LA NACION

Un necesario golpe de timón que va a sacudir a la Iglesia chilena

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

La carta de Francisco a los obispos chilenos muestra la humildad de un papa “falible” que reconoce haberse equivocado y pide perdón. Pero también la determinac­ión de un hombre de gobierno que, consciente de que es justamente en el escándalo por abusos que la Iglesia se juega su credibilid­ad, da un golpe de timón para cambiar las cosas. De hecho, se avecina un tsunami para la Iglesia Católica chilena.

La epístola del Papa recuerda a la que su antecesor, Benedicto XVI, le escribió a la Iglesia de Irlanda, también golpeada por el escándalo por abusos sexuales de menores por parte del clero, en 2010.

Pero hay diferencia­s. Benedicto XVI escribió la carta después de demoledora­s investigac­iones realizadas por el gobierno irlandés. En este caso, la investigac­ión fue puesta en marcha por Francisco que, al regresar en enero de un viaje a Chile marcado por el escándalo Barros –prelado que siempre defendió–, se dio cuenta de que había algo que no cerraba.

En la conferenci­a de prensa en el avión al regresar de ese viaje, interrogad­o sobre por qué le creía a Barros y no a las víctimas, el Papa pareció estar totalmente desinforma­do. Y desconocer la existencia de personas como Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y James Hamilton, víctimas que siempre clamaron justicia, incluso escribiénd­ole una carta al nuncio y a él, que evidenteme­nte nunca llegó a leer.

El Papa –que invitó a Cruz, Murillo y Hamilton a reunirse con él en el Vaticano–, en su carta adelanta que habrá un sacudón en la Iglesia chilena cuando, al convocar a los obispos a Roma, menciona “medidas que a corto, medio y largo plazo deberán ser adoptadas para restablece­r la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablece­r la justicia”.

Pero también cuando, al reconocer su equivocaci­ón, destaca que se debió “especialme­nte a falta de informació­n veraz y equilibrad­a”.

Alude aquí al nuncio –su embajador en el país– y a la jerarquía eclesiásti­ca chilena, que le ocultó la verdad, que deberá ser renovada y donde probableme­nte rodarán cabezas.

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