LA NACION

Herman Cornejo. “Cuando Julio Bocca se retiró, sentí que me pasaba la antorcha”

Radicado en Nueva York desde hace 20 años, es el bailarín que mejor representa al país en los escenarios del mundo; bailará El corsario en el Teatro Colón, al que le gustaría sumarse de forma más estable

- Texto Constanza Bertolini | Foto Santiago Filipuzzi

El dibujo salta a la vista en el antebrazo izquierdo, tiene la intensidad de un tatuaje nuevo. el buen observador recordará que ese estallido de tinta negra no estaba en el cuerpo del príncipes olor de la última B ay ad era, hace menos de dos años en el Teatro Colón. el trazo empieza cerca de la muñeca con una accidentad­a línea de la vida: cuando este hombre de músculos de piedra y flexibilid­ad de elástico era un bebé estuvo en coma; por poco se pasa del umbral. lo que le sigue a la imagen es un ave con las alas desplegada­s, grandes, amplias, como sus saltos. es la marca de la resurrecci­ón y de la fortaleza que Herman Cornejo cree que lo ha identifica­do siempre.

apenas hay un piano, un tocador y un par de sillas en el camarín número dos, que le asignaron durante estos días de visita previos al estreno de El corsario, que protagoniz­ará el próximo domingo. sin embargo, el bailarín que integra el american ballet Theatre (ABT) desde hace 20 años envuelve el ambiente de una familiar calidez cuando saca a relucir su fama de buen conversado­r. Queda mucho todavía –sobre todo la risa espasmódic­a– del chico de san luis al que Julio bocca le abrió varias puertas. sin embargo, aquí y ahora, sobresale con brillo propio un artista maduro, el que mejor representa hoy a la argentina en los escenarios de ballet del mundo.

–Quien te haya seguido los pasos más recientes, de Chéri a esta parte, habrá notado el foco que le estás poniendo a lo dramático. ¿Señal de madurez?

–el primer espectácul­o que vi fue a los 8 años, con Maximilian­o Guerra haciendo Espartaco y ese personaje tan fuerte y tan masculino me impulsó a decir: “Quiero hacer eso”. empecé ballet porque quería sentir un rol, algo especial, no para entrenarme. Mi foco siempre estuvo en la actuación, pero hay un transcurso de entrenamie­nto físico, sobre todo en una compañía como el american ballet, que te exige una técnica muy desarrolla­da. Con mi estatura [declara 1,70 metros] enseguida empecé a hacer todos los papeles de solista, que tienen muy poco de actuación. esa fue mi gran preocupaci­ón: quedar encasillad­o como un bailarín técnico.

–¡Sobre todo porque tenés todo el virtuosism­o para eso!

–Claro, pero mi pasión eran los protagónic­os para sacar la parte actoral. roles como el Pájaro azul

[La bella durmiente] o el pas paysan pas de deux [en Giselle] me dieron el escalón para ser bailarín principal… casi por accidente. Primero, porque el director del ABT, Kevin McKenzie, que lleva en el cargo 25 años, es muy alto: él estuvo en la época de Mikhail baryshniko­v y sintió que le cortaron la carrera, y no voy a decir que tenía resentimie­nto con los chicos bajos, pero… prefería los bailarines altos. digamos que me costó entrar por su ojo derecho y demostrarl­e que con mi estatura podría representa­r los ballets completos. Mi primer rol principal en

Don Quijote fue cuando Julio bocca anunció que se retiraba, en Japón. un compañero se había lesionado y McKenzie me proponía ser basilio con tres días de anticipaci­ón a la función. nunca había estudiado el papel, ¡si siempre fui gitano! así que Julio hizo su último espectácul­o y al día siguiente me tocó estrenar a mí; sentí que me pasaba la antorcha. ahora estoy en un momento de goce, cuando la parte física se une con la interpreta­tiva y pareciera que no tenés que preocupart­e por la técnica porque has trabajado ya para eso muchísimos años.

–¿Los roles clásicos te limitan más que, digamos, Chéri o un dúo como Le Parc, de Preljocaj, que hiciste también con Alessandra Ferri hace poco aquí?

–Chéri fue un espectácul­o que creamos de cero, aunque estuviera escrito el libro de Colette. Me refiero a cómo hacer que la emoción cree el paso y no como en el ballet, que primero está el paso y hay que ponerle una actuación. de todas formas me siento afortunado de haber pasado por esa obra porque ahora en los clásicos intento buscar este revés. son cosas que ocurren en la vida en momentos claves: si ese trabajo con Martha Clarke lo hubiera hecho a mis 20 años, no habría tenido el mismo impacto que a mis 30.

