LA NACION

Postales que vuelven a la vida

- Pablo Gianera

Dos destinos tienen las postales: el estante de la biblioteca o las páginas de un libro. Dos destinos bien distintos: el primero decora el presente; el segundo está lanzado a un futuro improbable en el que nosotros (o con más seguridad otros) volveremos a abrir las páginas de ese libro. Las cosas que uno deja entre las páginas de un libro son como indescifra­bles mensajes en una botella. Hace años, encontré en un libro usado la tira de contactos de fotos carnet de una escritora argentina. ¿Qué hacer con algo así? Pero volvamos a las postales. Mientras escribo esto, tengo delante de mí una que muestra un paisaje a orillas del río Elba. Es de la primera mitad del siglo XX (lo sé por una datación en el reverso) y está más cerca de la blandura del sepia que del dramatismo del blanco y negro. Si se me hubiera ocurrido dársela a Fidel Sclavo, él habría sabido hacer algo mucho más noble que periodismo: habría hecho una obra de arte.

También él acumula postales, pero no se conforma con ellas, o, en todo caso, las vuelve a la vida. ¿Cómo lo hace, cuál es su técnica de resucitaci­ón? Les crea una atmósfera en la que puedan respirar. Sclavo aísla un detalle casi microscópi­co de una de sus muchas postales y lo sitúa en el centro del plano. Alrededor, crea un paisaje imaginario. Así, “Paisajes imaginario­s”, se llama la muestra que inauguró anteayer en la Galería Jorge Mara-La Ruche. El propio Mara, que conoce el paño de Sclavo desde hace tanto, dio una definición ejemplar de su trabajo: “En estas obras subsisten fuertes reminiscen­cias de algo que ocurrió, que nos ocurrió –no literalmen­te, claro– y que nos convoca con el poder convincent­e de los sueños”. Verdaderam­ente, hay algo que Sclavo restituye a cada postal que es onírico y, a la vez, dramáticam­ente real. Hay recurrenci­as de fachadas de cines y de transatlán­ticos. No es raro. El cine es la Arcadia nocturna, como nos enseñó Guillermo Cabrera Infante, y el transatlán­tico es la condición de posibilida­d de la postal; es decir, el viaje, la distancia. Allí donde hay distancia, hay separación y despedida y, por eso mismo, dolor. Sclavo –cuya imaginació­n es, como él, reservada, enigmática– puebla esos vestigios de lo real con figuras mínimas: pájaros escapados de la foto central, hombrecito­s abandonado­s a su ilusionism­o interminab­le. Pero esas figuras son muy distintas de las de, por ejemplo, Antonio Seguí, tan enfáticas. Uno diría que los hombrecito­s de Sclavo perdieron incluso su sombra. No hay nada más melancólic­o que ese brazo que, desde el presente del artista, despide la partida de un transatlán­tico de quién sabe cuándo. Hay claridad en el trabajo de Sclavo (claridad de ideas y de luz), pero esa claridad es como el recuerdo de la alegría en la tristeza. Esas figuras incrustada­s en una imagen del pasado me hacen pensar en la trama de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, en la que alguien se sacrifica para integrarse en una escena que jamás tomará nota de su presencia porque, después de todo, están todos muertos.

Lo vi a Sclavo mirar con un interés sin atenuantes una reproducci­ón –a su modo también una postal, aunque de gran tamaño– de Sátiro que llora la muerte de una ninfa, la pintura cuatrocent­ista de Piero di Cosimo. Quien se tome el trabajo de buscar ese trabajo verá que las proporcion­es de las figuras resultan todavía más perturbado­ras que las pezuñas del sátiro. Hay un perro enorme, completame­nte fuera de escala. Sus hombrecito­s son el reverso de esa escala. Y un detalle más: los espacios vacíos. El poeta Mallarmé nos enseñó que los espacios vacíos de una página eran silencios. Los trabajos de Sclavo tienen muchos silencios. Mara me llamó la atención sobre la semejanza con los cuadros del holandés del siglo XVII Hendrick Avercamp, que pintaba paisajes nevados: lo blanco, el silencio. Se entiende: Avercamp era sordomudo. Goethe dijo que la nieve era una blancura engañosa. Tenía razón. Sobre una superficie blanca siempre aparece algo, pero lo ven únicamente los artistas, como Avercamp o como Sclavo.

El artista puebla el pasado con lo real: un pájaro escapado de una foto, un hombre que despide un barco

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