Volver a empezar. Se estrelló contra un árbol y estuvo 18 meses postrado
Carlos Alberto García (46) conducía a alta velocidad por la avenida Figueroa Alcorta y Dorrego. Acababa de comprar sushi en su lugar preferido e iba camino a Ciudad Evita a la casa de su hijo. Pero nunca llegó. Esa mañana de 2016 chocó contra un árbol en plena avenida Figueroa Alcorta. Recién a principios de este año le dieron el alta y hoy trata de aprender a vivir con una discapacidad motriz, que adquirió tras el accidente y que espera que sea transitoria.
“Mi vida empezaba a las 8 de la mañana y terminaba a las 3 de la madrugada del día siguiente. Dormía 4 o 5 horas. Vivía a mucha velocidad y así también conducía”, confiesa Carlos. “Siempre iba rápido, no me daba cuenta al manejar la camioneta que tenía. La mayoría de las veces iba sin cinturón porque pensaba que nunca me iba a pasar nada. Solo lo usaba cuando viajaba con mis hijos”.
El accidente lo dejó inconsciente y estuvo en coma inducido durante 45 días. Recuperó la memoria siete meses después. “Era una plancha, estuve atado a la cama durante meses porque en mi inconsciencia me quería sacar todo lo que tenía conectado”, explica.
Su internación duró un año y durante ese tiempo, tuvo varias operaciones por las fracturas sufridas en todo su cuerpo. Luego estuvo rehabilitándose en ALPI. Actualmente camina con la ayuda de un andador.
“Para recorrer cuatro cuadras tardo media hora. Ahora que estoy en este lugar y mis tiempos son mucho más lentos que los del resto de la gente, puedo ver la falta de educación vial que tenemos. Muchos me pasarían por encima cuando voy cruzando la calle, porque no aguantan esperarme. Muy pocos me tratan con amabilidad”, reflexiona.
Sus triunfos diarios pasan por superar el tiempo que tarda en hacer una determinada distancia, así como movilizar sus brazos o piernas con más fuerza. Todo cambió para él. Muchos de sus clientes y vecinos creían que había muerto en el accidente, y él se asombra cuando lo abrazan, como si hubiera resucitado.
Siente que volvió a nacer. “Aprendí a valorar la vida. Sentir la lluvia en mi cuerpo, luego de un año y medio de no salir de una habitación, fue una de las primeras sensaciones de felicidad que tuve y me conmovió. La primera vez que me pasó, no me importaba mojarme, solo disfruté de estar vivo”, relata.