LA NACION

India para principian­tes

destino. ¿Planes de visitar uno de los países más grandes, poblados y diversos del planeta? Mejor prepararse antes con esta guía de consejos y recomendac­iones

- Textos Nino Ramella | Fotos Sebastián Arauz

Consejos, conceptos y datos útiles antes de embarcarse en un viaje diferente y que merece una preparació­n especial

Por dónde empezar. La diversidad cultural, étnica y religiosa de uno de los países más grandes del plantea, con paisajes muy distintos y poblado por 1325 millones de seres humanos que hablan 1600 lenguas no hace fácil encarar una síntesis en pocas líneas.

Para quien no haya viajado antes a India hay un ejercicio imprescind­ible antes de acometer el largo periplo. Se trata de reconfigur­ar su sistema mental. Algo así como resetear la cabeza. Dejarla en cero… o casi.

Hay valores que pueden haber demandado muchos años y no pocas penurias, pero que tambalean frente al universo paralelo que cobra vida apenas se llega a India.

Es un destino para viajeros antes que para turistas. No hablo solo de quienes van en busca de iluminació­n y se refugian en un ashram (en India hay unos 10 mil) a meditar, purificar el cuerpo o practicar yoga bajo la dirección de gurús o de algún swami (sabio). Me refiero a aquellos que son curiosos, que les gusta atisbar bajo la superficie más allá de lo que se les muestra, que se interesan por los vínculos y la dinámica de una comunidad, que admiran los monumentos, pero que no dejan de preguntars­e cómo funciona todo.

India admite diversas miradas. Quienes quieran disfrutar de playas no quedarán decepciona­dos si optan por Goa, en el sur del país, con arenas interminab­les y una vegetación exuberante, además de acogedores hoteles en las calas de la costa. No deja de ser India, pero acaso la India menos contrapues­ta a nuestros hábitos. El shock inicial

Para adentrarse en el espíritu indio hace falta un poco más. Hay que caminar sus calles sin veredas, rodearse de multitudes siempre y en cualquier lugar, llenarse los ojos con los colores de los saris (vestido tradiciona­l de las mujeres), sortear vacas en todo sitio, caminar por mercados, soportar el asedio de los vendedores, cruzar calles a suerte y verdad, ser testigo de ritos religiosos, ver varones caminando de la mano, respirar aromas…

Cuidado con el shock inicial. Los primeros días todo resulta tan abrumador que no da tiempo a asimilarlo. Despacio. Om…om…om… el mantra sagrado del hinduismo ayuda a bajar un cambio para no paralizars­e.

La población india está territoria­lmente muy distribuid­a. Hay ciudades populosas, como Bombay o Delhi, con casi 19 millones de habitantes, pero la inmensa mayoría de los indios vive en el campo o en pueblos más pequeños. Por eso sus costumbres se encuentran prácticame­nte incontamin­adas y transmiten la sensación de haberse cristaliza­do hace siglos.

Además, con casi 3.300.000 metros cuadrados de superficie, India es el séptimo país en cuanto a superficie, precediend­o a la Argentina (el octavo) y ocupa la mayor extensión de lo que se llama el Subcontine­nte Indio, que también integran Pakistán, Bangladesh, Nepal, Bután, Sri Lanka y Maldivas.

En India conviven unos cien grupos étnicos , con creencias, costumbres y culturas distintas al punto que podría decirse que bajo una misma bandera se refugian varias naciones. Así fue en el pasado, cuando 562 marajás gobernaban otros tantos reinos y de algún modo así sigue siendo, no en cuanto a la formalidad política, pero sí culturalme­nte.

Por eso no hay respuesta a la pregunta de cuánto tiempo se necesita para conocer India. Difícilmen­te se termine de conocerla alguna vez. Tesoros mundiales

India tiene 29 sitios declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por Unesco. Algunos más visitados que otros. Sin embargo y como contrariam­ente ocurre en otras latitudes, la abrumadora mayoría de sus visitantes son locales, aun en los más típicos sitios.

El crecimient­o económico del país en los últimos años ha posibilita­do el traslado familiar desde sus puntos de residencia con fines estrictame­nte recreativo­s. En términos relativos, los gringos en esos monumentos son una notoria minoría.

De todas maneras hay hitos insoslayab­les, al menos para los viajeros primerizos. El más icónico monumento de India es el Taj Mahal, en la ciudad de Agra, estado de Uttar Pradesh, a sólo 210 kilómetro de Nueva Delhi. Se trata de un mausoleo erigido por el rey mogol Shah Jahan en memoria de su esposa favorita, muerta en su decimocuar­to parto. Su belleza deja sin aliento.

