LA NACION

En tiempos de ira, una consolidac­ión judicial

- Andrea Rizzi

En un solo día, anteayer, el líder catalán Carles Puigdemont salió de prisión en Alemania, Luiz Inacio Lula de Silva se atrincheró para evitar su encarcelac­ión en Brasil, la expresiden­ta surcoreana Park Geun-hye recibió una condena a 24 años de detención y el expresiden­te sudafrican­o Jacob Zuma se sentó en el banquillo y fue formalment­e acusado por corrupción.

La coincidenc­ia es suficiente­mente llamativa de por sí. Pero se pueden añadir algunos datos. El expresiden­te Nicolas Sarkozy es sometido actualment­e a una firme investigac­ión en Francia; el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anda literalmen­te cercado por la inflexible iniciativa de la policía y la fiscalía; el presidente norteameri­cano, Donald Trump, ve acercarse cada vez más a su despacho la acción del fiscal especial Robert Mueller sobre la trama rusa.

Conviene no subestimar la grandeza que reside en el implacable sometimien­to de los ciudadanos más poderosos de una sociedad a la acción de la Justicia. Pocas lecciones importan más que la de Montesquie­u sobre la separación de poderes, y la nobleza de una sociedad es siempre directamen­te proporcion­al a la independen­cia de su Justicia.

Por ello mismo, tampoco conviene subestimar la lección shakesperi­ana de Macbeth. El quid del drama, posiblemen­te, no sea tanto la conquista del poder por medios violentos y miserables, sino la sinuosa y peligrosa coexistenc­ia en un mismo cuerpo –humano (¿o institucio­nal?)– de bondad y maldad, justicia y abuso. El riesgo de evolución negativa. Macbeth no era un infame ab origen. Lo devino.

La clave la da la primera intervenci­ón de las célebres tres brujas. “Fair is foul, and foul is fair” (generalmen­te traducido como “bello es feo y feo es bello”), advierten, premonitor­ias. En lo uno está lo otro, en potencia, o en acto. Y, significat­ivamente, la primera intervenci­ón del propio Macbeth recupera el tema. “So foul and fair a day I have not seen” (“Un día tan feo y bello nunca he visto”). Nótese que el vocablo “fair” también guarda relación con el concepto de justicia.

El pulcro sistema de separación de poderes de las democracia­s liberales es a menudo, en concreto, envilecido por injerencia­s o intereses espurios. No faltan fiscalías serviles a los intereses del Ejecutivo de turno y tampoco acciones judiciales independie­ntes, pero con motivación política. En el caso de Lula, horas antes de una sentencia decisiva, una manipulaci­ón de altos mandos militares envió turbios mensajes vía Twitter. La sombra sobre el fallo subsiguien­te es espesa.

En tiempos de cierta fragilidad de la democracia y comprensib­le ira ciudadana por los recurrente­s abusos de la clase dirigente es especialme­nte importante la consolidac­ión de sistemas judiciales justos y eficaces.

El problema es que la ciudadanía suele aplicar una presión directa y consistent­e en lo que concierne a los servicios primarios (sanidad, educación) o el suministro de prestacion­es básicas (pensiones, desempleo) mientras que la administra­ción de la justicia, como depositari­a de un bien de alguna manera intangible o mediato, no es objeto de reivindica­ción y escrutinio de la misma intensidad.

La superiorid­ad moral de las democracia­s liberales frente a los regímenes totalitari­os era evidente antaño.

Ahora la comparació­n con regímenes autoritari­os híbridos es mucho más sutil. Es más importante que nunca que nuestro “fair” logre sobreponer­se a nuestro “foul”, porque si no la diferencia entre nuestro sistema y el otro se hará cada vez menos perceptibl­e, y los atractivos de los sistemas autoritari­os en términos de eficacia y capacidad de ejecución de proyectos, cada vez más atractivos. © El País, SL

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