SER ÁRBITRO, UN SUPLICIO
Delfino, obligado a trabajar bajo una queja constante
Cualquier jugador que ruede por los suelos significa un alarido si aquel que le provocó la caída no es sancionado con el máximo rigor. Todo roce dentro del área, ya sea entre un defensor y un atacante o en alguna parte del cuerpo que parezca un miembro superior, es respondido por un desorbitado reclamo de penal. Si uno de los nuestros se derrumba súbitamente cerca de uno de los de ellos se exige su inmediata expulsión, aunque nadie haya visto lo que sucedió. Y así todo el tiempo, desde el primero al último minuto.Los psicólogos dirán que nadie es capaz de ejercer su trabajo si recibe quejas constantes. Nadie, excepto los árbitros del fútbol argentino. Germán Delfino comparte virtudes y defectos con casi todos sus pares. Tiene aciertos puntuales y errores gigantescos, pero no es el peor de los que integran el plantel de AFA. Sin embargo, ayer padeció un suplicio en Córdoba. Tal vez molestos por la labor de Federico Beligoy la semana pasada en La Bombonera, jugadores e hinchas de Talleres abusaron de la queja permanente y el reclamo constante. Con Santiago Silva de abanderado, los que estaban en la cancha fueron encendiendo a los que miraban en las tribunas que, por suerte, en el Kempes están muy lejos de los protagonistas, y trataron de crear un clima en el que Delfino, esta vez, supo no caer. El fútbol está cargado de una violencia inusitada. A veces explota de manera evidente, como el sábado en Santa Fe; en otras se manifiesta de manera más silenciosa. Pero solo actuando desde adentro algún día podrá desactivarse. En caso contrario, será imposible.