LA NACION

DIEGO DABOVE PELEA EL TORNEO CON GODOY CRUZ

- Texto Alberto Cantore | Foto Marcelo Aguilar

La elección del nombre no resultó arbitraria, es una consecuenc­ia de la política de contrataci­ones que estableció el club en los últimos años. Godoy Cruz se destacó por fichar directores técnicos con escaso rodaje, aunque esos nombres ofrecían jerarquía y una extensa trayectori­a como futbolista­s. Cuando el 14 de diciembre pasado los mendocinos anunciaron, a través de las redes sociales que Diego Dabove tomaría las riendas del plantel en reemplazo del renunciant­e Mauricio Larriera, pocos imaginaron la remontada de fantasía que ensayaría el Expreso. Con una cosecha de 29 puntos sobre 36 posibles, producto de los 12 partidos disputados por la Superliga en 2018, los tombinos dejaron de soñar con apoderarse de una de las plazas para la Copa Sudamerica­na del año próximo para pulsearle la corona al puntero Boca. Una revolución que lleva el sello de un hombre que no es desconocid­o en el medio, pero al que el entorno lo observó con recelo porque en su mochila no cargaba pergaminos como jugador y mucho menos como entrenador: Racing de Olavarría, en el torneo Argentino A, en 2013, era la única experienci­a al frente de un plantel. “El 26 de enero estábamos a 17 puntos de Boca, ahora estamos a 4. ¿Cómo no nos vamos a poder ilusionar y a disfrutar? No es sencillo salir campeón, pero tampoco es imposible. De acá hasta el final solo nos servirá ganar, y si no nos alcanza me quedaré con la actitud y el juego que nos llevó a soñar”, le comenta Dabove a La Nacion.

–¿Cómo se maneja la ansiedad en un plantel que no tiene la costumbre de pelear por un título?

–Equilibrio, Oso, fue uno de los consejos que me dio un experiment­ado director técnico, después de la goleada a San Lorenzo. No me dejo llevar por los elogios, aunque a todos nos gusta que nos elogien, mi deber es tener los pies sobre la tierra. Cuando asumimos le pedí al grupo que teníamos que demostrar que estábamos a la altura para clasificar­nos a un torneo internacio­nal, porque el club se acostumbró a jugar las copas y ese prestigio no se lo puede regalar. Conocer al grupo me ayudó, y que ellos vinieran trabajando juntos desde hace un par de años hizo las cosas más fáciles. Nos metimos en el lío demasiado rápido y ahora hay que hacerse cargo. Siempre con calma, a los momentos buenos hay que aprovechar­los y también disfrutarl­os. Trabajar en lo mental también es fundamenta­l, porque si pensamos que somos el Manchester City, significa que somos un desastre.

–¿En qué momento descubrier­on que podían enredarse en la pelea?

–Siempre pensamos en positivo, aunque imaginar una remontada como esta superó cualquier proyección porque quedar segundos cuando faltan cuatro partidos era muy difícil. Antes de jugar con Chacarita, cuando se reinició la Superliga, estábamos afuera de todo. El fútbol argentino es muy parejito, cuesta mucho ganar tres partidos seguidos y cuando estás en una racha favorable te acomodás: si te agarra en los primeros puestos, te subís a lo más alto; si venías de atrás, te metés en los puestos de Copa. Nuestro objetivo era encontrar un estilo de juego y a partir de ahí cre- cer. Cuando lográs la identidad tenés donde apoyarte y cobijarte, porque con orden y los conceptos bien definidos también podés sacar adelante esos partidos en donde el equipo no puede desplegar el plan.

El fútbol lo moviliza a Dabove, y no es de ahora. Nació en Banfield, vivió a siete cuadras del estadio Florencio Sola, pero su nombre está identifica­do con Lanús, donde se fue a probar a los seis años y en el que permaneció hasta los 21. “Fui suplente de [Marcelo] Ojeda, Nery Pumpido y Carlos Roa. Ese banco de suplentes lo gasté. Después atajé en Dock Sud, Argentino de Quilmes, Ferro de General Pico, Cañuelas, Sporting de Laboulaye [se lesionó el hombro] y me retiré en Riestra, en 2000, a los 27 años.

–¿Cómo superaste ese momento?

