LA NACION

La reina que debía modernizar la corona sufre una ola de críticas en España

Tras años de construir su imagen, la periodista divorciada ahora es blanco de críticas y abucheos por un choque con la reina Sofía

- Silvia Pisani CORRESPONS­AL EN ESPAñA

MADRID.– Basta un video de menos de un minuto para poner tanto trabajo en duda. Ese es el caso del que revela el tenso cruce, manotazo incluido entre la reina consorte Letizia y su predecesor­a Sofía, a la que saboteó un posado fotográfic­o con sus nietas.

Hoy, a raíz de ese escándalo, España se pregunta quién manda en la casa real –con la sospecha de la respuesta cantada– y qué tipo de carácter tiene el rey Felipe. “Un pobre hombre”, según se atrevió a definir, montado sobre la ola, el cronista real por excelencia, Jaime Peñafiel. Todo eso es mucho daño para tanto esfuerzo de imagen.

Letizia Ortiz Rocasolano, periodista, divorciada, de simpatía republican­a, nieta de taxista e hija de madre sindicalis­ta, llegó a la casa real en mayo de 2004, al casarse con el entonces heredero Felipe de Borbón, por entonces de 35 años. Un soltero al que le costaba encontrar una novia que aprobara su familia, que ya le había bochado dos relaciones.

“La modernizac­ión de la monarquía”, se decía por entonces, cantando loas a la llegada de una plebeya. Desde un primer momento el mantra de Letizia fue el “aprendizaj­e” y la “entrega” a su nuevo rol. Un camino que fue tan sangrante como para llevarse la vida de su hermana más chica, la frágil Erika Ortiz, para muchos, acosada, entre otras cosas, por el enorme peso de la exposición pública. Tanto nervio y tanta tensión que muchos vieron un desorden alimentari­o en su extrema delgadez.

Por todo eso, por lo que costó y por su empeño, llama tanto la atención el escándalo que generó su desaire a la reina emérita y todo lo que ese gesto reveló sobre las relaciones –incluso, las de poder– dentro de la institució­n.

¿Qué busca Letizia con todo esto? ¿Fue un mal momento o parte de una estrategia? Nadie tiene la certeza, pero, por el momento, hay tres tipos de respuestas.

Quienes afirman conocerla insisten en que pretende proteger, o “controlar”, en extremo la exposición pública de sus hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía. Algo que incluye manejar cómo y con quién se las exhibe. Por lo pronto, es impensable que hoy alguien se atreva a un gesto que no cuente con su aprobación. Si había un mensaje, está pasado.

Otros, los más rebuscados, hablan de una estrategia propia de imagen. Desde esa perspectiv­a, pretenderí­a cierta distancia respecto de figuras que aparejaron escándalo a la institució­n. El rey Juan Carlos, sus cacerías, sus infidelida­des, y la reina Sofía, que insiste en proteger a los exduques de Palma, salpicados por fraude contra el Estado.

La tercera teoría –la de Jaime Peñafiel y muchos otros– suma algo de lo anterior, pero explica lo ocurrido, sobre todo en una cuestión de carácter. “Es una maleducada y una mandona que no sabe comportars­e”, dice.

En todo caso, está pagando un precio. Que el desaire que le hizo a su suegra, la querida reina Sofía, no gustó a los españoles ya lo sabe Letizia en carne propia. Ayer, por primera vez, le tocó escuchar silbidos y abucheos por gesta propia.

Dicen que la joven reina está “preocupada y bastante desolada”. De acuerdo con el diario El Mundo, nueve de cada diez españoles se pusieron en contra suya, lo que, dada la magnitud del sondeo, debería incluir hasta a los republican­os.

Lo ocurrido deparó la primera certeza pública de las tiranteces que siempre se rumorearon dentro de la familia Borbón.

La casa real, como suele suceder en estos casos, optó por el silencio. En todo caso, uno que solo rompió para aclarar que lo ocurrido es “un hecho privado dentro de un contexto público”. Tal su explicació­n. La historia de amor entre la periodista divorciada y el rey que se casó “por amor” y con la persona que amaba, como se encargó de subrayar el propio Felipe en su casamiento, ayer parecía ensombreci­da por los malos presagios.

“Deberían [divorciars­e]. O Felipe reconduce el carácter de esta señora o se tendría que divorciar antes de que se cargue a la monarquía”, insistía el propio Peñafiel. Tras los dichos, impensable­s en otro momento, los programas de la prensa rosa se hicieron un festín.

Dicen que las monarquías parlamenta­rias tienen hoy en día su razón de ser en el peso de su tradición. “Si las cosas funcionan, es mejor dejarlas”, dice a la nacion el profesor de Derecho Constituci­onal Carlos Sánchez Sine.

Los problemas, insiste, no vienen tanto por los antimonárq­uicos, sino por las tonterías que hacen quienes integran las monarquías. Un mensaje que ayer repetían los más moderados.

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José oliva/dpa Letizia reapareció ayer en público tras el escándalo con Sofía

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