La irracionalidad del hombre afecta la economía más de lo que dice la teoría
Imagínese que un día despierta, abre los diarios, y los mercados están más de 20% abajo. Intenta buscar una noticia nueva para justificar tamaño desplome, pero no la encuentra. Recuerda que su analista de confianza le había explicado uno de los principios financieros básicos: los precios reflejan toda la información relevante existente en un momento dado, y solo varían si se modifica dicha información. Es decir, lo que acaba de suceder no podría haber ocurrido.
Esto fue exactamente lo que pasó, entre otros casos similares, el 19 de octubre de 1987 con el índice Dow Jones. El más importante del planeta. ¿Cuál era el precio correcto de mercado? ¿El de apertura? ¿O el de cierre? Entre ambos había nada menos que US$500.000 millones de diferencia pero ninguna noticia significativa nueva. Ríos de tinta escritos por la ciencia económica por años desmentidos en pocas horas.
¿Qué pasó? La teoría económica neoclásica había sido fundada sobre un principio equivocado: el hombre actúa racionalmente. Un supuesto cierto en algunas circunstancias pero no en otras. Esta aparente anomalía ya había sido detectada hacía algunos años. Varios no economistas empezaron a incursionar en esta ciencia insinuando que el hombre no siempre actúa racionalmente. Los trabajos de los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman le valieron a este último el Nobel en economía en 2002. Hace poco el economista Richard Thaler obtuvo otro por mostrar la influencia que la psicología tiene en las decisiones económicas.
Hoy sabemos que existen innumerables situaciones económicas donde el hombre actúa de manera irracional. Enumero solo algunas:
1) Sesgo a la confirmación de ideas: miramos la realidad sesgadamente haciendo más foco en la información que confirma nuestros pensamientos. Esto lleva a que cuanto más información buscamos, más convencidos terminemos de lo que creemos, independientemente del acierto de nuestra creencia. En un ensayo se tomaron dos grupos de personas. Uno a favor de la pena de muerte y otro en contra. A ambos grupos se les dieron a leer exactamente los mismos seis libros. Tres favorables a la pena de muerte y tres contrarios. Luego de leerlos, ambos grupos dijeron estar más convencidos que antes de su posición inicial.
2) La brecha de empatía: tendemos a predecir el futuro suponiendo que la situación en la que nos encontramos en el momento de predecirlo persistirá. Está probado que los que hacen compras mensuales en el supermercado tienden a adquirir de más cuando las hacen con hambre, a pesar de que el hambre de hoy no debería influir materialmente en el consumo mensual. Por razones análogas, en los mercados financieros es evidente que el mejor momento para comprar es el de máximo pesimismo y el mejor para vender es el de máximo optimismo. A pesar de eso en los momentos de alto pesimismo la gente vende y en los de mayor optimismo compra. Creemos que el futuro seguirá siendo como el presente aún cuando el presente sea anormal.
3) Posición relativa versus posición absoluta: varios experimentos sociales demostraron que muchos prefieren ganar menos dinero siempre que ganen más que sus pares. Prefieren actuar en contra de sus propios intereses a cambio de una posición relativa mejor. Esto da por tierra con la teoría neoclásica que suponía que cada uno busca maximizar su propio beneficio.
4) El valor de no hacer nada: la mente subestima el valor de no hacer nada. El hombre siente que para ganar algo debe como contrapartida “hacer algo”. A pesar que hay infinidad de estudios que demuestran que la rentabilidad de un portafolio es en promedio mayor cuantas menos compras y ventas hay en él, los administradores de inversiones se siguen inclinando a comprar y vender con una frecuencia inusitadamente alta. Sienten que así “hacen valer” su trabajo aún a costa de reducir los resultados.
5) Exceso de confianza e ilusión del control: hay personas dispuestas a pagar más por un boleto de lotería si las dejasen elegir el número a pesar de que esa elección no incrementa las probabilidades de éxito. Otra investigación mostró que 70% de los analistas de acciones se considera mejor que el promedio y 80% de los estudiantes cree que terminará entre el primer 50% de la clase. Imposible. Irracional.
La pregunta entonces es: ¿Podemos construir una ciencia económica y financiera si la ésta se basa en las decisiones de un ser que muchas veces actúa irracionalmente? La respuesta es afirmativa. Los estudios de la “Economía del Comportamiento” muestran que las personas son irracionales pero de manera predecible y sistemática. Esto salva el carácter científico de la economía aunque obliga a un replanteo profundo de la misma.
Los profesionales que primero admitan este accionar irracional del hombre y lo incorporen en sus modelos predictivos, tendrán una ventaja competitiva sobre los que no lo hagan. Podrán pronosticar con mayor precisión el futuro y los valores de los activos financieros, con la mayor rentabilidad que ello implica. Al mismo tiempo, un futuro menos incierto generará una asignación más eficiente de los recursos con el consiguiente aumento de la riqueza.
Hay innumerables situaciones donde actuamos de manera irracional