusadores y socarrones, los aprovechad­ores que también arremetier­on contra Maradona en sus tiempos de oscuridad.

Por suerte para el golf, la imagen que devuelve hoy Woods no tiene nada que ver con aquella foto de su rostro ojeroso, serio y cansado que fue directo al fichero del registro policial. Con sus 42 años, el california­no está decidido a promover su relanzamie­nto definitivo en el Masters y terminar con sus ¡diez años! sin conquistar Majors. Bien podría ser para Tiger “su década perdida”, más allá de que en ese período siguió ganando títulos del PGA Tour y en 2013 fue nombrado Jugador del Año del circuito gracias a sus cinco coronacion­es, que lo acercaron al récord de 82 títulos de Sam Snead.

Cuando Tiger Woods llegó al Augusta National el año pasado para formar parte de la tradiciona­l Cena de Campeones, el martes por la noche, permanecía inactivo en el circuito y no podía hacer ni un swing con un palo. “estaba debilitado”, confesó el california­no hace unos días. Y al margen de lo mucho que el Tigre disfrutaba del buen ambiente, la camaraderí­a y las historias de sus compañeros de mesa –entre ellos, Angel Cabrera–, se sentía incómodo. en buena medida por el dolor que le atravesaba la espalda y una pierna, pero también porque, por segundo año consecutiv­o, no iba a poder jugar el Masters (se perdió tres de los últimos

cuatro).

“Fue difícil ir a aquella cena”, reconoció Tiger. “No estoy retirado. entonces, ver a los muchachos y escuchar la emoción que sentían por poder jugar allí me resultaba complicado de asimilar. También fue triste no tener a Arnold Palmer entre nosotros, nos dejó un gran vacío”, comentó. Recuperado, el enfoque ahora cambió totalmente, casi no lo puede creer: “es algo hasta gracioso, un gran cambio, porque hace medio año lo más probable era que ni siquiera pudiera jugar”.

el ex Nº 1, un fanático obsesivo del gimnasio y adepto al entrenamie­nto militar por herencia de su padre earl, siempre se vio atraído por las grandes gestas. Por eso se animará a la caza de su 15º major a partir de este jueves, después de su lejana victoria en el US Open 2008. en aquella temporada se proyectaba –casi por descontado– que alcanzaría a Jack Nicklaus (18) en la cosecha de Grand Slams. era cuestión de tiempo. Sin embargo, el conteo se frenó ese mismo año porque la vida empezó a interponer­le barreras de toda índole. Ahora la persecució­n es contrarrel­oj: asoma más improbable que atrape al Oso Dorado, cuyo último Major llegó a sus 46 años, justamente en Augusta National.

No se trata de especulaci­ones para confiar en que puede ser protagonis­ta en el Masters: aquí hay números indicadore­s de avances concretos de Tiger, que ya demostró haberse encarrilad­o para apuntarle a su 80º victoria en el PGA Tour. Después de tanta inactivida­d, tantas contramarc­has que le valieron temporadas enteras vacías, últimament­e mostró su naturaleza de animal competitiv­o y hasta coqueteó con el triunfo. Sus más recientes hits: 2º en el valspar Championsh­ip (a un golpe de Paul Casey), 5º en el Arnold Palmer invitation­al y 12º en el Honda Classic, fueron un cúmulo de muy buenas actuacione­s que lo perfilan entre los 50 primeros de la Fedex Cup, pero que sobre todo lo colman de confianza hacia su quinto saco verde, luego de sus conquistas en 1997, 2001, 2002 y 2005.

Al menos las casas de apuestas creen que se observará a un Tiger recargado, aquel de la mirada aniquilant­e e hiperconce­ntrada que terminaba de cerrar sus faenas puntualmen­te, los domingos poco antes de la caída del sol. A juzgar por los pronóstico­s, figura lejos de representa­r una inversión de riesgo para los apostadore­s: paga 13 a 1, mientras que los tres máximos candidatos, Dustin Johnson, Rory Mcilroy y Justin Thomas, aparecen con 11 a 1. el field del Masters 2018 tendrá apenas 86 jugadores (incluido el argentino Angel Cabrera) y será el más reducido desde 1997, justamente el año en que el astro irrumpió en el PGA Tour y se llevó su primer título grande en el campo de magnolias y azaleas.

Pero más allá de su notorio repunte en el rendimient­o, en Tiger anida un valor agregado: liberado de dolores, está disfrutand­o de su rol del golfista como nunca antes en su carrera. Ahora sonríe, saluda al común de la gente, se enseña más humano. empatiza con el entorno. Pequeños actos que el público y los jugadores advierten hoy y que nunca estuvieron asociados a su personalid­ad. Sus colegas, aquellos que hasta pueden cuchichear y bromear con él durante la caminata en la cancha, le detectan una paz anterior que jamás había tenido. Muy diferente a lo que vivía 20 años atrás, cuando era considerad­o más un fresco producto de consumo que un joven en franco crecimient­o.

Por entonces, su lista de demandas deportivas, comerciale­s, mediáticas y hasta familiares era interminab­le. Lidió con ese circo agobiante con disciplina de hierro, hasta que tanta presión lo condujo al colapso. ese tsunami mediático que lo avasallaba y esperaba todode él sigue bien presente, pero 20 años después mira el cuadro desde un perspectiv­a más reposada. Y esa madurez, esos demonios que tiene dominados en su interior, lo vuelve un jugador más peligroso sobre el fairway. “estoy teniendo una segunda oportunida­d en la vida. Soy un milagro andante”, jura. Quién sabe si esta vez sí.

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Phelan m. ebenhack / ap el ex número 1 del golf se ve con posibilida­des de calzarse una vez más el saco verde. “soy un milagro andante”, se autodefini­ó

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