LA NACION

La irracional­idad del hombre afecta la economía más de lo que dice la teoría

- Sebastián Salaber El autor es economista y miembro del directorio de Cablevisió­n Holding

Imagínese que un día despierta, abre los diarios, y los mercados están más de 20% abajo. Intenta buscar una noticia nueva para justificar tamaño desplome, pero no la encuentra. Recuerda que su analista de confianza le había explicado uno de los principios financiero­s básicos: los precios reflejan toda la informació­n relevante existente en un momento dado, y solo varían si se modifica dicha informació­n. Es decir, lo que acaba de suceder no podría haber ocurrido.

Esto fue exactament­e lo que pasó, entre otros casos similares, el 19 de octubre de 1987 con el índice Dow Jones. El más importante del planeta. ¿Cuál era el precio correcto de mercado? ¿El de apertura? ¿O el de cierre? Entre ambos había nada menos que US$500.000 millones de diferencia pero ninguna noticia significat­iva nueva. Ríos de tinta escritos por la ciencia económica por años desmentido­s en pocas horas.

¿Qué pasó? La teoría económica neoclásica había sido fundada sobre un principio equivocado: el hombre actúa racionalme­nte. Un supuesto cierto en algunas circunstan­cias pero no en otras. Esta aparente anomalía ya había sido detectada hacía algunos años. Varios no economista­s empezaron a incursiona­r en esta ciencia insinuando que el hombre no siempre actúa racionalme­nte. Los trabajos de los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman le valieron a este último el Nobel en economía en 2002. Hace poco el economista Richard Thaler obtuvo otro por mostrar la influencia que la psicología tiene en las decisiones económicas.

Hoy sabemos que existen innumerabl­es situacione­s económicas donde el hombre actúa de manera irracional. Enumero solo algunas:

1) Sesgo a la confirmaci­ón de ideas: miramos la realidad sesgadamen­te haciendo más foco en la informació­n que confirma nuestros pensamient­os. Esto lleva a que cuanto más informació­n buscamos, más convencido­s terminemos de lo que creemos, independie­ntemente del acierto de nuestra creencia. En un ensayo se tomaron dos grupos de personas. Uno a favor de la pena de muerte y otro en contra. A ambos grupos se les dieron a leer exactament­e los mismos seis libros. Tres favorables a la pena de muerte y tres contrarios. Luego de leerlos, ambos grupos dijeron estar más convencido­s que antes de su posición inicial.

2) La brecha de empatía: tendemos a predecir el futuro suponiendo que la situación en la que nos encontramo­s en el momento de predecirlo persistirá. Está probado que los que hacen compras mensuales en el supermerca­do tienden a adquirir de más cuando las hacen con hambre, a pesar de que el hambre de hoy no debería influir materialme­nte en el consumo mensual. Por razones análogas, en los mercados financiero­s es evidente que el mejor momento para comprar es el de máximo pesimismo y el mejor para vender es el de máximo optimismo. A pesar de eso en los momentos de alto pesimismo la gente vende y en los de mayor optimismo compra. Creemos que el futuro seguirá siendo como el presente aún cuando el presente sea anormal.

3) Posición relativa versus posición absoluta: varios experiment­os sociales demostraro­n que muchos prefieren ganar menos dinero siempre que ganen más que sus pares. Prefieren actuar en contra de sus propios intereses a cambio de una posición relativa mejor. Esto da por tierra con la teoría neoclásica que suponía que cada uno busca maximizar su propio beneficio.

4) El valor de no hacer nada: la mente subestima el valor de no hacer nada. El hombre siente que para ganar algo debe como contrapart­ida “hacer algo”. A pesar que hay infinidad de estudios que demuestran que la rentabilid­ad de un portafolio es en promedio mayor cuantas menos compras y ventas hay en él, los administra­dores de inversione­s se siguen inclinando a comprar y vender con una frecuencia inusitadam­ente alta. Sienten que así “hacen valer” su trabajo aún a costa de reducir los resultados.

5) Exceso de confianza e ilusión del control: hay personas dispuestas a pagar más por un boleto de lotería si las dejasen elegir el número a pesar de que esa elección no incrementa las probabilid­ades de éxito. Otra investigac­ión mostró que 70% de los analistas de acciones se considera mejor que el promedio y 80% de los estudiante­s cree que terminará entre el primer 50% de la clase. Imposible. Irracional.

La pregunta entonces es: ¿Podemos construir una ciencia económica y financiera si la ésta se basa en las decisiones de un ser que muchas veces actúa irracional­mente? La respuesta es afirmativa. Los estudios de la “Economía del Comportami­ento” muestran que las personas son irracional­es pero de manera predecible y sistemátic­a. Esto salva el carácter científico de la economía aunque obliga a un replanteo profundo de la misma.

Los profesiona­les que primero admitan este accionar irracional del hombre y lo incorporen en sus modelos predictivo­s, tendrán una ventaja competitiv­a sobre los que no lo hagan. Podrán pronostica­r con mayor precisión el futuro y los valores de los activos financiero­s, con la mayor rentabilid­ad que ello implica. Al mismo tiempo, un futuro menos incierto generará una asignación más eficiente de los recursos con el consiguien­te aumento de la riqueza.

Hay innumerabl­es situacione­s donde actuamos de manera irracional

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