LA NACION

El orgullo europeo que impulsa a Mcilroy desafía al líder Reed

En procura del Major que le falta, el norirlandé­s debe pasar la valla del estadounid­ense, que está en condicione­s de dar el salto

- Gastón Saiz

AUGUSTA.– Apretó el puño y lo impulsó furioso hacia adelante para festejar su último acierto del día. Ese efecto palanca que simuló con su brazo derecho resumió una clara muestra de poder, la señal más certera de que está más vivo que nunca. Rory McIlroy abandonó el green mientras asentía con la cabeza convencido de que esta vez sí, cómo no, le llegó la gran chance de obtener el huidizo Masters. Más maduro, más sabio a los 28 años, más consciente de lo que está en juego, se colocó en posición para agregar el último torneo grande que le falta a su colección.

El público se unió en un alarido y saltó de sus sillas verdes para acompañarl­o en este lance de reescribir los libros. Si triunfa hoy, se convertirá en el primer europeo en reunir el cuarteto de certámenes de Grand Slam y el sexto golfista en la historia. Hay una silla reservada para él junto con los norteameri­canos Ben Hogan, Gen Sarazen, Jack Nicklaus, Tiger Woods y el sudafrican­o Gary Player, estos tres últimos presentes en Augusta National, y los dos primeros observando la apuesta del norirlandé­s desde el cielo de los golfistas.

Pero McIlroy, autor de 65 golpes (-7), tiene un problema. Una bestia descontrol­ada llamada Patrick Reed, con sus cachetes colorados y esa frialdad para meter putts desde donde sea. Poco carisma, cierto aspecto antipático, aunque con un deseo enorme de dar un salto de nivel. ¿Y qué significa esta búsqueda en el golf? Ganar un Major, ni más ni menos. Lo mismo que persigue Rory, pero desde otra perspectiv­a. El texano manda con 202 golpes (-14), voló alto con águilas en el 13 y el 15 y le lleva tres al ex novio de la tenista Caroline Wozniacki, aquel que en su infancia en Holywood, Irlanda del Norte, intentaba embocar pelotitas en el agujero del lavarropas de su casa.

Son tres golpes de diferencia, que en realidad no son nada. De un sacudón, el tablero puede darse vuelta como ocurre frecuentem­ente en el Masters. La desgracia golfística anida en cualquier hoyo y el propio Rory estuvo cerca del desastre: en el hoyo 13 pegó el tercer tiro rodeado de azaleas y con un lie espantoso. “Era un mar de rosa”, recordó sobre aquel par 5, en el que finalmente salvó el par. Las complicaci­ones pueden acechar en cada rincón de esta tierra verde y allí tendrán la chance Rickie Fowler (-9), que también quiere su primera coronación grande, y el español Jon Rahm (-8), el corpulento que hace cada swing inspirado en la valentía eterna de Severiano Ballestero­s. Si hay lugar para uno más, allí estará el sueco Henrik Stenson (-7), campeón del Open Británico 2016.

“Toda la presión será para Reed”, juró McIlroy. Minutos después, el ex universita­rio de Augusta State, le respondió: “Supongo que tengo la presión porque soy el líder, pero al mismo tiempo Rory está intentando conseguir el Grand Slam. Puede verse de las dos maneras”. Un factor decisivo

¿Quién carga con la mayor responsabi­lidad real y cómo la manejarán? Allí radicará uno de los factores de un Masters emocionant­e, que en la tercera vuelta se enseñó más benévolo por los efectos de la lluvia. Los greens se volvieron más lentos y receptivos; ya no fueron esas mesas de pool de los dos primeros días y de ahí varios scores muy bajos: las tres tarjetas de 65 de McIlroy, Fowler y Rahm, los 66 del inglés Tommy Fleetwood y los 67 de Reed.

En su historial en majors, Reed tuvo su pico al finalizar segundo en el PGA Championsh­ip 2017, detrás de Justin Thomas. Con cinco títulos en el PGA Tour, se transforma especialme­nte en una fiera cuando le toca defender a su país en la Copa Ryder. Habrá que atender cómo afronta el Masters con una ventaja de tres golpes. McIlroy, campeón en cuatro citas grandes, no tiene un buen recuerdo en la misma situación en Augusta National: en 2011 jugó en el último grupo con Ángel Cabrera, pero aquel domingo sucumbió con un score de 80 que lo dejó en el 15º puesto. “Aquel torneo fue un gran punto de quiebre en mi carrera. Fue la vez que me di cuenta de que no estaba preparado para ganar esta clase de campeonato­s y supe que debía hacer algunas cosas de manera diferente, pero ahora estoy listo”, prometió.

Jack Nicklaus contó que fue capaz de dormir entre 9 y 10 horas en las noches previas a sus seis consagraci­ones en el Masters. Sabía cómo manejaría el compromiso al día siguiente y nada le alteraba su sueño. Cada uno con su objetivo, McIlroy y Reed quizás hayan tenido algún motivo para desvelarse anoche. La superación personal y la historia los espera.

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Patrick smith / afp tras el birdie en el último hoyo de una gran tarde, mc ilroy siente que está cerca

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