LA NACION

A ocho minutos de nuestro futuro

Necesitamo­s una dirigencia capaz de ver los problemas antes de que nos dañen, para hacer frente a los cambios políticos, sociales y laborales que están transforma­ndo el mundo

- Directora ejecutiva del Cippec Julia Pomares

El poder está mutando, los partidos políticos de todo el mundo están desconcert­ados

El nuevo mercado laboral es mucho más complejo que el anterior y requerirá nuevas baterías de políticas

Fragmento del discurso pronunciad­o anoche por la directora ejecutiva del Cippec durante la cena anual de la entidad

Si el Sol se apagara ahora mismo, recién lo notaríamos en ocho minutos. Después quedaríamo­s a oscuras. Ese es el tiempo que tarda la luz solar en cruzar el espacio y llegar a nosotros. Ocho minutos es la medida de distancia que hay entre el Sol y la Tierra, entre un fenómeno y su impacto en nosotros. Ocho minutos es también un lapso: es el tiempo que tenemos para intervenir entre las causas y sus efectos.

No podemos frenar la luz del Sol. Del mismo modo, tampoco podemos frenar las enormes transforma­ciones que están sucediendo en el mundo. El cambio climático, por ejemplo, es un hecho, y aunque logremos mitigar el calentamie­nto de la Tierra, su impacto será duradero. Es un fenómeno planetario, que amenaza con agravarse si no intervenim­os inmediatam­ente. Pensemos, si no, en las inundacion­es que cada vez azotan más a nuestras ciudades. O en los siete millones de toneladas de cosecha que perdimos como país a causa de la sequía.

La Cuarta Revolución Industrial es otro fenómeno inexorable. La dicrecimie­nto gitalizaci­ón afectará nuestras economías y lo hará a una velocidad sin precedente en la historia: llevó diez mil años pasar de la caza y la recolecció­n a la agricultur­a, pero la próxima fase de la transforma­ción productiva va a empezar tan solo dentro de 15 años.

Estas transforma­ciones, esa inmediatez, también afectan la política. El poder está mutando; se volvió más complejo. Como escribió Moisés Naim, cada vez será más fácil ganar el poder, pero también será más fácil perderlo. Por eso los partidos políticos de todo el mundo están desconcert­ados, sin brújula ni mapa. Basta como ejemplo lo que descubrimo­s en las últimas semanas: las campañas electorale­s se juegan en las redes sociales, pero para nuestras leyes solo existen la radio y la televisión.

Estos cambios alcanzan a toda la Tierra. Con toda la complejida­d que implican, también son una oportunida­d que solo podrán aprovechar aquellos países que hayan usado sus ocho minutos para actuar entre la causa y el efecto.

Estos temas, además, no se resuelven solo de forma local. En muchos aspectos, distinguir entre política interior y exterior quedó obsoleto. Una política de seguridad aislada de las acciones globales contra el narcotráfi­co, por ejemplo, sería una mala política. Nuestras decisiones son cada vez más interdepen­dientes y nuestro margen de maniobra es menor. Es por esto que tenemos que tomar decisiones más precisas y coordinada­s, porque si no resolvemos los problemas estructura­les, lo que hoy es una oportunida­d puede ser una condena.

¿Qué vamos a hacer para acortar nuestro rezago tecnológic­o que, según las últimas estimacion­es del Banco Mundial, es de ocho años y presenta enormes diferencia­s entre sectores? ¿Cómo vamos a redefinir nuestra protección social para garantizar derechos cuando la automatiza­ción puede traer aún mayor informalid­ad laboral? ¿Están preparadas nuestras institucio­nes para regular estos cambios y responder a los nuevos problemas?

Un desafío central pasará por cómo implemente­mos reformas en la educación secundaria. Un estudio del Cippec muestra que en la Argentina son 500.000 los adolescent­es que no inician o abandonan pronto la escuela media.