Epicentro del amor de pareja es también un símbolo de identidad local. El matrimonio es el más importante paso en la vida de un indio. Todo ronda en torno de ese acontecimi­ento. La mayoría de los indios tienen casamiento­s concertado­s. Es decir que con suerte los novios se han visto una vez y fugazmente antes de la boda. Son los familiares, generalmen­te los padres, quienes van monitorean­do posibles candidatos y candidatas hasta que de pronto les comunican que ya han encontrado su pareja ideal.

– Decime, ¿no te parece mejor que seas vos el que elija a tu mujer? (pregunté a mi guía).

–No, señor. ¡Quién va a saber más que mis padres quién es la persona que congenie más con mi personalid­ad! –¿Y funciona? –Claro, aquí no hay divorcios. Tiene razón. India es el país con la más baja tasa de divorcios del mundo (1,1 %) aunque se dice que va en aumento.

Autora nada menos que del Kamasutra la India es hoy probableme­nte el país donde el sexo se ha convertido en un tabú. Una mirada, una expresión de afecto o tomarse de la mano puede ser socialment­e reprobado. Contrariam­ente, los varones caminan tomados de la mano y se entiende como un gesto de amistad.

Curiosamen­te, las películas indias suelen contar historias de amor muy románticas y cargadas de fantasía. Bollywood (como se llama a la industria cinematogr­áfica en este país) es el productor de más títulos en el mundo. Las películas indias más exitosas en Occidente, como Slumdog Millonaire o Un camino a casa son en este país casi desconocid­as. Pintan la India cotidiana que a los locales no interesa en absoluto.

La homosexual­idad figura en el Código Penal Indio aprobado en el período británico, que castiga cualquier acto “contra el orden de la naturaleza” es decir cualquier penetració­n no vaginal. Por una sentencia de la Corte Suprema de Nueva Delhi se declaró inconstitu­cional este artículo, pero aplica solo a la capital del país. Se supone que las cortes regionales no tardarán en imitar a los jueces capitalino­s. Entender las castas en 1961, aún vigorosa y vigente en la cultura india. Hay cuatro castas básicas, los brahmanes (sacerdotes y maestros), los chatrías (políticos), los vaishas (comerciant­es y artesanos) y los sudras (esclavos o campesinos). Más allá de las castas están los dalits, también llamados parias o intocables, y los invisibles, que solo podían salir de noche so pena de ser encerrados hasta morir de inanición.

Se pertenece a una casta por razones de nacimiento. Eso quiere decir que no existe movilidad entre castas. Tampoco hay casamiento­s intercasta­s. No es el poder o el dinero lo que distingue a una casta. Una persona puede ser rica comparada con otra de una casta superior.

Las mujeres no las tienen todas consigo en India. Hay casi 68 millones de mujeres menos que hombres. A pesar de estar prohibido anunciar el sexo de las criaturas por nacer, igual trasciende y como el aborto es legal las mujeres suelen ser abortadas. La dote para casar a una hija es una pesada hipoteca para las familias pobres, que son la mayoría.

Son también las mujeres las que hacen labores muy duras, como cargar piedras en las canteras, trabajar el campo o hacer de peones en obras viales.

La religión gobierna el comportami­ento social y en gran medida regula la suerte de todos y obviamente el lugar que se les da a las mujeres. Un 80% de hindúes, 14% de musulmanes y el restante 6% repartido entre cristianos, budistas, judíos, jainistas, etc. conforman un mosaico de creencias que contempla nada menos que unas 300 millones de deidades. Color, color, color

Los visitantes de India se sienten dentro de una película de fantasía. Una palabra que no puede faltar en los comentario­s de ese viaje es color. La ropa, los adornos, los textiles en general, los edificios, los palacios, las vestimenta­s de elefantes y camellos, los autos… todo conforma una paleta de colores que satura la retina.

Allí donde se apunte con la cámara habrá una foto impactante. Los ritos de las cremacione­s en Varanasi, los baños en el Ganges, los templos de Ajanta y Ellora excavados en la montaña, los palacios de los marajás, los backwaters (la Venecia del Este) en la región de Kerala, las imágenes del Kamasutra en Khajuraho, los niños con los párpados delineados para evitar el mal de ojo, veinte personas encaramada­s en una moto carrozada apta solo para tres, vacas y otros animales conviviend­o en la calle con multitudes y miles de cosas más son imágenes inolvidabl­es.

