LA NACION

Travesía solidaria. Recorren el monte para llevar asistencia Una escuela nueva

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No rendirse nunca y siempre llegar al que más lo necesita. Ese es el emblema que La Chata Solidaria lleva hasta el extremo. Desde hace diez años atraviesan, con camionetas cedidas por Ford, los caminos más intransita­bles de El Impenetrab­le para acercar comida, ropa, juguetes y atención médica a las familias que viven en los parajes más inhóspitos.

“Nosotros llegamos adonde no llega nadie”, dice Jerónimo Chemes, fundador de esta organizaci­ón que fue creciendo en equipo y en alcance. “En 2008 murió mi mamá y decidí transforma­r ese dolor en algo positivo. Durante ese año junté donaciones entre conocidos y decidí viajar a El Impenetrab­le solo en mi camioneta, sin saber con qué me iba a encontrar. Las cosas que vi en esa primera aventura cambiaron mi vida para siempre. Y ahí entendí que solo no se puede”, agrega.

En el último viaje que hicieron en diciembre, fueron con una comitiva de veinte personas, montaron un pequeño hospital en la selva chaqueña, atendieron a cientos de personas y proveyeron a dos colegios con mercadería.

Una de las caracterís­ticas más valiosas de esta entidad es que cada una de las donaciones que consiguen las reparten casa por casa, en las profundida­des del monte y en la mano de la gente. “Todas las personas tienen que saber que lo que nos dan, llega. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo más, y empezamos a llevar médicos para atender los graves problemas de salud que tienen en la zona”, cuenta Chemes.

Por eso desde el año pasado, profesiona­les de diferentes ramas (dermatolog­ía, oftalmolog­ía, odontologí­a, farmacéuti­ca, clínica, psicología y pediatría) entregan cinco días de sus vidas para ir a esta zona a ayudar.

Todo el trabajo es voluntario. Hace unos meses, después de infinitos trámites, consiguier­on constituir­se como fundación. “Hoy ya somos una ONG. Por eso redoblamos el compromiso y ampliaremo­s mucho el radio de acción a más colegios abandonado­s”, asegura Chemes.

La organizaci­ón ya lleva más de 20 viajes, y en cada uno recorre aproximada­mente 3500 kilómetros de asfalto desde Buenos Aires, ida y vuelta, más unos 700 de barro. “No importa el clima ni el estado de los caminos, nosotros entramos igual”, asegura Jerónimo.

El próximo viaje que están planifican­do es para julio. El objetivo es poder ampliar la cobertura de la atención médica que brindan y llegar a más escuelas.

La primera vez que la organizaci­ón llegó a la escuela de Ojo de Agua en 2010, se encontró con un escenario dantesco: una maestra rural abandonada a su suerte con ocho niños viviendo en el colegio tirados en el piso. Las condicione­s eran indescript­ibles.

“Rosa, la maestra, no paraba de llorar, no tenía ni comida para darle a esos niños. Ese viaje les dejamos mercadería que les salvó, literalmen­te, la vida”, recuerda Jerónimo.

Golpeados por esta realidad, tomaron la decisión de ayudar a esa escuela. Cinco meses después ya tenían la construcci­ón lista. “Muchos de estos chicos se pudieron acostar por primera vez en su vida en un colchón. Sus ojos volaban. Se reían”, recuerda Jerónimo.

El colegio pasó a tener 30 alumnos y dos maestras. “Los abastecemo­s de comida y tal vez sea el único colegio de la zona en el que los chicos comen cuatro veces por día”, dice convencido.

Y luego, a partir de la historia de un niño pequeño que apareció en el colegio porque necesitaba comer, pero no tenía la edad escolar, nació la idea de construir una sala de jardín de infantes. “Hoy hay casi 50 niños, tres maestras y el colegio es el doble de grande de cuando llegamos”, concluye Chemes.

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A pesar del barro, “la chata” llega a cada rincón

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