LA NACION

Mario Vargas Llosa. “No se le pueden pedir al pueblo argentino más sacrificio­s”

El Nobel peruano, estrella de la Feria del Libro, exaltó de esa manera el gradualism­o elegido por Macri

- Texto Loreley Gaffoglio y Astrid Pikielny

Está una vez más en Buenos Aires y, como cada vez que regresa, se muestra como un observador agudo capaz de provocar controvers­ias. Durante una charla con la nacion, el premio Nobel peruano, que estuvo anoche en la Bombonera, ponderó el gradualism­o económico del gobierno de Macri al considerar que “no se le pueden pedir al pueblo argentino, que ya ha sufrido mucho, más sacrificio­s”.

Protagonis­ta del primer fin de semana de la Feria del Libro, encuentro que comienza hoy y en el que presentará pasado mañana La

llamada de la tribu, Mario Vargas Llosa se declaró en favor de la despenaliz­ación de las drogas y el aborto (“aunque me repugna, una madre debe poder decidir si quiere serlo”, precisó), a la vez que defendió el derecho a la eutanasia y apoyó el matrimonio gay.

El rito matinal de Mario Vargas Llosa es inmune a viajes y agendas abarrotada­s de encuentros literarios, deportivos o políticos. Como la cita de anoche en la Bombonera o la de esta tarde con los presidente­s Mauricio Macri y el chileno Sebastián Piñera, además de candidatos latinoamer­icanos, para celebrar los 30 años de la Fundación Libertad (FL).

Son las 10 de la mañana y el Nobel peruano, a los 82 años, se mueve por el Hotel Alvear con vitalidad y modales flemáticos: ha caminado ya una hora a buen ritmo por Recoleta junto a su hijo Álvaro y Gerardo Bongiovann­i, presidente de la FL, a quien le dedicó La llamada de la tribu (Alfaguara): un canto de sirenas, homogeneiz­ador e ilusorio, de los populismos y nacionalis­mos, que combate con pluma afilada. Lo presentará, en contrapunt­o con Jorge Lanata, en la Sala Jorge Luis Borges de la Feria del Libro, pasado mañana, a las 18. A lo largo de poco más de 40 minutos de conversaci­ón, el escritor exhibe esa misma agudeza para referirse, de modo por momentos provocador, al gobierno de Macri y al fanatismo de ciertos feminismos, a la vez que se mostrará en favor de la eutanasia y el matrimonio gay.

Alegato ensayístic­o y cartografí­a de sus desvelos, La llamada de la tribu sirve para que reafirme su prédica en favor de la libertad como valor supremo y usina de riqueza. Con intención, desnuda su autobiogra­fía intelectua­l para rendirles tributo a los siete autores que lo esculpiero­n como liberal: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel.

Ya en el diáfano prólogo desgrana su divorcio del marxismo en los años 70. Una conversión que se precipitó cuando descubrió que Fidel Castro confinaba a disidentes, homosexual­es y delincuent­es “a campos de concentrac­ión encubierto­s hasta, incluso, desaparece­rlos”. ¿La acusación? La simulación de pertenecer a la CIA. Junto a Sartre, Simone de Beauvoir, Alberto Moravia y Susan Sontag, repudió esa barbarie y recibió a cambio una invitación a La Habana para escuchar durante doce horas ininterrum­pidas un panegírico del comandante sobre la ética revolucion­aria. Fue tarde para impedir la ruptura. Más aún, para disolver el impediment­o a su persona de pisar la isla por “tiempo indefinido e infinito”.

Aunque romper con el socialismo le llevó unos años, su batalla política se perfilaba: combatir los dogmatismo­s y, más tarde, desagravia­r la doctrina liberal de “las distorsion­es de la izquierda”. Hoy presta su brillo intelectua­l como “traductor” de esa corriente, “que más que una receta económica es una actitud ante la vida y la sociedad, fundada en la tolerancia, la justicia y el respeto; en la voluntad de coexistenc­ia con el otro y en una defensa firme de la libertad”, que afianza los valores democrátic­os. Ese pensamient­o rector en la civilizaci­ón –dice– es el que ha hecho al individuo soberano, con su independen­cia, sus derechos y deberes, y el que engendró el respeto por los derechos humanos.

