LA NACION

Humor y política en el mejor estilo brechtiano

- buenos aires épica Jazmín Carbonell

★★★ buena. libro y dirección general: Manuel Santos Iñurrieta. intérprete­s: Clara Barreira, Marina García, Luciana Vieyra, Diana Kamen, Lucía Salatino. escenograf­ía: Diego Maroevic. luces: Horacio Novelle. música: Pepo Migliori. sala: C. C. de la Cooperació­n. funciones: sábados, a las 21. duración: 60 minutos.

Por primera vez en su larga carrera como director y autor de sus obras, Manuel Santos Iñurrieta aclara desde el nombre de la pieza su profunda cercanía con el teatro de Bertold Brecht y su teatro épico. Aunque, claro, además juega con la heroicidad –o incluso la burla por su falta en algunos casos– de la ciudad de Buenos Aires, lugar en el que aloja su relato.

Cinco mujeres intentan suicidarse todos los domingos en diferentes lugares de la ciudad. Frustradas en cada intento, aprovechan el tiempo para buscar algún acontecimi­ento poético. Ese es el punto de partida que utiliza Santos Iñurrieta para poder hablar de todo el panorama político pero sobre todo, en este caso, de la mujer. Incluso a sabiendas de que él mismo, siendo hombre, muy probableme­nte se quede afuera de cientos de prácticas cotidianas en las que las mujeres son víctimas, hace decir a uno de sus personajes “el autor no sabe un carajo”. ¿Distanciam­iento brechtiano? Claro que sí. Pero serán unos cuantos más los procedimie­ntos que acerquen a este teatro con Brecht.

Es que Santos Iñurrieta hace años que, primero junto al Bachín y ahora con Los Internacio­nales problemati­za diferentes cuestiones ligadas a la realidad (actual o pasada) política. Y entonces una pregunta dicha por una de estas mujeres se vuelve reveladora: “¿Esta obra es absurda o realista?”, cuestiona, interpela. Es que aunque algunos de sus procedimie­ntos sean absurdos y el artificio teatral esté a la vista para que la platea siempre esté consciente de dónde está y no pierda ni por un segundo de vista que es un espectador activo, un ciudadano pensante, y el realismo, además, ese costumbris­mo que se sumerge en la cotidianid­ad de los personajes buscando la mayor similitud con su modelo, no se busque en lo más mínimo, la obra habla de la Realidad, esa con mayúsculas. Por supuesto desde la óptica del autor, realmente expuesto, que queda clara de entrada.

El texto aquí es el protagonis­ta indiscutid­o, situación en consonanci­a con la propuesta, sí, pero por momentos se vuelve un poco tirano y la informació­n abruma. Es contundent­e por supuesto. Los datos, las cifras que se ven proyectada­s enormes en una de las paredes del espacio escénico no pueden más que generar sacudir a la platea, no porque no se conozcan sino porque en este contexto y dichas todas juntas pegan fuerte. Por eso, las actuacione­s si bien correctas se subordinan al texto.

Un personaje “Prólogo” que hilvana las diferentes escenas, opina, interroga es otro de los recursos utilizados para dejar claro que lo que tenemos enfrente es una obra, para sacudir, para que el espectador se olvide de la empatía y en cambio tome postura crítica. No hay emociones fáciles, los personajes son contradict­orios pero hay humor, mucho, para que también haya momentos de flojera y entonces esas cifras alarmantes proyectada­s impacten con fuerza. Y además porque siempre la risa es bienvenida y aunque deliberada­mente se trate de una obra política (¿acaso hay alguna que no lo sea?) el humor siempre puede convivir con la tragedia.

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