TEVEZ EMPATÓ EN EL FINAL ANTE PALMEIRAS
SAN PABLO.– Boca consiguió un resultado reparador, que recompone la última imagen y alienta a perfilarse con ambición. Sin ser una victoria, el empate 1-1 frente a Palmeiras lo deja expectante al conjunto xeneize en el recorrido del Grupo H de la Copa Libertadores, en la que la aventura le propondrá en el trayecto definitorio dos juegos en la Bombonera –frente al rival de anoche y con Alianza Lima, de Perú– y la visita a Junior, en Barranquilla. Sin sobrarle demasiado y sufriendo hasta el último aliento, después del fallo grosero de Jara en el inicio del gol de Keno. Sin rendirse también, porque en la acción siguiente, Pavón ensayó uno de esos desbordes clásicos que lo convirtieron en un delantero del gusto de Sampaoli, y Tevez desató el festejo, recompuso el espíritu.
Boca tuvo templanza para no dejarse avasallar por un equipo que llegó a la cita malherido, luego de caer el fin de semana en la final de torneo Estadual. Un punto rescataron los xeneizes que tendrá su real valoración según lo que ofrezca el conjunto en los futuros compromisos. Hoy parece valioso por la calidad del oponente, el más encumbrado y de renombre del grupo, y porque se rehizo cuando la derrota parecía sentenciada; si el ojo se impone más exigente, aunque después del traspié en la Superliga y del mazazo que significaba el tanto de Keno, descubrirse de pie es un premio.
No quedó como puntero con el empate, en la cima aún sigue Palmeiras, pero Boca lanzó un doble mensaje: hacia adentro, de confianza y convencimiento pleno del apropia fuerza; para el resto, una advertencia sobre que las aspiraciones al título están vigentes. Relucir su candidatura era una de las exigencias en esta visita, un mandato para robustecer el deseo de levantar por séptima vez el trofeo más preciado y valorado del continente.
No se intimidó Boca, no se inmutó por las virtudes que se destacaban de Palmeiras. Tanto que le disputó la tenencia de la pelota y el dominio del campo a un conjunto que se incomoda sin el balón. No entró en la fricción, esa que impuso un vehemente Felipe Melo –debió ser expulsado a los 12 minutos del primer tiempo, después de una fortísima infracción sobre Wanchope Ábila–; en ese período se observó la versión más aplomada, tanto que recién en el descuento Palmeiras arrimó peligro sobre el arco de Rossi con un remate de Lucas Lima.
Boca cumplió una parte de la estrategia sin demasiados contratiempos, la de maniatar a un rival que no demostró luces para atacar ni intensidad física para acorralar. El déficit estuvo en la poca presencia ofensiva: si se enseñó concentrado para romper los circuitos, no tuvo la misma fijación para descubrir los resquicios por donde podía lastimar a Palmeiras. Fue tibio en el ataque Boca: la velocidad y el desborde que arrastra Pavón, esas características que lo empujan a ser considerado para la selección, lucieron en solitario en el Allianz Arena; careció de la conducción de Cardona y Reynoso fue intermitente, por lo que la presencia de Wanchope quedaba siempre desenfocada.
Los retoques que impusieron los
Mellizos en la formación sirvieron para mitigar el desgaste físico de los cuatro partidos en 10 días: Fabra, que volvía a la alineación, sufrió por su sector; Magallán, que cometió un grosero error en la caída con defensa y Justicia, se mostró repuesto, sin fisuras. El ingreso de Tevez por Cardona, promediando el segundo tiempo, expuso la carencia de explosión que a esas alturas reflejaban los xeneizes, de movimientos lentos. Y fue el Apache el que con una definición ajustada, después del desequilibrio de Pavón y el error de Antonio Carlos, devolvió la calma con una estocada que tuvo el sello de los hombres de clase.