–Hablamos de la madurez del hombre, de la del bailarín… y de la de Ferri, que retirada y con más de 50 años decidió volver al escenario con vos.

–Las experienci­as de tu vida personal son claves para abrirte más y te permiten componer un personaje. La madurez me sienta bien. entendí que lo que uno puede creer que te hace vulnerable o débil te vuelve fuerte en momentos de creación. Y sí, se requiere de una partenaire como alessandra que te devuelva, como un espejo.

–Ella decía la última vez que estuvo aquí que la relación entre ustedes es de “fe y amor”.

–de mucho amor, porque para tener una química como la nuestra hay que amarse. no me refiero a ir a la cama juntos, a ser pareja, que no lo somos; es un entendimie­nto que al principio ni siquiera nosotros lo podíamos creer con la diferencia generacion­al que tenemos [Ferri es 20 años mayor]. después ella quiso seguir y decidió volver a nueva York para bailar Romeo y Julieta conmigo…

–Decís que Julio Bocca te pasó la antorcha al final de su carrera. Fue él también quien puso las primeras fichas en serio en vos,

cuando pidió una excepción para que te aceptaran con 16 años en el famoso certamen de Moscú donde, como él, ganaste la mítica medalla dorada.

–Julio ocupa un lugar muy especial, y no solamente para mí, sino que fue el trampolín de mucha gente cuando creó el ballet argentino, incluida mi hermana erica [genial bailarina, radicada en boston]. a mí me tocó muy fuerte; con 14 años nunca me hubiera imaginado que un ícono de la danza iba a tomarme casi en sus brazos, como diciendo: “Creé esta compañía para jóvenes y tengo un lugar especial para vos”.

–Parece que le hubieras seguido los pasos, de Moscú al ABT.

–Lo de Moscú fue un deseo de querer experiment­ar lo mismo que él, en una competició­n tan reconocida. en el american ballet de cierta forma seguí sus pasos: en El corsario, cuando él bailaba Conrad, yo era birbanto (cuando él se fue, entonces yo fui Conrad). Julio siempre está presente: una persona que primero admiré como ícono, luego pasó a ser para mí un maestro que a través de sus acciones enseñaba el respeto por la danza, y en el ABT pasó a ser un amigo. ahora es de esa gente tan especial que cuando la ves y te da un abrazo, sentís que está ahí para lo que necesites.

–Hace 20 años llegaste a Nueva York. ¿Es tu casa?

–el american ballet es mi casa. si el ABT tuviera sede en África, iría a África. nueva York es espectacul­ar porque podés encontrar tu lugar seas de la cultura que seas. es muy cómoda en ese sentido y al principio te encanta todo, pero después de 20 años… Hay zonas que están muy llenas de gente y vivir cerca del teatro era como no dejar nunca el trabajo, así que me mudé a Harlem, que mantiene el espíritu que nueva York tenía cuando yo llegué, la gente por la calle con su música a cuestas, los brownstone­s, es más tranquilo.

–Si tuvieras que contarle a un desconocid­o quién sos y qué has hecho en pocas palabras, ¿qué le dirías?

–definitiva­mente primero diría que soy argentino: nunca perderé la esencia. estoy en el ABT, pero representa­ndo a mi país, y sale en cada programa de mano junto a mi nombre: “nacido en Mercedes, san Luis”. Luego diría que soy bailarín, porque es mi pasión, mi vida; del american ballet, que es mi casa desde hace 20 años. diría que soy un viajero, que me encanta ver el mundo, y de todas las partes a la que he ido barcelona es mi ciudad favorita porque me recuerda mucho a buenos aires. diría que me encanta estar enamorado, que te abre el corazón y la mente, y no hablo solo de estar en pareja, sino de ese estado de ver lo positivo. Me encanta sonreír, aunque hay momentos duros en la vida y no se puede. Pero en los momentos oscuros te hacés más fuerte.

–¿Dirías lo mismo de las lesiones?

–Por más que sea un tirón, siempre pensás que nunca vas a volver a bailar. Como casi nadie, yo puedo darme el lujo de decir que no tengo cirugías, solamente hubo desgarros en las pantorrill­as o dolores de espalda. nunca una lesión fuerte.

–¿Por qué estuviste al borde de la muerte cuando eras chico?

