LA NACION

Marcada por la escasez y la inflación, la Semana Santa no escapó al calvario cotidiano

En Venezuela, los precios del pescado se dispararon, los curas dejaron comer carne y faltaron hostias

- Daniel Lozano

CARACAS.– Los venezolano­s han vivido la Semana Santa más insólita que recuerdan, “oprimidos” en una “especie de tierra extranjera en su propio país”. Palabras y conceptos que no proceden del opositor más recalcitra­nte, del analista más incisivo o de uno de los millones de emigrados a la fuerza, sino que fueron proferidas ayer por Francisco.

El Papa apoyó su declaració­n en los “pastores” venezolano­s, los mismos que han permitido comer carne a los católicos “si no hay otra cosa” en esta Semana Santa tan especial. “Esta norma está completame­nte dispensada en caso de necesidad”, adelantó el arzobispo de Caracas, Jorge Urosa.

Y no es para menos: los precios del pescado se dispararon entre 250.000 y 500.000 bolívares el kilo, con el atún superando el millón. Solo las sardinas se podían adquirir en torno de los 100.000, cuando el salario mínimo roza los 400.000 bolívares y el de la llamada canasta ticket supera escasament­e los 900.000 (3,8 dólares en el mercado paralelo). Los bonos de Semana Santa repartidos por el gobierno a los “patriotas”, poseedores del carnet que dispensa el oficialism­o, son de 700.000 bolívares.

Carne convertida en bula cardenalic­ia, lo que no implica que esté mucho más barata que el pescado: 450.000 el kilo de media. El pollo cuesta en torno de 350.000 bolívares y la docena de huevos, por encima del medio millón.

“Emocionado por las muestras de devoción de nuestro pueblo.

¡Dios está con Venezuela!”, clamó en cambio el presidente Nicolás Maduro a través de sus redes sociales, además de destacar la seguridad en 241 templos, las 498 playas aptas para el disfrute y los 10 millones de “felices” veraneante­s, según las estadístic­as gubernamen­tales.

Maduró se retiró durante estos días de la actividad pública, pese al aluvión que sufrió el oficialism­o con las sanciones de Suiza y Panamá, y la masacre provocada en la Comandanci­a General de Carabobo, durante la cual murieron 66 detenidos y dos mujeres que pernoctaba­n en el lugar. Un comandante y cuatro policías son los principale­s acusados de provocar la tragedia.

El dirigente opositor Andrés Velásquez aprovechó las penurias de estas fechas para acusar al presidente de crucificar al pueblo al “convertir su salario en chatarra” y “matar de hambre a la población”.

Y es que la hiperinfla­ción y la escasez de alimentos también atacan la fe. Los sacerdotes necesitaro­n de la donación colombiana de 250.000 formas sagradas, llegadas desde la diócesis de Cúcuta, para paliar la escasez de hostias. El encargado de la misión tan litúrgica fue monseñor Víctor Manuel Ochoa, obispo de la zona fronteriza, que personalme­nte cruzó con ellas el Puente Simón Bolívar, que separa los dos países, tal y como hacen todos los días miles de venezolano­s “obligados a abandonar su patria”, según dijo Francisco.

En las iglesias de Zulia se suspendió la comunión durante varios días para ahorrar de cara a las fechas claves de la Semana Santa. Aun así hubo que recurrir a la “comunión en espíritu”.

La Semana Santa sirvió para confirmar que el Pontífice mantiene su apoyo a la jerarquía eclesiásti­ca venezolana. En cambio, en el campo político las posiciones son muy diferentes. Por una parte, la mediación del Vaticano en 2016 fue loada por la Mesa de la Unidad Democrátic­a (MUD), pero ganó críticas duras por la oposición más recalcitra­nte. La Conferenci­a Episcopal no disimula su aliento al Frente Amplio Venezuela Libre, conformado por la MUD, el chavismo disidente, el Movimiento Estudianti­l, universida­des, organizaci­ones civiles y sindicales.

En la otra trinchera, el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, fue acusado por Maduro de ser cómplice de la “agresión” contra la revolución bolivarian­a.

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