–Empecé a trabajar como entrenador de arqueros, eso hizo que el clic no lo sintiera. Miguel Russo me abrió las puertas. Él había arreglado en Los Andes y fue a ver el partido con Independie­nte, con Hugo Gottardi y el profe [Guillermo] Cinquetti. Me acerqué a saludar [con ellos entrenó con 16 años en Lanús] y me preguntaro­n qué estaba haciendo. Me invitó al predio de Los Andes y así empecé a trabajar con él. Russo es quien me inculcó esta pasión.

–¿Tenías vocación de entrenador?

–Me gustaba, desde chico tenía curiosidad. Porque cuando en las divisiones inferiores nos tocaba libre, me iba a espiar a los rivales. Después me preparé, claro, y encontré a personas muy valiosas que me ayudaron mucho. Cuando era entrenador de arqueros me interioriz­aba por el seguimient­o de la semana, analizaba al equipo contrario y con quienes trabajé me daban espacio para opinar y crecer.

–Dieciocho años como entrenador de arqueros en diferentes cuerpos técnicos, ¿de quiénes tomaste más experienci­as?

–Es como hacer un master, y fui sacando un poco de cada uno. Trabajé con Miguel [Russo], que es el que más me marcó; también con el Tolo Gallego, Chiche Sosa, Pipo Gorosito, que es como un hermano… Diego Cocca y hasta con el Checho Batista en la selección de Bahrein. Todos de generacion­es diferentes y con casi todos hablo y siempre me tiran un consejo. Con ellos salí campeón, perdí finales, me fui al descenso… Vos podés hacer un curso en la NASA o charlar con Guardiola, pero la experienci­a la hacés con las situacione­s cotidianas: eso no te lo da nadie.

–Con Lucas Bernardi dirigiste la reserva ¿se lo pediste, lo consensuar­on?

–Con él empezó todo esto. Fue raro, porque nunca habíamos hablado de que yo iba a entrenar la reserva. ‘Mañana te contesto, le dije’. Y la experienci­a fue saliendo bien, me sentí cómodo. No es que no venía preparado, pero era algo diferente. Me gustó desde joven y me preparé para ser técnico, pero la oportunida­d de dirigir en primera se dio sin buscarla.

–¿Te apoyas mucho en la tecnología?

–Se filman las prácticas y los partidos, también usamos los videos de las transmisio­nes de la televisión. Soy un poco obsesivo, pero tampoco soy Bielsa. Me gusta tener al rival en el detalle, en lo colectivo y en las individual­idades. Después, le pasamos informes a los jugadores, pero no me gusta llenarlos de informació­n y volverlos locos. Tienen que saber, pero más deben conocer qué pretendemo­s nosotros para ese partido, cómo lo queremos afrontar. a

–¿Un entrenador se puede abstraer de la vorágine en la que está inmersa el fútbol argentino?

–Cuando aceptás trabajar en esto se acepta lo bueno y lo malo. Con 45 años, veo las cosas con mayor tranquilid­ad, por eso no me gusta renegar de lo malo que tiene el fútbol. El que está en el medio sabe cómo es el paño, que habrá elogios y que en algún momento vendrá la mala. Hay que estar preparado.

–¿Existen los proyectos o los ciclos son rehenes de los resultados? Godoy Cruz cambia todos los años de entrenador, ¿eso lo evaluaste?

–Hay un proyecto, que no es nuevo, pero que llevará tiempo: no se puede formar un equipo en dos días. Para nosotros fue fundamenta­l que el arranque fuera bueno, eso da tranquilid­ad y permite enseñar que la propuesta es válida. El club tiene una política que es potenciar a las divisiones inferiores, apuntalarl­as. Este plantel tiene muchos jugadores del club y en los mercados de pases se apuesta a contratar a jugadores del exterior o del ascenso y jerarquiza­rlos.

Diego Dabove forma parte de una nueva aparición de una camada de entrenador­es que renueva al fútbol argentino. El director técnico que en su bautismo en la elite se permite ilusionar a Godoy Cruz, la sombra de un atribulado Boca. “Este campeonato me hace acordar al que obtuvimos con Racing: arrancamos peleando desde muy atrás y luego de seis triunfos seguidos salimos campeones”.

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Marcelo aguilar “Estábamos a 17 puntos de Boca, ahora estamos a 4. ¿Cómo no vamosa ilusionarn­os?”, plantea el entrenador que es revelación en la Superliga faltan 58 dÍas
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