Estertores de ETA
Cualquier paso hacia la disolución de ETA ha de ser bien recibido y, sin duda, el comunicado emitido ayer pidiendo perdón a las víctimas lo es. No sería creíble ese final, cuyo anuncio se espera para el primer fin de semana de mayo, sin esta previa disculpa. No espere la banda terrorista, sin embargo, el aplauso de esa misma sociedad a la que sus pistoleros amedrentaron durante tantos años cuando el arrepentimiento solo brota, y con retraso, de la derrota. En su situación, ETA solo está en disposición de pedir clemencia; sobre todo para sus presos, a los que los obispos vascos y navarros ya han lanzado el primer capote pidiendo el acercamiento de los presos.
La banda terrorista, que durante décadas sembró el terror e impuso su sanguinaria agenda a la sociedad, está en sus últimos estertores. Diezmada por la implacable y eficaz lucha antiterrorista, tuvo que dejar de matar ya en 2010, entregar las armas el año pasado y, ahora, anunciar su próxima disolución. El comunicado de ayer indica que la última banda terrorista en suelo europeo está acabada, pero que se aferra a ese tradicional relato suyo en un intento de legitimar su estéril y cruel existencia.
Entre los graves perjuicios que produce una banda terrorista están el silencio y la complicidad que genera en la sociedad que la sufre de cerca. La vasca en particular tiene también en este sentido una deuda con las víctimas y los obispos han reconocido ahora públicamente el aval que dieron al terror con sus “complicidades, ambigüedades y omisiones”.
ETA nunca debió existir. Llevará tiempo olvidar todo el dolor que sembró y reconstruir todo lo que rompió. Con ella se irá, ojalá, también ese relato construido a medida para legitimar sus asesinatos, sus secuestros y sus vulgares extorsiones. En su epitafio pondrá: derrotada por la democracia y por la razón.