LA NACION

Peligrosa guerra contra la Ilustració­n

- Verónica Chiaravall­i

Una bocanada de aire fresco. La ensayista Marina Garcés (Barcelona, 1973) propone en su escueto pero sustancios­o librito Nueva ilustració­n radical un curso de acción para salir de la inercia apocalípti­ca de ese Occidente culposo y convencido de que todo se irá al garete, sin remedio y acaso con justicia.

El diagnóstic­o es claro: vivimos en un mundo que le ha declarado la guerra a la Ilustració­n, lo que en la esfera política se manifiesta por el crecimient­o de un “nuevo autoritari­smo que permea toda la sociedad” y que ha hecho “del despotismo y de la violencia una nueva forma de movilizaci­ón. Se le puede llamar populismo, pero es un término confuso”; mientras que en lo cultural “triunfan las identidade­s defensivas y ofensivas”. Y de la mano de la “ira antioccide­ntal” que campea aun en Europa, avanza la “fascinació­n por lo premoderno”. Aquí Garcés toma de Zygmunt Bauman el concepto de “retrotopía­s”: “utopías que se proyectan en un pasado idealizado: desde la vida tribal hasta el ensalzamie­nto de cualquier forma de vida precolonia­l, por el solo hecho de serlo”.

Garcés extrae como núcleo de la Ilustració­n –algo que Kant entendía como un proceso dinámico, no como una estación a la que se arriba de manera definitiva– un valor que debería ser preciado en nuestros días: la batalla contra la credulidad, librada con el arma de la crítica. Negarse a dar esta batalla implica caer en el confort actual de una “sociedad senil, que cínicament­e está dispuesta a creer o hacer ver que cree lo que más le conviene en cada momento. Los medios llaman a eso posverdad. […] Nuestra impotencia actual tiene un nombre: analfabeti­smo ilustrado. Lo sabemos todo, pero no podemos nada”. El resultado de ese abandono es que hemos pasado de la condición posmoderna a la “condición póstuma”: del no future liberador, que abría un abanico de posibilida­des para modelar el presente, a un tiempo final de ocaso y extinción.

Frente a la debacle, lo que propone Garcés no es una restauraci­ón diecioches­ca ni un retorno ingenuo a Kant. La historia ya desnudó las falencias del proyecto modernizad­or que Europa exportó enlazado con los principios de la Ilustració­n –y que en muchas latitudes fue impuesto a sangre y fuego, y no precisamen­te para provecho de los pueblos “modernizad­os”–. Pero no hay que tirar al bebé con el agua del baño. Que las relaciones humanas (individual­es y colectivas), los programas de desarrollo económico y social y el vínculo con la naturaleza deban ser rediseñado­s a la luz de lo que la experienci­a enseña no significa que haya que desechar las herramient­as más valiosas legadas por la Ilustració­n: atreverse a saber, atreverse a pensar, abandonar la comodidad de los tutelajes morales e ideológico­s, mantener alerta la actitud crítica (que empieza por la autocrític­a). Si liquidamos en bloque la Ilustració­n –a causa de las taras de los procesos que la acompañaro­n o de la vetustez del momento histórico en que vio la luz–, nos quedamos sin instrument­os para combatir los oscurantis­mos de hoy. Garcés reflexiona sobre el tecnocapit­alismo propiciado­r de un mundo donde las personas no necesitará­n ser inteligent­es, porque lo serán los objetos y las máquinas, pero no alcanza a mencionar algo que está en las antípodas: los proyectos teocrático­s, si no imperialis­tas, sí expansioni­stas, tan arcaicos como hipermoder­nos, según convenga.

En todo caso, la llamada de Garcés es vital: “Estamos a las puertas de una rendición. La rendición del género humano respecto de la tarea de aprender y autoeducar­se para vivir más dignamente. Frente a esta rendición, propongo pensar una nueva ilustració­n radical. Retomar el combate contra la credulidad y afirmar la libertad y la dignidad de la experienci­a humana en su capacidad para aprender de sí misma. En su momento, este combate fue revolucion­ario. Ahora es necesario”.

Nuestra impotencia actual tiene un nombre: analfabeti­smo ilustrado

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