Historia de una sorprendente “amistad” equina
Dos caballos de salto se volvieron inseparables y adoptaron conductas atípicas que desconciertan a los especialistas
Los jinetes y la gente que se ocupan de los caballos viven una rutina diaria implacable que podría aburrir o desconcertar a otras personas, pero que a ellos parece resultarles indispensable. Lo han visto todo, y sin embargo dicen que lo que floreció aquí en Lambourn es algo nunca visto. Un verano de principios de esta década, cuando el afamado entrenador Nicky Henderson, de la granja Seven Barrows, envió su habitual cuadrilla de 40 o 50 purasangres al haras Hillwood, y Charlie y Tracy Vigors soltaron 10 de esos caballos al campo, 2 de esos 10 caballos, que nunca habían estado juntos en Seven Barrows, se volvieron inseparables. Y aunque ya habían visto lo que puede significar “inseparables” para los animales, nunca habían presenciado semejante grado de “inseparabilidad”. “Siempre tenemos unos 10 caballos en ese potrero”, comentó Henderson. “Y en aquella época teníamos acá a algunos de los mejores caballos del país. Y también estaban Simonsig y Triolo, y debe haber sido al día siguiente, cuando fui hasta la granja y me acerqué a ver los caballos: ahí estaban los 8 zainos, parados juntos”.
“Me dije que debía ser por una cuestión de color”, continúa Henderson. “Porque los zainos estaban todos en grupo, y 500 metros más allá, solos y aparte, estaban el tordillo Simonsig y el alazán Triolo D’Alene. Y así juntos fue que se pasaron todo el verano”. Al final del verano se fueron. Pasaron el otoño y el invierno separados. Pero lo inusual ocurrió el verano siguiente cuando volvieron a Hillwood, donde se reencontraron entrañablemente. Ambos eran machos, estaban castrados y eran usuales campeones de carreras de salto. Simonsig, nacido en mayo de 2006, ganó 8 de las 13 carreras en las que compitió. Triolo D’Alene, nacido en mayo de 2007, ganó la Copa de Oro Hannessy y otros seis premios.
Algo así como amigos
“Juntos empezaron a separarse del resto”, dice Vigors. “Se hizo evidente que eran algo así como amigos. Se paraban juntos, caminaban juntos, abrevaban juntos, iban a comer juntos del mismo comedero”. También descansaban la cabeza uno sobre el cuello del otro, se rascaban la espalda mutuamente, compartían el mismo morral (algo que “volvería loco a cualquier otro caballo”, según Vigors) y tenían encantados a todos los trabajadores de la granja. Después se convirtieron en compañeros de cuarto. Ambos tenían problemas respiratorios “así que los pusimos juntos ahí”, dice Henderson, flanqueado por Dave Fehily, el entrenador que trabajó con Simonsig. “A la mayoría de los caballos, para ponerlos juntos en una misma cuadra primero hay que desherrarlos, porque si no es muy peligroso, pero sabíamos que no se iban a patear entre ellos”.
Como compartían la comida, al entrenador se le hacía difícil evaluar si ambos estaban comiendo bien. A veces, Triolo D’Alene engordaba. Simonsig parecía incapaz de aumentar de peso. Henderson instaló una cámara para observarlos. Sirvió poco. “Nunca supimos cuál comía más, porque lo hacían al mismo tiempo”. A partir de entonces, Fehili empezó a usar a Triolo D’Alene –“que como caballo es una muy buena persona”, según Vigors– para atraer desde el campo hasta los establos al huidizo Simonsig, que según Henderson era “un caballo muy tímido”. Sophie Waddilove, de la granja Seven Barrows, dice que cuando Simonsig se negaba a comer manzanas, el ímpetu de Triolo D’Alene para devorarlas lo alentaba a comerlas también. Waddilove señala una pequeña parcela de pastura y comenta: “Ahí solían quedarse. Llevaban una vida simple. Siempre los encontrábamos echados juntos, con las cabezas entrelazadas”.
A Debbie Mardsen, consultora de comportamiento equino radicada en Escocia, ese detalle le resulta “sumamente interesante”. Dice que los caballos suelen evitar ese “acurrucamiento” por una suerte de conciencia innata de que cuando crezcan podrían chocarse. “Esa clase de intimidad que según dicen tenían esos dos caballos es algo que nunca se ve, ni entre padrillos ni entre yeguas”, señala Mardsen. “En el mundo equino no hay mucho romance. Para los caballos, el contacto físico es más social, y no tiene que ver con el apareamiento”.
