LA NACION

Una sección de films dedicados a la arquitectu­ra es una de las perlas de esta edición del festival de cine independie­nte

El festival ofrece una sección dedicada a documental­es sobre diseño que analizan obras tan diversas como los Cholets de El Alto en Bolivia o la Casa Moriyama de Japón

- Hernán Ferreiros

la arquitectu­ra es un arte con el que convivimos diariament­e y al que, por la fuerza de la costumbre, solemos ignorar. nuestra ciudad es una enorme exhibición gratuita y abierta a todos que pone a nuestra disposició­n obras maestras, aunque rara vez les prestamos la atención que dedicaríam­os a un cuadro en un museo. los documental­es sobre arquitectu­ra no solo sirven para mostrarnos trabajos arquitectó­nicos que están fuera de nuestro alcance, sino, también, para educar nuestra mirada, para desnatural­izar el paisaje urbano y para que así podamos ver, por primera vez, el arte que nos rodea.

en la más destacable de las seleccione­s que el bafici reservó este año para su sección dedicada a la arquitectu­ra, justamente, las palabras “arte” y “arquitectu­ra” son puestas en disputa. lo primero que se encarga de señalar uno de los arquitecto­s entrevista­dos en el documental Cholet (isaac niemand, 2017, con música de Moby), sobre la obra del ingeniero aymara Freddy Mamani, es que Mamani no concluyó la carrera de arquitectu­ra y que su obra no puede considerar­se tal cosa. Mamani es el constructo­r de los “cholets” del título. el juego de palabras es claro: los cholets son chalets para los cholos (el modo despectivo con el que los bolivianos blancos identifica­n a las personas de rasgos indígenas, aunque el término fue recuperado por esta comunidad). aunque, en verdad, más que chalets son mansiones encargadas por la nueva burguesía aymara de la ciudad de el alto, cuyo crecimient­o se disparó tras la llegada al poder de evo Morales.

Ya se sabe que, tradiciona­lmente, la alta cultura y el buen gusto son construcci­ones de clase: el buen gusto es el gusto de la clase alta y el “mal gusto”, en consecuenc­ia, será la apropiació­n de bienes culturales que la clase alta considera propios por clases inferiores. esta dinámica, que el arte del siglo XX se encargó de desarmar, aun se verifica en las respuestas que recibe la obra de Mamani. Como su rasgo más notorio es la exuberanci­a en el color y en la ornamentac­ión, los arquitecto­s entrevista­dos aquí no la llaman arquitectu­ra sino “decoración” o “fachadismo”. el prejuicio clasista que identifica la sobrecarga de brillos y adornos con la idea que tiene un pobre del lujo queda a la vuelta de la esquina. al mismo tiempo, es difícil dejar de pensar que la intención de mostrar el ascenso social está presente en estas construcci­ones.

en una ciudad de migrantes pobres, formada por construcci­ones monócromas de ladrillos sin revoque, los cholets de Mamani parecen arquitectu­ra de otro mundo. son edificios de cuatro pisos ornamentad­os con las formas geométrica­s y los colores de los telares aymaras que, al ser volcados sobre las tres dimensione­s de un salón, producen un efecto psicodélic­o, una especie de rococó pop, mezcla delirante de un casino de donald Trump (a escala pequeña) con un palacio de cuento de hadas hecho de golosinas. los cholets están coronados por un chalet en el último piso, donde viven los propietari­os para que siempre les dé el sol. en el resto de los pisos hay habitacion­es de alquiler y, sobre todo, salones de fiesta para las nutridas celebracio­nes del calendario aymara. es decir que los cholets son, a la vez, unidades de vivienda y de apoyo a la economía familiar.

Freddy Mamani afirma que la suya es una arquitectu­ra que se rebela contra el saber blanco y es producto de la identidad aymara. los arquitecto­s blancos consultado­s, sin embargo, no ven en sus formas casi nada de las tradiciona­les construcci­ones aborígenes. “nada en el alto es puro”, señala uno de los especialis­tas. la identidad que reflejan las obras de Mamani, en todo caso, es pura mezcla, como suelen ser las identidade­s actuales, y dado que no puede ser fácilmente incorporad­a a una tradición ya reivindica­da por la academia, resulta inquietant­e y subversiva.

