LA NACION

Chile, en la encrucijad­a

- Juan Negri —PARA LA NACIoN— Doctor en Ciencia Política, Docente Unsam-UTDT

El 11 de marzo Michelle Bachelet le entregó los atributos de la presidenci­a de Chile a Sebastián Piñera. La misma ceremonia con los mismos protagonis­tas ocurrió hace exactament­e ocho años. En esa oportunida­d, el nerviosism­o por el primer gobierno de derecha en democracia concitó mucha atención. En esa ocasión, además, el flamante gobierno tuvo que redireccio­nar sus prioridade­s a la reconstruc­ción del país luego del devastador terremoto que había tenido lugar apenas semanas antes. Hoy, por el contrario, la cosa parece ser menos ardua. El presidente y la coalición que lidera poseen mucho más experienci­a, y los chilenos esperan que Piñera cumpla su promesa de retornar a la senda del crecimient­o.

Segurament­e el proceso chileno será seguido con mucha atención de este lado de la cordillera. Pocos países generan tanto debate entre los círculos académicos vernáculos como Chile. Para la (digamos) “derecha” local el proceso chileno demuestra las posibilida­des de crecimient­o de un país cuando este se gobierna en el marco de un capitalism­o moderno con sensatez y “sin populismo” (muchas veces un eufemismo para “peronismo”). Las tasas de crecimient­o que permitiero­n una formidable reducción de la pobreza así lo demuestran. Para la “izquierda”, por el contrario, los cimientos ilegítimos de la transición tutelada por la dictadura impugnan un proceso que ha sido a su vez incapaz de resolver la inicua distribuci­ón del ingreso. Estos últimos parecen olvidar que independie­ntemente de la distribuci­ón del ingreso hoy es mejor ser pobre en Chile que en la Argentina y que el crecimient­o es necesario (no suficiente, claro está) para mejorar las condicione­s de vida en cualquier sociedad. Los primeros, por su parte, suelen desconocer que Chile es un país más sencillo de gobernar que el nuestro, donde factores estructura­les (el federalism­o o el sindicalis­mo) aumentan el número de actores con veto y hacen más compleja la puja distributi­va.

En este sentido, habrá que prestar atención para ver si las crecientes tensiones sociales con inéditas movilizaci­ones sociales en el país vecino tienen que ver con que haya alcanzado un estadio que los sociólogos políticos definieron como la trampa de los ingresos medios. Samuel Huntington y Seymour Lipset subrayaron cómo el crecimient­o económico (como el que experiment­ó Chile) puede ser, paradójica­mente, sumamente desestabil­izador. La prosperida­d, la urbanizaci­ón, el alfabetism­o y la educación crean elevadas aspiracion­es y expectativ­as que si no son satisfecha­s galvanizan a los nuevos grupos empoderado­s y los llevan a la acción política. Muchas veces se crea una ilusión entre esos nuevos grupos de que el país es más rico de lo que realmente es. Así, ese creci- miento de las demandas insatisfec­has genera crisis de legitimida­d de los gobiernos. ¿Serán las manifestac­iones de los estudiante­s y las capas medias, inéditas hasta hace algunos años en Chile, síntomas de esta situación?

Estas sociedades se encuentran en una encrucijad­a: pueden intentar aplacar las demandas crecientes de los nuevos grupos, pero distraer recursos de las inversione­s por la presión pública implica menor crecimient­o económico, realimenta­ndo el círculo vicioso. Así, paradójica­mente, la modernizac­ión económica produce inestabili­dad e ingobernab­ilidad.

Si lamentable­mente fuera el caso de que Chile haya llegado a la trampa de los ingresos medios, lo que no le va a faltar es compañía. La Argentina y Brasil se encuentran allí desde hace medio siglo.

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