LA NACION

Fuertes testimonio­s apoyan las denuncias por abuso contra el sacerdote Ilarraz

Los fiscales confían en tener un caso sólido a partir de los relatos de las víctimas; el martes harán una inspección en el seminario

- Jorge Riani

“Muchas veces escuchabas llorar a un chico y la explicació­n que daban es que extrañaba a su familia, pero en verdad sabíamos que no, que estaba siendo abusado”. Esa conmovedor­a frase puede representa­r un resumen de lo escuchado en las dos primeras audiencias del juicio contra el sacerdote Justo José Ilarraz, acusado por siete casos de abusos de menores, que habrían sido cometidos en las instalacio­nes del Seminario Arquidioce­sano Nuestra Señora del Cenáculo, en esta ciudad.

En el juicio oral que se desarrolla a puertas cerradas, ya declararon cuatro denunciant­es, y en las próximas semanas hablarán ante los jueces del tribunal otros tres exseminari­stas. El martes próximo, jueces, fiscales, querellant­es, el acusado y su defensor se trasladará­n hasta las instalacio­nes en las afueras de la capital entrerrian­a, donde una veintena de seminarist­as cursan sus estudios.

En ese mismo edificio, de amplias galerías y un extenso contorno de verde natural, el cura Ilarraz habría sometido sexualment­e a decenas de adolescent­es, de entre 12 y 16 años. Según el expediente, los hechos investigad­os habrían ocurrido entre 1984 y 1993, cuando el acusado cumplía las funciones de confesor, docente, celador y prefecto de disciplina de los años inferiores del seminario de menores.

Ilarraz tenía a su cargo a niños de primer año y segundo del seminario, que estaban allí enviados por sus familias con miras a continuar los estudios superiores para transforma­rse en sacerdotes católicos.

Fiscales y querellant­es consultado­s por la nacion coincidier­on en señalar que el juicio está dejando en claro el modo en que se habría manejado Ilarraz para cometer los abusos durante tantos años.

El caso tomó repercusió­n social en 2012, cuando la revista local Análisis publicó una investigac­ión que se sustentaba en el testimonio de las víctimas. Allí se reveló que el religioso manipulaba a los jóvenes, establecía un régimen de premios y castigos, de autorizaci­ones especiales para aquellos adolescent­es a los que quería llevar hasta su habitación particular.

Los testigos contaron que los abusos se realizaban en el cuarto de dormir del cura o en el pabellón colectivo, donde Ilarraz aparecía a altas horas de la noche para meterse en la cama de algún menor.

Si bien son siete las personas que denunciaro­n a Ilarraz, la puPARANÁ.– blicación periodísti­ca que motivó la investigac­ión judicial del procurador y de varios fiscales consignó que podrían llegarse al medio centenar de víctimas.

Muchos de ellos desertaron, algunos continuaro­n con sus estudios y tomaron los hábitos, pero todos coinciden en señalar que la vida se hizo muy difícil porque “las autoridade­s del seminario y de la Iglesia de Paraná hizo todo para que tengamos culpa y vergüenza”, dijo Fabián Schunk, uno de los denunciant­es en el juicio, en diálogo con la nacion.

Schunk afirma que hubo un plan de silenciami­ento que permitió la impunidad del sacerdote durante muchos años. “Si no se hubiese hecho público esto, todo seguiría igual”, observó, y agregó que “una vez que se enteraron de los abusos, en lugar de castigo hubo un premio para el abusador”.

Los gravísimos hechos que la misma Iglesia, a través de dos solicitada­s publicados en los diarios locales, admitió que se perpetraro­n, no impidieron que el cura recibiera una beca de estudio en Europa y que luego fuese trasladado a una parroquia de la localidad tucumana de Monteros, donde estaba radicado como sacerdote hasta que Análisis reveló la historia.

La defensa del cura apunta a lograr que la Corte Suprema de Justicia de la Nación entienda que los hechos prescribie­ron por el paso del tiempo. En tanto que los fiscales Álvaro Piérola y Francisco Ramírez Montrull afirman que todas las pruebas son contundent­es.

Uno de los abogados querellant­es, Walter Rolandelli, consideró que los testimonio­s muestran que Ilarraz manipulaba a los menores y tenía acercamien­to a las familias de los internos para tratar de tener el control de toda la situación. “Muchas veces los internos llegaban a sus casas y veían a Ilarraz charlando con sus padres”, afirmó el abogado.

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Télam El sacerdote Justo Ilarraz, custodiado por policías, al llegar al tribunal

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