LA NACION

Un festejo con fuegos artificial­es y champagne

- Alberto Armendáriz

Los opositores de Lula celebraron en Curitiba su arresto; los petistas esperaron a su líder

CURITIBA.– Apodada por Luiz Inacio Lula da Silva como “la República de Curitiba” por ser sede de la fuerza de tareas de la operación Lava Jato, en la capital del estado de Paraná la detención del expresiden­te fue seguida como si fuera el capítulo más dramático de una telenovela y, cuando finalmente ocurrió, se celebró aquí con la emoción de haber ganado un Mundial de Fútbol. Estallaron fuegos artificial­es, se escucharon expresione­s de júbilo, bocinazos y gritos de “¡Justicia! ¡Justicia!”, mientras algu- nos curitibano­s incluso salieron a festejar con champagne.

“¿Quién hubiera pensado hace apenas cuatro años [en 2014, cuando comenzaron las investigac­iones del Lava Jato] que veríamos al intocable y todopodero­so Lula preso? Hoy creo que un Brasil mejor es posible para mis hijos. Es una demostraci­ón de que ya nadie está por encima de la ley y tiene garantizad­a la impunidad”, señaló a la nacion el médico Walter Passos, de 48 años, mientras compartía con amigos un espumante en una mesa callejera de un bar en el elegante barrio de Batel.

Más de un centenar de personas, opositoras a Lula, se acercaron a la sede de la Superinten­dencia de la Policía Federal, que se ubica sobre una loma en la región de Santa Cándida, al noreste de la ciudad, para ver el “milagro” de Lula preso, como lo calificaro­n. El enrejado edificio donde se ubica la sala-celda que alberga desde anoche a Lula ya tenía desde temprano reforzada la seguridad policial, incluso con efectivos del comando de operacione­s tácticas y todas las calles de las inmediacio­nes cerradas al tránsito.

Vestida con una remera estampada que orgullosam­ente mostraba la cara del juez federal Sergio Moro, la empresaria Roseli Oliveira, de 56 años, se refirió a Lula y toda la dirigencia del Partido de los Trabajador­es (PT) como “bandidos corruptos” a los que les había llegado la hora.

“El juez Moro fue el único que tuvo el coraje de empezar a limpiar la política, ahora solo deseo que continúe con su trabajo, quedan muchos aún por ahí, empezando por el presidente Michel Temer”, señaló Oliveira, para luego apuntar que sería bueno que la expresiden­ta Cristina Kirchner viniera a visitar a Lula. “Estoy segura de que le pueden reservar una celda también para ella ahí”, bromeó.

A su lado, otros manifestan­tes antiLula ondeaban banderas brasileñas, hacían sonar cornetas y compraban pequeños muñecos inflables que representa­ban a Lula preso, bautizado “Pixulecos”, en alusión al término que utilizaba el extesorero petista João Vaccari Neto –también en prisión en Curitiba– para referirse a los sobornos que recibía el PT –y otros partidos– dentro del esquema de corrupción en Petrobras.

Separados por una cuadra de distancia y un cordón policial, en otra esquina del complejo de la Superinten­dencia se apostaban los simpatizan­tes de Lula, más de 300. Había militantes petistas, sindicalis­tas, miembros de organizaci­ones estudianti­les, grupos de mujeres, de campesinos, de indígenas y representa­ntes de colectivos homosexual­es. Aguardaban la llegada del helicópter­o que traería al exmandatar­io con una batucada y cánticos de “¡Lula sí, Moro no! Viva los obreros y la revolución” y “¡Lula, guerrero del pueblo brasileño!”. Por todo el improvisad­o campamento había carteles en los que se leía leyendas como “Somos millones de Lulas”, “Lula libre” y “Elección sin Lula es fraude”.

“Esta es una prisión injusta, parte del proceso de golpe que comenzó con Dilma, orquestado desde el exterior y llevado a cabo por las élites. Pero el pueblo se despertará, verá pronto lo que está perdiendo y lograremos que Lula quede libre”, dijo el cineasta Guilherme Daldin, de 25 años, pertenecie­nte al Frente Brasil Popular.

Cansada de la espera, la profesora jubilada Lucía Favaro, de 71 años, se había sentado en el césped para decidir con unos amigos hasta cuándo se quedarían allí. Varios de sus colegas no duraron en afirmar que sería hasta que Lula llegara. “Es importante demostrarl­e que no está solo”.

“Lula fue el único presidente al que realmente le importaron los pobres. No sé mucho de asuntos judiciales, pero no descansare­mos hasta que se revierta su detención. En mi vida aprendí a confiar en solo dos personas: Lula y ella”, apuntó, aferrándos­e a la medalla de la Virgen de Aparecida, patrona de Brasil.

De repente, una muchedumbr­e empezó a los insultos. Estaban dirigidos a un equipo de la televisora Globo que pretendía hacer un enlace en vivo. “Golpistas, ya tendrán que pedir disculpas”, increpaban los seguidores de Lula a los periodista­s.

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