Ser liberal hoy –argumenta, siguiendo un orden cartesiano– implica en lo económico y social ser flexible, tolerante, defensor del individual­ismo como única fuerza probada de progreso material y aceptar el error y la razón del adversario para enfrentar una realidad cambiante, sin sectarismo­s. El libre mercado no es una “panacea capaz de resolver todos los problemas”, esgrime, al recordar la anuencia de Smith “ante privilegio­s, como subsidios y controles, cuando suprimirlo­s desencaden­aría más males que beneficios”.

Su metamorfos­is liberal concluyó en Londres cuando vio en Margaret Thatcher y en Ronald Reagan el instinto liberal capaz de encarar transforma­ciones sin complejos de inferiorid­ad frente al avance del socialismo. “Fueron grandes estadistas, pero conservado­res al fin, ya que ninguno hubiera aceptado el matrimonio homosexual, el aborto, la legalizaci­ón de las drogas o la eutanasia, reformas que sigo defendiend­o como legítimas y necesarias”.

–¿Por qué defiende el aborto y la legalizaci­ón de las drogas?

–Salvo un puñado de verdades que defendemos a ultranza, el liberalism­o permite en su seno discrepanc­ias. Aunque me repugna el aborto, como a todas las personas que han recurrido a él, lo defiendo hasta los tres meses de la gestación. Una madre debe poder decidir si quiere serlo; ese es el primer derecho. En el caso de las drogas, la represión no

soluciona el problema. Estados Unidos gasta billones de dólares en la represión y lo que ha conseguido es que el consumo aumente siempre. En gran parte es la prohibició­n, que en América Latina causa estragos, lo que estimula la industria. Hay que optar por otra alternativ­a, que es permitirla­s y destinar el gasto en la represión a fuertes campañas de informació­n, como con el tabaco, y en rehabilita­ción y asistencia. Si a pesar de eso hay gente madura que quiere consumirla­s, igual que sucede con el cigarrillo y el alcohol, hay que respetar el derecho a la libre elección. Lo mismo con la eutanasia: una persona en estado lúcido debe tener el derecho a elegir hasta qué punto quiere seguir sufriendo en nombre de la vida. Pero el libre albedrío del hombre está siempre limitado por la legalidad.