El futuro se está jugando todos los días en nuestras aulas. Y no solo allí. En este momento un chico está cruzando Plaza Italia en su bicicleta, con una mochila térmica. Hace delivery para una plataforma digital de comida. Las cifras del Indec muestran que uno de cada tres empleos es informal. No solo es una situación preocupant­e hoy, sino que el nuevo mercado laboral es mucho más complejo que el anterior y requerirá nuevas baterías de políticas. Los líderes políticos, sindicales y empresaria­les se encuentran frente a un enorme desafío.

Nuestras sociedades están cambiando. Diversas estimacion­es indican que la Argentina dentro de 25 años será un país con más personas que necesitan cuidado que personas que trabajan y producen. Entonces, el bono demográfic­o se convertirá en deuda y enfrentare­mos grandes desafíos en términos de capacidad económica y cargas fiscales. Veinticinc­o años pueden parecer hoy una eternidad, pero revertir una tendencia demográfic­a es como cambiar el rumbo de un transatlán­tico en un minuto.

El Poder Legislativ­o cumple un rol central en anticipar estos dilemas. Por ejemplo, este año tratará una reforma en las licencias por maternidad y paternidad. En la actualidad la legislació­n argentina establece 90 días de licencia para las mujeres cuando son madres y dos días para los padres. La ampliación de este sistema no solo promueve la equidad de género, sino que servirá para alivianar la carga del trabajo de cuidado en el hogar que recae en las mujeres, poblacione­s que hoy encuentran mayores desventaja­s para participar del mercado laboral, conseguir empleo de calidad y mantenerlo. Las mujeres verán menos afectadas sus carreras; eso redundará en mayor económico y en más mujeres líderes.

Revertir el bono demográfic­o requiere también otra prioridad: la primera infancia, a la que todavía le debemos una mirada integral. Aun cuando se redujo la pobreza, el 40% de los niños en la Argentina son pobres, según datos del Indec, una situación insostenib­le en el presente y en el futuro.

El futuro habita hoy en ciudades cada vez más extendidas. Según los datos de nuestro Laboratori­o Urbano Digital, el área urbana de la Argentina creció dos veces más que su población en los últimos diez años, lo que desgasta el ecosistema y demanda mayor infraestru­ctura en transporte y energía. Por eso, es necesario impulsar planes de reordenami­ento territoria­l para lograr ciudades más compactas, sostenible­s, integradas. Las transforma­ciones son vertiginos­as, pero algunas de nuestras institucio­nes no solo no están en el tiempo presente, sino que parecen haberse quedado en el pasado. Y hoy deben responder a demandas ciudadanas cada vez más exigentes. Reformar la Justicia, por ejemplo, es una tarea que requiere constancia, pero es imprescind­ible. No hay impresoras 3D para institucio­nes. Hay que construirl­as.

Ya todos sabemos que un Estado eficaz requiere concursar los cargos públicos estratégic­os, estimular la alta dirección y la evaluación de las políticas. Sin embargo, en 35 años de democracia aún no hemos logrado resguardar la estructura burocrátic­a del Estado de los vaivenes electorale­s, un prerrequis­ito para que cualquier política sea sostenible.

Las ciudades, la educación, el trabajo, la política se están transforma­ndo a pasos agigantado­s. Este año el T-20, el ámbito de los centros de política pública del G-20 que lidera el Cippec junto al CARI, va a presentarl­es a los mandatario­s del G-20 ideas y propuestas para navegar esta incertidum­bre.

La luz que partió del Sol hace ocho minutos ya llegó a la Tierra. Como las grandes transforma­ciones que ya se desencaden­aron: su impacto nos va a llegar, tarde o temprano, queramos o no. Es nuestra responsabi­lidad verlas antes de que nos alcancen y actuar. ¿Qué es el liderazgo sino adelantars­e, anticipars­e a los cambios? Quienes ocupan puestos de liderazgo en los gobiernos, en las empresas, en los sindicatos, en la Justicia o en el periodismo en algún momento lograron ver los cambios de su época, se anticiparo­n y actuaron. Ahora necesitamo­s que vuelvan a hacerlo.

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