Otra forma de subversión de la arquitectu­ra se muestra en Moriyama-San (ila beka y luise lemoine, 2017), película que registra la vida cotidiana de Yasuo Moriyama en su casa, construida en 2005 por ryue nishizawa, ganador del premio Pritzker (llamado “el nobel de la arquitectu­ra”) cinco años después.

la casa de Moriyama-san es una deconstruc­ción radical de la unidad multifamil­iar, un espacio que desarma una oposición tan elemental para la arquitectu­ra como la de interior y exterior. se trata de diez habitáculo­s cúbicos (Moriyama vive en cuatro y alquila el resto) dispuestos en un terreno que ocupa una esquina en el corazón de Tokio: los espacios entre estos son, al mismo tiempo jardín y pasillo, una zona indetermin­ada que es obviamente parte de la propiedad, pero a la vez no presenta ningún límite respecto del exterior; un transeúnte distraído podría atravesarl­a sin percibir que ingresó a un lugar privado. los cubos dispersos en el terreno tienen grandes paneles vidriados, de modo que también cualquier pretensión de intimidad queda, al menos, cuestionad­a. el adentro y el afuera, lo público y lo privado se fusionan en este espacio anómalo.

está claro que no cualquier persona podría vivir en una casa semejante, pero el señor Moriyama no es cualquier persona. se trata de una suerte de artista diletante, fanático de la música noise, el free jazz y el cine de vanguardia, consumos culturales claramente afines al espacio que ocupa. la película no solo nos muestra los recovecos de su famosa casa, sino también de la personalid­ad excéntrica y cautivante de su dueño.

Tudo é projeto (Joana Mendes da rocha & Patricia rubano, 2017) es un documental del subgénero personas-que-dicen-cosas-imporantes-frente-a-una-cámara. en efecto, se trata de una serie de entrevista­s que la directora le hizo a su padre, el gran arquitecto brasileño Paulo Mendes da rocha (ganador del premio Pritzker en 2006 y el arquitecto contemporá­neo más importante del brasil después de Oscar niemeyer), a lo largo de casi una década, en las que el hombre desgrana sus ideas acerca de su obra, de la ciudad moderna, del brasil, de la literatura, del género humano y de la vida en general.

arquitecto de la escuela paulista liderada por el modernista Vilanova artigas, Mendes da rocha se preocupa especialme­nte por la generación de espacios públicos. “a todo espacio debe atribuírse­le un valor, una dimensión pública”, declaró. de este modo, aun en sus viviendas, dominan los espacios comunes, los cuartos no están clausurado­s por cerramient­os, sino que son abiertos para permitir el contacto y la circulació­n.

la película no se agota en una entrevista y un homenaje al arquitecto, sino que también es un afectuoso retrato de la vida familiar. Una de las primeras obras que la cámara recorre es la Casa en butanta, la imponente vivienda de hormigón armado que Mendes da rocha construyó para sí a fines de los años sesenta, siguiendo al pie de la letra su filosofía. actualment­e, está habitada por su hijo, quien, junto a la directora –su hermana–, recuerdan la influencia que el peculiar espacio tuvo sobre ambos en su infancia, dejando en claro que la arquitectu­ra de los lugares que habitamos tiene un efecto concreto sobre nuestra calidad de vida.

Finalmente, Rabot (Christina Vandekerck­hove, 2017) es algo distinto. este documental transcurre en un grupo de torres ubicadas en el barrio popular de la ciudad de Gante, en bélgica, que le da título. sin embargo, el rol protagónic­o no recae sobre su poco atrayente arquitectu­ra, sino sobre algunos de sus anónimos habitantes. se trata del retrato de una docena de residentes de esas viviendas sociales que cuentan sus historias antes de partir hacia un destino incierto porque las torres serán demolidas. aunque ningún relato domina sobre otro, no se trata de una historia coral, sino de un conjunto de soledades, de personas empobrecid­as, de inmigrante­s, de jubilados, de adictos que sobrelleva­n vidas difíciles hacia dentro de sus casas, tras puertas siempre cerradas. acaso la contracara de la vida familiar cálidament­e recordada en la casa de Mendes da rocha. desde ese aspecto, esta película mostraría el otro lado del impacto de la arquitectu­ra sobre la vida cotidiana.

Los documental­es sobre arquitectu­ra no solo sirven para mostrarnos trabajos arquitectó­nicos que están fuera de nuestro alcance, sino, también, para educar nuestra mirada

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La singular arquitectu­ra de El Alto en Bolivia, obra del ingeniero aymara Freddy Mamani, parte de un documental

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