LA NACION

Una apuesta a la victimizac­ión

- Alberto Armendáriz

luego de ser sorprendid­o por la expeditiva orden de detención del juez federal sergio Moro contra luiz inacio lula da silva anteayer, la estrategia del Partido de los Trabajador­es (PT) para defender ayer a su máximo líder quedó clara desde el principio. buscaría reforzar su narrativa de victimizac­ión frente a una Justicia que considera injusta, a la vez que ganaba tiempo para actuar políticame­nte mediante la movilizaci­ón de sus bases de apoyo.

es harto conocido que quienes recurren a la política para resolver sus problemas penales solo buscan a la Justicia para corromperl­a. Y jugado al todo o nada, con su única pieza de peso para la contienda electoral de octubre fuera del tablero, ahora el PT decidió abandonar las reglas del juego y no respetar las decisiones judiciales firmes. Mientras tanto, su equipo de abogados apeló a cuanta instancia judicial superior pudo, sin éxito hasta ahora.

Viene de tapa El mensaje que se da de cara a la población, al electorado brasileño, es grave. Más si viene de la mano de un exmandatar­io que gobernó el país en dos períodos (2003-2010) y en seis meses pretendía llegar de nuevo a conducir los destinos del Estado brasileño.

Con su maquinaria propagandí­stica a pleno –camarógraf­os y fotógrafos propios–, el Partido de los Trabajador­es (PT) montó un circo frente a la sede del sindicato de metalúrgic­os en São Bernardo do Campo, cerca de San Pablo, protegida por un “escudo humano” que evitara la detención de Lula. Quería dejar registrado “para la Historia” –mediante imágenes que sin duda formarán parte de la campaña electoral y de futuros documental­es– la “agresión fascista” contra el pueblo cuando la Policía Federal intentara arrestar al escurridiz­o expresiden­te.

Cientos de partidario­s vestidos de rojo –el color que representa al PT– gritaban y calificaba­n la medida contra su líder como una “caza de brujas”.

Se trató de una actitud muy irresponsa­ble para un ex jefe de Estado que una y otra vez ha resaltado que tiene como prioridad el bienestar de su gente.

Fue también una postura vista como hipócrita para quien desde el comienzo de la causa por corrupción y lavado de dinero que lo acorraló, cuando Moro lo obligó a ir a declarar por las acusacione­s en su contra, aseguró que nunca tendría miedo en ir a la Justicia cuando fuera convocado.

Para los fieles seguidores del PT, sus aliados sindicales y de movimiento­s sociales, lo ocurrido anoche fue calificado como un acto heroico de la “defensa popular” a Lula, aunque la mayor parte de la movilizaci­ón no fue espontánea, sino calculada por la dirigencia petista que aportó ómnibus, cotillón, comida y hasta un camión-cisterna para distribuir agua.

Para gran parte de la población que vio todo por televisión –si bien Lula goza un 37% de las intencione­s de voto para octubre, también es rechazado por un 40% de los electores, según marcan las encuestas–, las escenas de ayer representa­n un escándalo. Y el efecto inmediato fue la alarma de muchos brasileños que ante la agitación populista de un político reconocido condenado ya en dos instancias por corrupción que desafía a la Justicia, como Lula, y un “salvador” prácticame­nte desconocid­o de derecha como Jair Bolsonaro, que promulga la “limpieza” de Brasilia, se inclinaría­n más ahora por dar un salto hacia la alternativ­a que se presenta como novedosa –aunque reivindica los horrores de la última dictadura–.

Si la polarizaci­ón política ya era profunda, ahora se vuelve cada vez más peligrosa.

Son los riesgos –innecesari­os– frente los que el PT y Lula han colocado ahora a Brasil.

La única alternativ­a que queda es que, entre una alborotada izquierda que se quedará sin rumbo cuando pierda a su principal figura –en teoría, el Tribunal Superior Electoral debería inhabilita­r a Lula por su condena en segundo grado– y una derecha rabiosa que alimenta desmedidam­ente a Bolsonaro, en las próximas semanas surjan otros candidatos de centro. Existen algunas vías que aún se mantienen al resguardo del actual torbellino político, pero que podrían presentar un discurso unificador, que conjugue la voluntad hacia una mayor inclusión social, como se logró durante los gobiernos petistas, con el deseo de un combate firme a la corrupción que dejaron como legado las recientes investigac­iones de la operación Lava Jato.

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