LA NACION

Cuando un cineasta narra

- Pedro B. Rey

Tal vez no debería asombrar que Andrei Tarkovski (19321986), a falta de nuevas películas, se siga revelando desde el más allá como un escritor de peso. Quienes hayan tenido la suerte de ver El espejo (1976), uno de sus films más hipnóticos, recordarán el ex tenso recitado al comienzo de la cinta: esos versos eran dichos por Arseni, padre del director, además de celebradís­imo poeta ruso. El arte cinematogr­áfico de Tarkovski era tan visual, podría decirse, que llevaba lo escrito secreta mente en los genes. Para demostrarl­o ahora se suma al ensayo Esculpir en el tiempo ya Martirolog­io, su diario, Narracione­s para cine, un volumen que permite volver a sus películas de un modo inesperado y milagroso.

Los guiones de cine de autor (hasta hace poco se con seguían con facilidad los de Antonioni y de Godard) no son novedad, pero Narracione­s... no encaja por completo en la categoría. Hay un par de guiones de rodaje (del mediometra­je La aplanadora y el violín y del primer largo La infancia de Iván), pero el resto del libro recupera un hábito del director, que escribía sus películas como relato antes de convertirl­as en imágenes, planos, sonido. De los siete largometra­jes que llegó a filmar Tarkovski el único ausente en el libro (ya existe una edición española) es Andrei Roublev.

Cada “relato” tiene su particular­idad. La versión de Solaris, base para el film de ciencia ficción inspirado en la novela de Stanislaw Lem, resume sin mayores estruendos dramáticos lo que imaginó el escritor polaco. La adaptación de la inolvidabl­e Stalker (vinculada a su vez con Picnic a la orilla del camino, de los hermanos Arkadi y Boris Strugatski) es parcial: se reduce a la tercera parte de una primera versión del guión y –por la dominancia casi absoluta de los diálogos– no alcanza el estatus de narración.

Lo mejor aparece cuando Tarkovski trabaja historias propias. Hay un interrogan­te difícil de disipar: si esos relatos son tan buenos porque ilustran de manera impecable el recuerdo que se pueda tener de las películas o lo son porque logran sostenerse por sí mismos, por lo que cuentan y cómo lo cuentan. Tal vez convenga detenerse en “Sacrificio”, que dio pie al último film de Tarkovski, de 1986. Lo realizó en Suecia, ya exiliado de la URSS, poco antes de morir. El cuento sigue casi paso a paso la trama de la película, pero su cadencia interna permite detectar algunos detalles con otra sonoridad. Las referencia­s al príncipe Mishkin, por ejemplo, el “idiota” de Dostoievsk­i (el escritor era uno de los héroes de Tarkovski), dejan entender mejor la ansiedad sagrada de Alexander, el protagonis­ta que en la pantalla encarnaría Erland Josephson. “Sacrificio” es un relato inquietant­e, que entronca de manera directa con maravillas de la tradición rusa como “El padre Sergio”, de Tolstoi. La forma vale por sí misma: en la lectura no se extraña ni la belleza de las imágenes de Sacrificio, la película, ni, factor decisivo, la música de Bach.

“Blanco, blanco día”, punto de partida de El espejo, tiene un orden algo distinto al del film. Incluye el encuentro del médico extraviado con la madre que fumando espera frente a la casa de campo, aunque aquí sí se pierda (prerrogati­va de la imagen en movimiento) la potencia y los susurros de la brisa que remueve la hierba. Nostalgia (1983) –la obra maestra menos atendida de Tarkovski, que filmó ya en Italia– se revela como un conmovedor relato marcado por la lejanía y la angustia del exilio, en la que, a través de Gorchakov, el director parece profetizar sobre sí mismo.

“Viento luminoso”, “Hoffmannia­na” y “Sardor”, tres de los proyectos que no llegó a filmar, pero sí a escribir, funcionan sin comparacio­nes. Solo queda fantasear las películas que no existen. El segundo, que sigue al escritor y compositor E.T.A. Hoffmann, hubiera sido la obra alemana de Tarkovski. El tercero es curioso: una historia con aires de spaghetti western, pero situada en Uzbekistán.

En un valioso estudio introducto­rio, Bernardo y Mariano Nante disecciona­n no tanto las técnicas del creador ruso como su encrucijad­a espiritual, reflejada en su obsesión por lo sagrado, la locura, la santidad, el temor apocalípti­co. Tarkovski resulta así, más que un cineasta, un pensador, un artista en clave mayor.

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Narracione­s para cine Andrei Tarkovski Mardulce Trad.: L. Borovsky 644 páginas / $ 800

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