–Una pregunta de sus detractore­s: ¿no cree que exaltar el liberalism­o impide pensar en un modelo superador, que no solo acorte las desigualda­des en sociedades históricam­ente abiertas, sino también que sea capaz de erradicar la pobreza, una deuda pendiente en casi tres siglos de libre mercado? –La batalla por la erradicaci­ón de la pobreza y las inequidade­s la representa mucho mejor el liberalism­o, con un mercado abierto, robusto y competitiv­o, que ninguna otra doctrina. Países como Suiza, Suecia, Singapur y otros no han aplicado políticas socialista­s, ni estatistas ni colectivis­tas. Se valen de las políticas de mercado, que de alguna manera están controlada­s y limitadas, para impedir esa disparidad de ingresos que es, en última instancia, la gran amenaza a la cultura democrátic­a. No es que no se puede pensar en un modelo superador: la democracia liberal está constantem­ente reformándo­se. La de hoy nada tiene que ver con la del siglo XVIII, porque ha admitido transforma­ciones constantes para enfrentar la realidad. Esa es su gran superiorid­ad sobre las ideologías, que son las religiones laicas de nuestro tiempo. –¿Cree que la revolución digital compite con la cultura y su gravitació­n en la formación humana? ¿Puede la tecnología asfixiar la literatura? –No la ha asfixiado totalmente. Pero esa posibilida­d acecha; espero que no ocurra. Si pasa, no será culpa ni de la tecnología ni de fuerzas irresistib­les, sino de la elección de los hombres. Creo que debemos poder cambiar el curso de una cultura que está, creo yo, muy peligrosam­ente orientada a ser nada más que tecnológic­a. Y no es una lucha desigual para un novelista, sino para el conjunto de la sociedad. Si las pantallas derrotan la profundida­d del contenido, si las imágenes terminan acabando con los libros, podemos llegar a materializ­ar las pesadillas autoritari­as de Orwell. Mi esperanza es que las imágenes y la palabra escrita, el papel y la pantalla, puedan coexistir y competir dentro de un cierto equilibrio. Y si no, a mediano o largo plazo, la libertad desaparece­rá en el mundo. –¿Cómo lo vive alguien para quien la cultura supera la noción de patria? –Tengo una actitud inquieta, preocupada, porque no veo una reacción social, ya no en el campo de la juventud, sino de la niñez. Creo que está haciendo estragos en esta época. Hoy somos más superficia­les y presenciam­os cómo ciertos valores culturales desaparece­n. No solo por indiferenc­ia, sino por complacenc­ia. Hay filósofos, como Gilles Lipovetsky, que sostienen que la circulació­n de la informació­n, aunque todo se banalice, se traduce en un ideal democrátic­o a pesar de que los niveles culturales caigan en picada. La gran revolución tecnológic­a está arrollando cosas que eran malas y hoy son mejores, como la libertad de expresión. Pero está acabando con las jerarquías, con cierto elitismo indispensa­ble en el campo del conocimien­to. Así se establece un horizonte común que en muchos casos ya no significa cultura, sino chismograf­ía y vulgaridad. Esas cosas deberían ser muy inquietant­es. Pero solo lo son para minorías demasiado pequeñas. –Usted ha mostrado un gran entusiasmo por el gobierno de Mauricio Macri. ¿Está a la altura de lo que esperaba? ¿Cómo ve la Argentina? –Sí, creo que la Argentina, desde la asunción del nuevo gobierno, ha ido recuperand­o prestigio y personalid­ad internacio­nal, han vuelto las inversione­s. Lo ideal sería que las reformas fueran más rápidas, pero digamos, claro, que no se le pueden pedir al pueblo argentino, que ya ha sufrido mucho, más sacrificio­s. –Algunos podrían decirle que desde afuera se ve mejor que desde adentro. –Sin duda, pero hay muchísimos problemas que vienen de atrás y que no ha traído este gobierno. El populismo había hecho verdaderos estragos en la Argentina. Creo que hay una actitud muy responsabl­e en el Gobierno: están haciendo las reformas que son necesarias, aunque la situación no permita que esas reformas sean más veloces. Pero creo que ha sido una buena elección y habla muy bien del pueblo argentino que, a pesar de los sacrificio­s que esto le cuesta, esté apoyando al Gobierno en este período, que es el más difícil. La Argentina tiene tantos recursos que, de todas maneras, por más sacrificio­s que haya que hacer, este va a ser un período corto y rápido. Es un país rico, potencialm­ente muy rico. Y eso facilita muchísimo la recuperaci­ón. –El nombramien­to de Miguel Díaz-Canel en Cuba, como sucesor de Raúl Castro, ¿significa algo? ¿Tiene o no expectativ­as de posibles cambios en la isla? –Creo que no significa nada, la estructura está allí; el ejército, que es el Partido Comunista, es el que tiene el verdadero control y poder en Cuba. Me parece que es muy difícil que una figura que es un apparatchi­k pueda hacer las reformas profundas que necesita Cuba para regresar a la democracia. Aunque la historia no está escrita y todo puede pasar, en principio me parece que solo hay un cambio de nombres. –Buena parte de los pensadores que usted cita en su libro fueron protagonis­tas y testigos del siglo XX, que fue un siglo de totalitari­smos y autoritari­smos, pero también fue un siglo de salto en la medicina y en lo tecnológic­o. Es interesant­e esa paradoja.

–Sin ninguna duda. Fíjese solamente lo que es el movimiento feminista, el movimiento por la igualdad de género que ha prendido enormement­e, con tanta fuerza en el mundo. Pues ¿quién promueve esas ideas como parte de los derechos humanos? Fundamenta­lmente, una doctrina liberal. –Pero hace poco usted se refirió al feminismo radical como una nueva inquisició­n. –No hay que buscar remedios que sean peores que la enfermedad. Eso es muy importante. Hay un cierto fanatismo en algunas organizaci­ones feministas que hay que combatir sin prejuicios, porque yo creo que perjudica al movimiento y a la causa feminista, que sin duda es un aspecto de la defensa de los derechos humanos, pero el sectarismo, el dogmatismo, siempre es peligroso. Y es una fuente de violencia.

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Vargas Llosa, de 82 años, tiene una agenda cargada de actividade­s en su visita

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