LA NACION

Las elecciones en Hungría renuevan la preocupaci­ón en Europa

El polémico Viktor Orban obtuvo su tercer mandato

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– El primer ministro húngaro, Viktor Orban, ícono de las derechas populistas europeas, ganó ayer las elecciones legislativ­as de su país, y podría incluso obtener la mayoría calificada de dos tercios en el Parlamento. Votando en su favor, los electores no solo le otorgaron un tercer mandato: también alentaron aún más a ese mal genio del continente, convencido de que Europa es víctima de una invasión.

Si las primeras cifras se confirman, el Fidez, partido nacionalco­nservador del primer ministro, obtendría 49,15% de los votos, cifra sensibleme­nte superior a las obtenidas en 2014 (45%). El partido de extrema derecha Jobbik registró 20,14% de los sufragios, superando a la lista de izquierda MSZP-P (11,85%). Con 68,80% de participac­ión, los 7,9 millones de electores registraro­n una movilizaci­ón récord desde 2006.

Viktor Orban suele decir: “Me gustaría gobernar durante toda una era”. Aunque todavía lejos, con este tercer triunfo, el primer ministro húngaro habrá ganado una vez más su apuesta: seguir siendo el aguafiesta­s de la UE.

Cuando era joven, quería derribar los muros que separaban este y oeste. Hoy, Viktor Orban apuesta por la estrategia contraria entre el norte y el sur. Querer recibir a los solicitant­es de refugio en la Unión Europea (UE) –afirma– es “una invitación” a venir a Europa.

“Lo que está sucediendo es una invasión. Estamos siendo invadidos”, repite sin cesar. Para él, la prioridad es cerrar las puertas. Y poco importa si hacia el este, el continente cada vez se asemeja más a la Europa de la Guerra Fría, con vallados, muros y policías armados. Poco importa que sus vecinos occidental­es lo detesten o que la imagen de su país haya quedado hecha trizas: el campeón del nacionalis­mo húngaro sigue saboreando su victoria. En su gesta ha sido capaz de arrastrar a la República Checa, Eslovaquia, Rumania y Polonia, que se opusieron a la repartició­n de 120.000 refugiados dentro de la UE, propuesta por la Comisión Europea (CE).

Con su físico de rugbier y su cara curtida, Orban encarna el hombre fuerte, aparenteme­nte habitado por el sentido común. Frente a él, una Europa “demasiado blanda” corre el riesgo de perder su identidad en el vértigo del multicultu­ralismo. Esa Europa está representa­da por Angela Merkel, culpable –a sus ojos– de haber abierto los brazos a los sirios que huyen de la guerra.

Sus críticos ven en Orban un autócrata mesurado. Es verdad, Hungría no es una dictadura. Pero su democracia diverge de la practicada en la mayoría de los otros países del bloque. Sus opositores denuncian una nueva clase de capitalist­as corruptos que se acaparan de vastos sectores de la economía con su bendición. Orban ejerce un férreo control sobre los medios de comunicaci­ón y sobre la Justicia, cambió el sistema electoral en su propio beneficio y cada vez reduce más los espacios de libertad de la sociedad civil.

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