La cultura como espacio de unión
Los avances en infraestructura deben articularse con la democratización de los saberes
Antes de que comenzara el concierto del coro de niños que se armó en el barrio 20 de Lugano, el profesor le dijo a uno de los chicos: “Hoy vas a brillar”. A lo que el niño respondió: “Yo quiero brillar siempre”. Como decía el músico brasileño Caetano Veloso, “la gente quiere brillar”, pero eso obviamente es mucho más difícil si hay que soportar dificultades cotidianas extremas como las que deben enfrentar los chicos del barrio 20 y de todos los barrios informales de la ciudad. El abandono en el que vivieron esas zonas es de larga data y, si quieren ser transformadas, son necesarias iniciativas tanto estatales como de la sociedad civil. El cambio solo puede venir de la combinación de políticas culturales públicas con proyectos que surgen de los propios barrios, de las organizaciones civiles y de la ciudadanía en su conjunto.
En la actualidad, la aprobación de las leyes de urbanización de los barrios informales (entre los que se incluyen Rodrigo Bueno en Costanera Sur, la 31 en Retiro, la 20 en Lugano y el Playón de Chacarita) es el resultado de un proceso que contó con la participación y el consenso de todos sus habitantes. La aplicación de las leyes abre un panorama inédito no solo para el futuro de otros barrios informales sino para el diálogo, el debate y el mejoramiento de las condiciones de vida. Una oportunidad que hay que saber aprovechar. Por eso una urbanización de los barrios informales no gira solamente alrededor de la construcción de infraestructura y viviendas. Es necesario que los derechos sean pensados en red: el derecho a la vivienda debe ser articulado con los derechos al trabajo, a la cultura, a la educación, a la salud, a la ciudad.
El objetivo de la urbanización forma parte de una meta mayor: la integración. En esta encrucijada, a la cultura le corresponde un papel fundamental. Pero no la cultura entendida como los productos que una elite distribuye desigualmente, sino como el ámbito en el que vivimos y que transformamos día a día. En un uso del término que ya está más o menos aceptado, la cultura es –como la definió el crítico George Yúdice– un recurso, un modo de producir riqueza simbólica y material, un espacio para desarrollar capacidades diversas y construir identidades. nada hay más falso que la idea de que viene después, de que se trata de algo superfluo o accesorio. Esta postura olvida que la división entre lo material y lo simbólico sirve a los fines del análisis pero que, en la realidad, ambas dimensiones son inseparables. Solo la educación y la cultura pueden darles a los ciudadanos recursos para que la urbanización pueda sostenerse en el tiempo. Que en los barrios se contemple la construcción de centros culturales –como el que está llamado a concurso arquitectónico para el barrio Rodrigo Bueno– muestra la necesidad de instalar estructuras que permitan sostener actividades culturales a largo plazo, como las que se llevan a cabo en la Casa de la Cultura de la 21-24.
En el mundo intelectual se acostumbra a hacer clasificaciones de la cultura y esto, cuando se lleva a las prácticas concretas, suele derivar en posturas condescendientes, cuando no paternalistas. En ese sentido, considero que los proyectos públicos o particulares no deben formar a las personas según ciertos principios doctrinarios, sino promover una ciudadanía activa, capaz de tomar decisiones y de participar de los proyectos públicos y particulares. Uno de los principales objetivos de las actividades culturales en los barrios, sean orientadas hacia el arte, hacia el trabajo o hacia ambos, tienen que ser las destrezas y el saber hacer. Democratizar los saberes, construir las condiciones de acceso a los bienes culturales, incentivar el uso de los recursos de la cultura son claves si lo que se quiere es integrar y hacer en serio una ciudad más igualitaria.