LA NACION

P. 8 Napoli reverdece los viejos tiempos y ahora sí se ilusiona con el título en Italia

Unos 20.000 hinchas recibieron como héroes a los jugadores que ganaron en turín y sueñan con revivir los tiempos de Maradona

- Ariel Ruya

El fútbol nos hace creer en imposibles. Poética ingenuidad: es un juego que desnuda a la sociedad en su etapa más primitiva. Napoli no solo es un equipo de primera de la Serie A: es la representa­ción de la pasión de los de abajo, de los que menos tienen. Los que sueñan en la nostalgia de revivir los años dorados de Diego Maradona en su colosal etapa, mediados de los 80, principios de los 90. Con esa zurda –inmortal, en cada rincón napolitano–, se lograron dos títulos del Calcio, una osadía en un país gobernado por el Norte, también en el fútbol. Dos temporadas, la 1986/1987 y 1989/1990, más allá de otros lauros secundario­s, convirtier­on al Sur en la meca del fútbol italiano.

Unos 20.000 hinchas napolitano­s crean una atmósfera fascinante, de música y color: reciben como héroes, en la madrugada del lunes –cerca de las 3.30–, en el aeropuerto doméstico, a los jugadores que le ganaron por 1-0 a Juventus, el domingo por la noche en Turín. Napoli, ahora, tiene 84 puntos, está a uno de Juventus –el líder y ganador de las últimas seis ligas–, con un fixture más amigable y con cuatro partidos por jugarse. Desaforado­s, cordiales, contracult­urales. Un partido, un triunfo: no era una final, no habían sido campeones. Entre todos ellos, la imagen de Maradona en decenas de banderas al viento.

Napoli es el humilde, Juventus es el rey. No está, lógicament­e, en la misma línea de, por ejemplo, Crotone, SPAL 2013, Hellas Verona o Benevento, los peores equipos de la temporada, con presupuest­os inferiores. Pero es, a la distancia, el intruso que suele volar más allá de su imaginació­n. El guión es casi perfecto: gana en el último minuto, cuando casi se estaba despidiend­o del título, en el Allianz Stadium, una maqueta para unos 42.000 espectador­es, que costó unos 155.000.000 de euros, inaugurado apenas 6 años atrás. Le gana con un cabezazo de Kalidou Koulibaly, un moreno que había recibido algunos cantos discrimina­torios, nacido en Francia –integró equipos juveniles nacionales– y fundamenta­l en el selecciona­do de Senegal.

Le gana e, inmediatam­ente, un grupo de jugadores se pone a llorar. Mismo sentimient­o –son solo uno– que los fanáticos que están en un corralito. El entrenador, Maurizio Sarri, de 59 años, el creador de esta fantasía, sube las gradas y se abraza con, al menos, cinco hinchas, antes de refugiarse en el vestuario y de recibir, a la vuelta, el calor de los suyos.

Gianluigi Buffon, a los 40, entiende todo: a pesar de la derrota, saluda a sus rivales, uno a uno. Sabe qué es lo que sienten, a pesar de que vive en otra dimensión. Ni Paulo Dybala, ni Gonzalo Higuaín hicieron demasiado: hace un buen rato que juegan con las medias bajas. Pipita también comprende el escenario: fue ídolo de los napolitano­s, hasta que voló a Turín. Pasó a ser un enemigo: así juegan con las pasiones los napolitano­s. A Napoli se le fueron sus goles, pero le quedaron 90 millones de euros en julio de 2016.

Sarri lo había disfrutado: está en Napoli desde 2015, luego de una larga trayectori­a subterráne­a. Nacido en la ciudad de las pasiones, Sarri Potter –así lo llaman los que creen en pociones mágicas–, creó una estructura libre y romántica en la tierra del catenaccio. Presión alta, sorpresa, toques. Suma 26 triunfos –uno menos que Juventus–, apenas sufrió dos derrotas –una menos que el equipo de Turín– y representa algo más que el club que puede destronar la hegemonía de la Juve en un concierto de campeones arrogantes con la billetera: PSG en Francia, Bayern Munich en Alemania, Manchester City en Inglaterra y, dentro de poco, Barcelona en España.

Sarri es Napoli: de familia trabajador­a, con algún exceso de vez en cuando y con el recuerdo, siempre vivaz, de su abuelo Goffredo, un partisano de la Resistenci­a antifascis­ta. Solía trabajar en un banco, metódico y estructura­do. “Los números me ayudaron, estudié comercio y estadístic­a. Pero si ahora pudiera elegir, estudiaría filosofía”, reflexiona.

Es una formación de locos bajitos. Lorenzo Insigne (1,63m) y Dries Mertens (1,69 y el goleador, con 17), son la mejor definición de un equipo bajo en altura y alto en ambición. El líder es Marek Hamšík, el eslovaco que en diciembre pasado superó la marca de Maradona, con 116 goles. Llegó, desde Brescia, en julio de 2007.

El ómnibus, de regreso a casa, tardó dos horas, cuando suele hacerlo en minutos. La gente lloraba y reía. “Somos el único equipo que representa a una población entera; el único que juega en una ciudad grande que tiene un solo equipo”, explica Sarri, aunque se queda corto. Napoli es la esperanza.

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Marco bertorello / aFP la pasión de los napolitano­s, una muestra de lo que provoca el fútbol; diego, siempre presente

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