Un caldo de cultivo que hace temer la tercera intifada
El temido escenario de una tercera intifada sobrevuela como una verdadera amenaza sobre Israel y los territorios palestinos después de los graves disturbios del viernes pasado en la frontera con Gaza, que dejaron 16 muertos y más de 1400 heridos.
Esos incidentes pueden actuar como detonante de una situación que se agravó progresivamente a partir del 8 de diciembre con la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Después de ese gesto, interpretado por los palestinos como una provocación, la tensión creció por los resultados de 10 años de un bloqueo que incrementó la pobreza en la Franja (con un desempleo que alcanza el 50%), el boicot de Trump contra la delegación de Acnur que ayudaba a los refugiados y la reducción de 30% de los salarios de los funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esa situación provocó la desaparición del circulante, lo que engendró una parálisis económica y colocó a los dos millones de habitantes de ese enclave de 360 km2 al borde de la asfixia.
Fue en ese contexto inflamable que se realizó la Gran Marcha del Retorno para reivindicar sus derechos de volver a las tierras confiscadas por Israel en 1948. Esa movilización, que debía desarrollarse pacíficamente, había sido promovida inicialmente por la sociedad civil, aunque contaba con el apoyo de Hamas, la milicia islamista –rival de la ANP presidida por Mahmoud Abbas– que desde 2007 controla la Franja. Israel afirma que diez de los muertos del viernes eran miembros de Hamas, y que no devolverá dos de los cuerpos hasta que el grupo no haga lo mismo con los de dos israelíes que retiene desde 2014, más dos rehenes.
El problema es que esa jornada de protesta solo fue el primer capítulo de un movimiento que debe durar seis semanas. El punto culminante de ese calendario, que presenta el aspecto de una mecha que se dirige hacia un barril de pólvora, es el 15 de mayo, día de conmemoración de la Nakba (catástrofe), que recuerda la proclamación del Estado de Israel, hace exactamente 70 años.
Con su mal hábito de la provocación, Trump eligió esa fecha para concretar la transferencia oficial de la embajada norteamericana a Jerusalén. Ese día, los 400 millones de musulmanes del mundo árabe entrarán en el ramadán. En una región donde las fechas y los símbolos revisten una importancia crucial, esa larga secuencia presenta aspectos más que inquietantes.
Israel no ignora esos riesgos. Desde principios de febrero, el diario Haaretz insiste en mostrar los nubarrones de guerra que se acumulan sobre Gaza. Las anteriores intifadas (término árabe que significa “sublevación”), en 1987 y 2000, estallaron por mucho menos que eso y, en total, provocaron más de 6000 muertos.
En una serie de entrevistas, el jefe del estado mayor israelí, general Gadi Eisenkot, afirmó que, teniendo en cuenta el contexto regional, la amenaza de una guerra que implique a su país es más seria que nunca desde que asumió sus funciones, en 2015. Pero es el frente palestino el que más preocupa a ese halcón: “Una situación explosiva, sensible, se desarrolla en todo Medio Oriente, particularmente entre los palestinos”.
El diario Yediot Aharonot advirtió, por su parte, que “una tercera intifada puede provocar un retroceso de 25 años en Gaza”.