Henderson dice haber visto mucha “amistad, pero no romance, y además, ambos caballos estaban castrados. ¿Cómo llamar eso que había entre ellos? No sé, pero eran dos chicos enamorados uno del otro. Todo era muy raro. Y lo más extraordinario era lo que pasaba cuando estaban en el campo, por la forma en la que se apartaban completamente de los zainos. Nunca había visto algo así”. Verano tras verano, en Hillwood, la pareja se mantenía inseparable, porque como dice Vigors, “no nos hubiésemos atrevido a separarlos”. Y después del otoño, invierno y primavera, si uno de ellos desaparecía de la vista del otro, su compañero se inquietaba.
Accidente fatal
La mañana del 13 de noviembre de 2016, el transporte que trasladaba a los caballos partió rumbo a la pista de carreras de Cheltenham. El periodista de The Guardian Chris Cook, luego estimaría que apenas un minuto después de iniciada la demostración, Simonsig alcanzó la tercera valla de la carrera y se rompió una pata trasera. “En esos casos, la recuperación es casi imposible, y demostró serlo”. “Fue devastador”, dice Fehily. “Horrible”, dice Henderson. Y de inmediato, todos empezaron a pensar en ese otro caballo que esperaba parado en su enorme cuadra, solo. Vigors llamó a la hija de Henderson, Sarah, y le pidió que esa noche se ocupara de abrazar y acariciar a Triolo D’Alene. El tráiler de los caballos volvió, pero sin su carga habitual. “Cuando el camión llegaba con uno de ellos, el otro solía relinchar a la distancia, como un saludo. Sabían perfectamente cuando el otro regresaba”. De inmediato empezaron a llegar cartas de condolencias por el posible duelo de Triolo D’Alene. ¿Pero realmente sentía pena? “El duelo no ha sido estudiado científicamente en los caballos”, dice Paul McGreevy, de la Universidad de Sidney. “Pero la ansiedad de separación equina está clínicamente identificada, algo predecible para una especie tan gregaria”.
“El cerebro de los caballos está hecho del mismo material del nuestro y sabemos cómo sienten”, dice Mardsen, miembro de la Sociedad de Consultores de Comportamiento Equino. “Pero tratar de medir científicamente esos sentimientos es una pesadilla, porque no sabemos cómo hacerlo. El tema de la sociabilidad equina es muy interesante y bastante desconocido”. Y agrega que como Simonsig era un animal tímido y arisco, posiblemente a Triolo D’Alene le haya sido más fácil procesar la pérdida. En otros contextos, la historia habría sido diferente. Erin Hogan, de Investigaciones Equinas Kentucky, dice que los expertos en caballos suelen dejar las crías nacidas muertas junto a la yegua durante un rato, para que la madre asimile la situación, algo que suele hacer pateando paja hacia la cría hasta cubrirla. Hogan también cuenta la historia de un poni de Carolina del Sur que murió hace casi 39 años, dejando a su amiga, la purasangre de 8 años Cruise Control. “Aquel poni hembra”, dice Hogan, “fue enterrado en uno de los lotes donde pastaban, y allí plantaron un árbol. A partir de entonces, Cruise Control se negó a pasar por ese lugar”.
Mardsen cuenta que en Escocia, un caballo perdió a su amigo y se entristeció tanto que se arrancaba continuamente las herraduras, hasta que desesperado, su dueño consultócon Mardsenpa raque le con siguiera un nuevo compañero, cosa que la experta hizo. Intentaron lo mismo con Triolo D’Alene, con pobres resultados. “No puedo decir que haya llorado, y afirmarlo sería andar inventando historias”. Triolo D’Alene volvió a correr el 25 de febrero en Kempton, saltó la segunda valla y sufrió una terrible fractura en la base de la pelvis, la primera herida de su vida. Su recuperación estuvo en duda durante buen tiempo, dice Vigors, y si finalmente logró mejorar fue por la adoración y dedicación de sus dueños, Sandy y Caroline Orr, quienes querían que su caballo viviera hasta llegar a viejo. A los 10 años de edad y ya retirado de las carreras, Triolo D’Alene es una especie de “niñera” de los caballos más jóvenes de una granja cercana. Ya sanó y puede galopar. Pero lo que pasa por su cabeza, nadie lo sabe.
“Para los caballos, el contacto físico es social y no tiene que ver con el apareamiento”
Ambos animales estaban castrados; ¿cómo llamar eso que había entre ellos?