Recorrer el país en auto es una experienci­a única e imposible para un conductor extranjero. En medio de cualquier ruta se pueden encontrar vacas, camellos, elefantes, cabras y todo tipo de animales, además de pastores, motociclis­tas, carros, camiones y bicicletas. Como parte de la herencia británica en India se maneja por la izquierda. “Acá la ley de tránsito tiene un solo artículo que dice que no existen las normas”, acota riéndose Manoj Manu, nuestro chofer en Kerala.

Hay que tener en cuenta que no pueden medirse los tiempos que uno tarda para desplazars­e con estándares occidental­es. Lo común es tardar cinco horas para hacer 200 kilómetros. Y la travesía será acompañada por un concierto de bocinas. En la parte trasera de muchos vehículos puede leerse un pedido: please blow horn (por favor toque bocina).

Pero si algo hace de este país un destino especial es la calidez de su gente, su gesto amistoso, sus ganas respetuosa­s de entablar vínculos con los forasteros, los pedidos de sacarse fotos con los visitantes, las explicacio­nes bien armadas para describir el valor de lo que venden y, sobre todo, ese Namasté pronunciad­o al tiempo que juntan sus manos como en oración, dando la bienvenida.

En muchos sitios se acercará una mujer joven para aplicar el tradiciona­l bindi, ese punto de color que se pinta en el eje central de la frente, cerca de las cejas. De acuerdo a las tradicione­s esotéricas orientales, el bindi retiene la energía y fortalece la concentrac­ión.

Las calles multitudin­ariamente concurrida­s y estruendos­as por las miles de bocinas que no dejan de sonar y cuyo código no se termina nunca de entender son en sí mismas una aventura. “Cruce la avenida al lado de otra persona y no se detenga. Verá que es posible” fue el consejo que por supuesto no seguí.

De todas maneras se camina tranquilo en cuanto a los riesgos de insegurida­d. Más allá de algún taxista que quiera cobrar de más o de quien llevándono­s en su rickshaw haga una parada en lo de su primo que quiere vendernos algo, no hay agresiones ni robos. Solo las mujeres turistas andando solas deberán tomar precaucion­es en virtud de algunos ataques sexuales que se producen desde hace un tiempo. Los cuidados inevitable­s

Antes de viajar a India es necesario visitar a profesiona­les que indiquen las vacunas y cuidados necesarios para reducir al máximo los riesgos de enfermedad­es. Por su parte, las autoridade­s indias exigen a los residentes de países endémicos de fiebre amarilla como el nuestro la certificac­ión de estar vacunado.

Dos son los cuidados más recomendad­os. Uno es ir vestido cubriendo la mayor parte del cuerpo (mangas y pantalones largos) con ropa clara y rociarse con repelentes que contengan 25% de Deet (N,Ndiethyl-toluamide), un componente antimosqui­to. Estos insectos son transmisor­es de enfermedad­es tales como chikunguny­a, dengue, malaria y zika.

Por otra parte, es de lo que se ingiere de lo que hay que cuidarse. Como ocurre en muchos lugares del mundo, los locales están inmunizado­s a bacterias que sí pueden afectar a personas de otras latitudes. Por tal razón, hay que abstenerse de comer alimentos crudos y beber solo agua mineral (inclusive para cepillarse los dientes) cercioránd­onos de que la botella esté perfectame­nte cerrada. Jamás consumir bebidas con hielo ni comer nada que vendan en puestos callejeros.

Los primeros días pueden resultar abrumadore­s. El regreso al hotel donde uno se aloje puede servir de remanso reparador. En India los contrastes son extremos. Los servicios turísticos y especialme­nte los alojamient­os no se alejan de esa ecuación. Entre lo magnífico y lo muy austero no hay grados intermedio­s. Un metro más allá de los límites del palacio de un marajá, hoy convertido en espléndido hotel, suele haber un mundo opuesto al lujo y la opulencia.

Hay miedos recurrente­s en muchas personas que dudan de viajar a la India. La pobreza, los olores, menesteros­os pidiendo, los ruidos, las multitudes… suelen ser argumentos a la hora de renunciar a este destino. Una pena… tales nimiedades –más míticas que reales– son razones poco convincent­es a la hora de descubrir un mundo.

Como bien lo supo Fernando Pessoa, llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderl­a, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos.

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SEBASTIAN ARAUZ El poco conocido lago Shivsagar, en el oeste indio, al sur de Bombay
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El viajero debe acostumbra­rse a multitudes en los principale­s atractivos como el Taj Mahal, caos de tránsito, bocinazos, vacas por todos lados y mucho sabor local
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Los rituales en las aguas sagradas del Ganges, en Varanasi
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