–algo muy tonto. Fui al hospital por un virus estomacal y me contagié una enfermedad de otro niño que no supieron entender y me medicaron erróneamen­te. entré en coma. Mi cuerpito era un esqueleto. Me entablilla­ron todo porque era piel y huesos. Tenía un año. era 1982, durante la Guerra de Malvinas. Mi papá era militar, estaba en la base de río Gallegos. Y lo llamaron a la base, para comentarle el cuadro delicado, que no veían una posibilida­d de recuperaci­ón y que viajara por favor para despedirse. Cómo pudo llegar desde río Gallegos hasta san Luis cuando todos los aviones estaban puestos para transporta­r gente a la guerra… esa es otra historia. Pero cuenta mi madre que cuando él se acercó a la camilla y me besó en la frente, yo abrí los ojos. una especie de milagro que los doctores no se explicaban: lo habían llamado para que me diera el adiós y desenchufa­r la máquina. Por eso tengo esta ave fénix en mi brazo, por esa resurrecci­ón milagrosa. de ahí en más me hice fuerte.

–¿Esa historia te dejó una marca más allá de la tinta negra el brazo?

–nunca me lo planteé en el sentido de “por qué me tocó a mí”. Tengo otra marca en mi cuerpo: no tengo el pectoral izquierdo. era cuestionab­le si podría ser bailarín sin el músculo que justamente te asiste como partenaire cuando tenés que levantar a la chica. entonces trabajé otro más pequeño que tomó la fuerza para compensar con el otro lado. nunca lo vi como que tenía un problema, siempre pensé: a ver cómo lo soluciono…

–Esa actitud resolutiva, inteligent­e, se veía en el ensayo con tus compañeros.

–Tengo visto en el futuro ser director y creo que todas estas vivencias te llevan a ser más humano. Por ejemplo, hoy ensayé con una chica, Camila bocca, que no conocía, que es diferente, y no se me dio por corregirla sino por adaptarme. Hicimos los tres pas de deux como si nada, podríamos haber seguido con el espectácul­o completo. Quiero decir: estoy muy abierto a ver al otro, a trabajar con el otro.

–¿Es parte del mito que viene con la fama que te lamentás no haber jugado al fútbol?

–Me encanta, veo todos los partidos, sigo a boca Juniors y a barcelona porque está Messi. Jugaba muy bien hasta los 13 años. era delantero. Hasta que el Teatro Colón me hizo firmar un documento por el que no podía hacer más deportes, para cuidar el físico. Lo acepté sin pensarlo, porque me encanta el fútbol, pero mi pasión es la danza. Hice lo que quería hacer; podría decir, a lo sumo, que a lo mejor podría haber sido mi otra profesión.

–Dibujás en tu tiempo libre…

–Hace unos años un día estaba aburrido en el departamen­to de nueva York y sentí ganas de dibujar. agarré lápiz y papel, empecé a hacer una cara y me salió… ¡Wow, no sabía que tenía este talento! Hoy en día es mi yoga, mi meditación. Puedo pasar seis horas dibujando y desconecta­rme completame­nte. Hago caras, especialme­nte ojos; manos, cuerpos, todo muy realista. Pero es un hobby. en mi tiempo libre me gusta ir al parque a tomar mate (me levanto y me voy a dormir con el mate), me relaja ver el agua del río. Pero si tengo que decir algo que me encanta, es estar en casa, durmiendo en el sillón.

–Te costó muchos años volver a bailar al Colón y ahora sos casi un viajero frecuente.

–sé que las direccione­s en el Teatro Colón son cortas y espero que Paloma tenga muchísimos años por delante. Me gusta volver, me siento muy cómodo y creo que, más que un invitado, podría ser parte de esta compañía. Como invitado uno a veces siente que le roba el espacio al bailarín estable, y si bien me sienta genial venir a hacer estas funciones, es un poco doloroso pensar que podría estar otro en mi lugar. Me gustaría revertir esto siendo parte de la compañía…

–¿Compartien­do tus temporadas entre el Colón y el ABT?

–Me gustaría. el ABT da esa libertad y solamente trabaja 36 semanas al año, contando ensayos y giras, lo cual de por sí, sin pedir permisos, me daría mucho más tiempo. Y, por otra parte, después de 20 años tengo cierta libertad para plantear que quiero estar en determinad­os títulos y en otros no.

–¿Paloma Herrera está leyendo ahora mismo tu propuesta?

–[risas fuertes]. se lo diré antes de que salga esta nota: me gustaría ser parte del ballet estable.

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Cornejo tiene un deseo: bailar con más frecuencia en el Teatro Colón, pero como integrante del Ballet Estable
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Santiago filipuzzi

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