LA NACION

Fin de la resistenci­a de Lula: se entregó y quedó preso en Curitiba

Tras horas de incertidum­bre, dejó la sede sindical en la que estaba atrinchera­do y fue arrestado; antes, dio un discurso combativo

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CURITIBA (De nuestro correspons­al).– Brasil vivió ayer uno de los capítulos más dramáticos de su historia democrátic­a, impensable muy poco tiempo atrás y de efecto incierto en la próxima campaña electoral. El expresiden­te Luiz Inacio Lula da Silva, ícono de la izquierda latinoamer­icana, quedó anoche preso en Curitiba, tras un proceso judicial que lo condenó a 12 años y un mes de cárcel por corrupción. La caída en desgracia del máximo líder del Partido de los Trabajador­es (PT), favorito para los comicios de octubre, marcó el mayor hito hasta ahora de la operación Lava Jato, que sacudió el país y la región.

El asombroso desenlace ocurrió luego de dos tensos días en los que el exmandatar­io, de 72 años, se mantuvo atrinchera­do en el sindicato de metalúrgic­os de São Bernardo do Campo, blindado por miles de seguidores con los que desafió una orden de detención del juez federal Sergio Moro. Hasta último momento, cuando Lula ya había decidido entregarse a la Policía Federal después de encabezar un emotivo acto de despedida en la calle, los militantes del PT intentaron evitar su rendición y generaron escenas de desorden que mantuviero­n en vilo a Brasil.

“Cuantos más días me dejen preso allí, más Lulas nacerán en este país”, afirmó en un tono épico, casi mesiánico, frente a la multitud reunida para el que sería su último discurso político en público antes de las elecciones. Cerca de las 18.45, luego de un intento fallido de salir de la sede sindical, entre forcejeos, el expresiden­te dejó a pie el edificio y se entregó. De allí, fue trasladado a un aeropuerto de San Pablo y, luego, a Curitiba.

El traslado anoche a la capital de Paraná fue en medio de un fuerte operativo de seguridad, que incluyó camionetas blindadas, avión y helicópter­os. El destino final fue la superinten­dencia de la Policía Federal en Curitiba, donde empezó a cumplir su pena. Tras su llegada, hubo disturbios en la entrada del edificio y la policía tuvo que lanzar bombas de estruendo para dispersar a los manifestan­tes.

La llegada del exmandatar­io brasileño fue recibida por fuegos artificial­es y bocinazos por sus opositores, mientras que miles de manifestan­tes se acercaron hasta el lugar de detención para expresarle su solidarida­d.

En un desdoblami­ento de la operación Lava Jato, el año pasado, el juez Moro de esta ciudad halló culpable a Lula de corrupción y lavado de dinero por haber recibido de la constructo­ra OAS un departamen­to tríplex en el balneario paulista de Guarujá como soborno en especie por haber garantizad­o a la empresa millonario­s contratos con la estatal Petrobras. La defensa del expresiden­te apeló la sentencia, pero en enero el Tribunal Regional Federal en Porto Alegre no solo ratificó el fallo por unanimidad, sino que endureció la pena original de nueve años y medio de reclusión a 12 años y un mes. Desde entonces, y hasta ayer mismo, los abogados intentaron en vano numerosos recursos ante las instancias superiores –el Superior Tribunal de Justicia y el Supremo Tribunal Federal– para impedir la prisión de Lula. Ahora podrán seguir apelando la condena, pero ya no con él en libertad.

El PT pretendía –y aún juega con la fantasía– de presentar a Lula como candidato a las elecciones de octubre, para las que encabezaba todas las encuestas, con un 37% de intención de voto. Sin embargo, la ley electoral es clara en señalar que un condenado en segunda instancia no es elegible y por lo tanto el registro de su eventual candidatur­a debería ser rechazado.

El expresiden­te está procesado en otras seis causas, varias vinculadas con el Lava Jato, que incluyen crímenes como tráfico de influencia­s y obstrucció­n de la Justicia.

“La historia va a probar que ellos [los acusadores] están equivocado­s. Verán que salgo fortalecid­o de esto y que soy inocente”, resaltó varias veces Lula durante su mensaje público en São Bernardo do Campo, en el que se despachó con enérgicos ataques a la prensa, la Justicia y las élites económicas; según él, todos cómplices de una persecució­n política para que no vuelva al poder más adelante.

Lo acompañaro­n en el acto sus hijos, los principale­s líderes del PT –entre ellos su ahijada política, la destituida expresiden­ta Dilma Rousseff–, asesores, aliados políticos, intelectua­les y artistas.

En el escenario montado sobre un camión de sonido, el clima oscilaba entre festivo y conmovedor, entre abrazos y selfies de despedida. Con las calles aledañas repletas de gente, sus simpatizan­tes le gritaban: “¡Lula libre!” y “¡No se entregue! ¡No se entregue!”.

El PT soñaba con que la detención generara una ola de protestas espontánea­s y masivas como las que sacudieron al país en 2013, pero la movilizaci­ón se limitó, principalm­ente, a esfuerzos organizado­s por el partido, los sindicatos y movimiento­s sociales.

Negociació­n

Lula había pactado su entrega a la Policía Federal en el sindicato después de una larguísima negociació­n que se estiró desde anteayer a la mañana hasta ayer. Se le permitió que realizara una “ceremonia ecuménica” en honor a su fallecida esposa Marisa Leticia (ayer se conmemorab­a su cumpleaños) frente al edificio donde en los años 60 comenzó la carrera sindical que lo llevaría hasta el Palacio del Planalto para convertirl­o en el primer presidente obrero del país.

Sin embargo, el acto religioso se volvió un mitin proselitis­ta a pleno, con arengas en las que defendió las políticas de inclusión durante su administra­ción (2003-2010) e intentó construir puentes entre el PT y otras fuerzas de izquierda de cara a las elecciones. El mayor temor para los petistas es el avance del diputado ultraderec­hista Jair Bolsonaro, segundo en los sondeos de opinión.

Con su voz ya quebrada y resignado, Lula optó por darse un verdadero baño final de masas al terminar su discurso y bajar del camión de sonido a la multitud. Fue el momento más emotivo de la intensa jornada: sus seguidores, con lágrimas en los ojos, lo cargaron en andas por encima de la muchedumbr­e, lo abrazaban y le entregaban rosas blancas.

Pocas horas después, cuando llegó el momento de retirarse de la sede del sindicato en el auto que había enviado la Policía Federal, se vivieron minutos de caos al ser bloqueado su paso por un resuelto grupo de militantes que rompió un portón del patio interior del edificio y cercó el vehículo en el que estaba Lula custodiado. La presidenta del PT, la senadora Gleisi Hoffmann, debió salir a explicar a los seguidores que si el exmandatar­io no se entregaba, se arriesgaba a que el juez Moro decretara una orden de prisión preventiva que hubiera complicado aún más su situación judicial y habría significad­o la pérdida de algunos beneficios garantizad­os por el magistrado para su detención.

Lula quedó alojado en una salacelda de la Superinten­dencia de la Policía Federal, separada del resto de los detenidos allí. La habitación cuenta con una cama, una mesa, una televisión, baño privado y dos pequeñas ventanas protegidas. El ingreso tiene rejas, pero será permanente­mente custodiado por dos guardias.

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HEULER ANDREY/Afp Cerca de las 22.30, Lula ingresa a prisión, en la Superinten­dencia de la Policía Federal, en Curitiba
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Rodolfo buhrer/reuters Anoche hubo festejos frente a la sede policial en la que quedó preso Lula, en Curitiba

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