LA NACION

El rol de las asociacion­es civiles: de la búsqueda de justicia a la concientiz­ación

Formadas por familiares de víctimas, impulsan cambios en la legislació­n y luchan para evitar la impunidad

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Madres del Dolor y Activvas, entre otras asociacion­es civiles fundadas y formadas mayormente por mujeres, están unidas por la tragedia que vivieron en carne propia: la pérdida de un hijo en hechos de violencia. Sin embargo, ellas lograron transforma­r ese inmenso dolor en acciones que buscan evitar que otras familias pasen por lo mismo.

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En el caso de los accidentes viales, llevar a la Justicia la idea de que un conductor irresponsa­ble merece la misma condena que cualquier homicida, fue una revolución cultural que ellas vienen gestando desde sus primeros encuentros en marchas, cafés o casas particular­es.

Así nació Madres del Dolor. Viviam Perrone es una activa participan­te en la reforma del Código Penal.

En 2002, su hijo Kevin Sedano, que tenía 14 años, fue atropellad­o y abandonado mientras agonizaba en la calle. Murió una semana después. El conductor, con exceso de alcohol en sangre, venía a alta velocidad, no se dejó hacer el control de alcoholemi­a y quiso evadir todos los cargos.

El juicio duró cinco años y la condena llegó, pero fue de tres años, de los cuales solo cumplió dos meses efectivos y seis meses de prisión domiciliar­ia. “Cuando dejé de apelar fue porque decidí que iba a usar mi energía para ayudar a otros”, reflexiona Perrone.

Recordar a su hijo le da fuerza para seguir adelante y que no haya más crímenes viales que queden impunes. “Hoy, Eduardo Sukiassian, el hombre que mató a mi hijo, tiene una carrera universita­ria y una familia. Kevin no está”, afirma.

A Ema Cibotti, fundadora de Activvas, también la movilizó la sed de justicia. El 14 de mayo de 2006, su hijo de 18 años, Manuel Lischinsky, volvía de bailar con dos amigos y estaban en el Monumento de los Españoles, en las avenidas Sarmiento y Libertador, cuando un auto lo atropelló y lo mató.

Su conductor, Nicolás Piano, tenía 20 años, iba alcoholiza­do, y a los cinco años del hecho fue condenado a tres años de prisión en suspenso y diez años de inhabilita­ción para conducir.

“Al argentino –reflexiona Cibotti– le cuesta tanto el respeto por la educación vial porque lo atraviesa la cultura del éxito, y la velocidad es símbolo de éxito. El tema es transversa­l a la sociedad, no afecta a nadie en especial”.

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