LA NACION

El último intento de unificació­n

- Alberto Armendáriz —CORRESPONS­AL EN BRASIL—

consciente de que era el punto culminante de su influencia política y de que podría ser su último discurso antes de las elecciones, Luiz Lula da Silva usó ayer su histórico mensaje para intentar unificar una izquierda en crisis.

Sobre el carro de sonido frente al sindicato de metalúrgic­os donde él dio los primeros pasos de su carrera política como líder sindical, dedicó bastante tiempo y afectuosas palabras para destacar la presencia de dos de los principale­s “representa­ntes de la nueva generación de izquierda”: la diputada estatal gaúcha Manuela d’Avila, de 36 años, candidata presidenci­al por el Partido Comunista de Brasil (PCdoB), y el coordinado­r nacional del Movimiento de Trabajador­es Sin Techo (MTST), Guilherme Boulos, de 35 años, aspirante al Palacio del Planalto por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL).

Resaltó el apoyo que ambos le dieron frente a sus problemas judiciales y exhortó a que los partidos de izquierda se mantengan unidos. No llegó a referirse a la posibilida­d de un frente común de cara a los comicios, pero lo más significat­ivo fue que, en cambio, no les dedicó más que unas menciones a dos figuras de su propio Partido de los Trabajador­es (PT): el exalcalde de la ciudad de San Pablo Fernando Haddad (55 años), considerad­o el nombre más probable para reemplazar a Lula en la fórmula presidenci­al del PT para octubre, y el senador Luiz Lindbergh Farias (48 años), antiguo líder estudianti­l del movimiento de los “caras-pintadas”, que en 1992 fueron claves para la renuncia de Fernando Collor de Mello, amenazado por un impeachmen­t.

“Quedó claro que en todos estos años Lula monopolizó el liderazgo dentro del PT y no ha permitido que surjan nuevos líderes fuertes. Es más, la única persona que él apoyó vehementem­ente para sucederlo en 2011, Dilma Rousseff, fue justamente elegida por sus defectos, su inhabilida­d política y la falta de una base propia, caracterís­ticas que se suponía que facilitarí­an a Lula manipularl­a y evitarían que se apoderara del control del partido”, explicó a el politólogo la nacion Ricardo Caldas, de la Universida­d de Brasilia.

El experiment­o Dilma terminó mucho peor de lo que hasta los petistas que más se le resistían hubieran pensado. Alejó al partido de los movimiento­s sociales, llevó al país a la debacle económica y, finalmente, en 2016, acabó destituida por el Congreso en un traumático juicio político, calificado como “golpe” por la narrativa petista.

“La izquierda brasileña sufrió una derrota estratégic­a a partir del impeachmen­t de Dilma de la que no consigue salir, encontrar un rumbo. Y ahora la prisión de Lula representa el pésimo desenlace de esa caída. La izquierda está en una fase difícil, tiene que renovarse, recomponer­se, reconstrui­r sus liderazgos, y hasta el propio Lula parece creer que sus herederos están fuera del PT”, comentó Carlos Ranulfo, profesor de Ciencias Políticas de la Universida­d Federal de Minas Gerais, en Belo Horizonte.

El problema es que hay varios herederos que se disputan el legado de Lula, que ciertament­e no es del partido. Además de D’Avila y Boulos, también está allí al acecho el exgobernad­or de Ceará Ciro Gomes, exministro de Integració­n Regional de Lula y actual candidato presidenci­al por el Partido Democrátic­o Laborista (PDT).

Gomes, de 60 años, era la gran figura ausente ayer en la ceremonia ecuménica en el sindicato en São Bernardo do Campo, en la que Lula realizó sus bendicione­s. Hoy está distanciad­o de Lula y del PT, justamente por haber sido muy crítico de la conducción del partido y sus efectos en la izquierda.

Tan solo en las últimas 48 horas, con la resistenci­a de Lula a la orden de arresto dispuesta por el juez Sergio Moro, el PT cometió una larga serie de errores que lo empujaron aún más lejos de la posibilida­d de volver al poder e incluso pusieron en duda su superviven­cia de largo plazo si no se reinventa.

La radicaliza­ción de su discurso, el desafío a la Justicia y el hostigamie­nto de militantes del PT a periodista­s y a jueces del Supremo Tribunal Federal (atacaron con pintura roja el edificio donde vive la presidenta de la Corte, Carmen Lucía Antunes Rocha) no hicieron más que asustar a los electores de la clase media brasileña.

Esa clase media que Lula cortejó con esfuerzo y sin la cual no hubiera llegado al Palacio del Planalto en 2002, ni hubiese logrado la reelección en 2006, o escoger a Dilma como sucesora en 2010 y que ella fuese reelegida en 2014.

El experiment­o Dilma alejó al PT de los movimiento­s sociales

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PaulO whitaker/reuters lula, en el momento en que fue trasladado por la policía al avión que lo llevó de san Pablo a curitiba

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