LA NACION

Vasco Szinetar, el hombre que se retrató con grandes de la literatura

Borges, Gabo, Saramago, Talese... En 40 años, es larga la lista de celebridad­es que posaron despojadas de la solemnidad del escritor

- Texto Daniel Merle para LA NACION

“P or esas cosas del azar, el inicio de mi trabajo está vinculado a la Argentina. El día que retraté a Jorge Luis Borges, entendí que era un proyecto que me iba a llevar toda la vida. En la misma época, los años 80, fotografié a Gabriel García Márquez gracias a la generosida­d de Tomás Eloy Martínez. Esos dos retratos, que han sido íconos de toda la serie F̒ rente al espejo’, me han abierto las puertas a otros personajes. Así que de alguna manera, soy medio argentino”.

Así se presenta el fotógrafo venezolano Vasco Szinetar (1948) el día que llega a Buenos Aires, invitado por el Ministerio de Cultura porteño, para desarrolla­r una serie de actividade­s en las biblioteca­s de la ciudad y justo a tiempo para la Feria del Libro. Lleva 40 años autorretra­tándose con los escritores y escritoras más famosos del mundo, generalmen­te en la intimidad de un baño. Esa tarea derivó en otras series, también muy conocidas, como “Cheek to Cheek” –aquí la idea es del “mejilla con mejilla” frente a la cámara, sin mediación del espejo, en un encuadre centrado de los dos rostros– o “Des-coloridos” –sin la inclusión del artista en la toma, con el color fuertement­e desaturado–. Así, Szinetar explora lo que hoy llamaríamo­s selfies, pero en clave autoral. Formado en el cine en la escuela León Schiller de Lodz, en Polonia, y en la Internatio­nal Film School de Londres, ha publicado cuatro libros de poesía y tres con sus fotos.

–Hay algo fundamenta­l en tus fotografía­s que tiene que ver con la pose: la tuya y la de tu sujeto.

–En “Frente al espejo” el sujeto participa de una performanc­e. Yo lo coloco en una situación ambigua, límite, incómoda, irrisoria también. Cada uno lo hace de forma diferente. Por ejemplo, Marcel Marceu se incorpora a la performanc­e y me quiere quitar mi rol. Otros se quedan muy serios. Es un espacio lúdico, casi infantil, donde propongo romper la formas de la edad, de la madurez y sobre todo la solemnidad del escritor. Lo que se ve a través de cuatro décadas de trabajo es un ser humano que reflexiona cotidianam­ente sobre su paso por el mundo, que se expresa a través de los cambios en el rostro, de la gestualida­d, del tono de la mirada. Esa persona soy yo.

–En el espejo del baño nos vemos cada mañana cuando todavía no hemos construido un personaje de nosotros mismos. ¿Por qué elegís los baños?

–A esta edad he descubiert­o que soy un amateur y que me voy haciendo de acuerdo con las circunstan­cias. Ninguna de estas fotos tiene un cliente. Es mi pulsión de vivir detrás de algo que no sé verdaderam­ente qué es. En ese desarrollo, que es la actividad de un fotógrafo de calle, lo más previsible es un espejo en un baño. Si retrato tigres, tengo que ir a la selva; si retrato espejos, tengo que ir a un baño.

–También el espejo tiene relación con el mito de Narciso: al mirarnos al espejo nos enfrentamo­s a la inhabilida­d de descu-

brir nuestra identidad. ¿Cuál es tu conclusión después de más de un millar de retratos así?

–La identidad no existe porque somos seres cambiantes las 24 horas del día, como el río de Heráclito. La identidad es una ficción, es un deseo, una pulsión de ser Dios, pero nosotros no podemos ser dioses. Dios es único y no tiene imagen, entonces, estamos “raspados”, perdimos el examen, ¡lo perdimos!

–¿Cuál es la relación que ves entre tus fotos “Frente al espejo” y las selfies actuales?

–La diferencia fundamenta­l es que el mío es un proyecto conceptual. La selfie contemporá­nea es un evento social efímero que no está ligado a una continuida­d. Es una foto que te tomas con un teléfono, generalmen­te no la guardas y se pierde en el torrente de las redes. No está hilada a un discurso. En cambio, mi trabajo es sumamente estricto, se repite hasta el infinito con unas reglas que se han venido construyen­do con el tiempo. El autorretra­to es parte de la historia del arte. La selfie también puede ser una relflexión autoral, pero depende de la intención artística del que la hace. Lo demás es un fenómeno social que no sabemos en qué va a terminar.

–Te educaste en el cine, ¿qué influencia ha tenido sobre tu forma de trabajar?

–Tuve experienci­a cinematogr­áfica, fundamenta­lmente en montaje. Al mismo tiempo, la atracción por los escritores me fue apartando del cine, que es una tarea titánica. La fotografía es el ejercicio más cercano a la poesía. Es una actividad en solitario que depende solo de ti, de tu cámara y de tu capacidad de ver. Una de las grandes carencias de los que trabajamos en el discurso artístico es la capacidad de editar nuestro trabajo, nos perdemos. Tenemos una etapa extraordia­naria de producción y después no sabemos qué hacer con todo eso, darle sentido. Entonces empieza la angustia. Editar en cine te da mucho oficio, entender por qué una imagen va adelante o atrás, o tres pasos más allá. El montaje es el corazón del cine.

–¿Cuál es tu relación con el campo del arte?

–En un momento de mi vida entendí que era un retratista. Son varios los fotógrafos que me han influencia­do en ese sentido, pero también mucha poesía: Henri Michaux, Borges, Sánchez Peláez. En el cine: Antonioni, Woody Allen. Y Andy Warhol, Bacon, Velázquez, Rembrandt, todos ellos fueron una experienci­a posterior. La cultura te permite ubicar tu trabajo en el contexto del arte en general. Tienes que saber que eres parte de la historia de la cultura y que no existe la copia. Uno solo puede ir agregando minúsculos aportes a la historia del retrato o del paisaje. Estamos atados a la tradición y si entiendes eso, te liberas de la angustia que provoca la búsqueda de la originalid­ad, porque entonces entiendes que tu trabajo es más humilde y silencioso, y que no consiste en lograr la novedad a cualquier costo. No hay originalid­ad. La actividad de los hombres se soporta sobre la obsesión bien entendida y la capacidad que tiene el individuo de reconocer esa obsesión, de trabajarla, quererla, administra­rla y darle un sentido trascenden­te.

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Así empezó todo: la primera foto de la serie, con Borges, hace sentir a Szinetar un poco argentino
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Tomás Eloy Martínez, más que un escritor cercano, un cómplice del proyecto
 ??  ?? Sonrisas generosas y complicida­d frente al espejo, con Gabo
Sonrisas generosas y complicida­d frente al espejo, con Gabo
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Más cerca en el tiempo, también posó con Bolaño

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