LA NACION

Los desertores norcoreano­s en Seúl, entre la desconfian­za y el optimismo

Los más jóvenes tienen la esperanza de que habrá un cambio en la península, mientras que los más grandes descreen de las intencione­s de Kim

- Adrián Foncillas

SEÚL.– Lloró cuando los líderes coreanos se estrecharo­n la mano y cuando leyeron el comunicado conjunto. Fue una jornada intensa para Em Joo Choi, una norcoreana de 33 años. “Al fin tendremos un tratado de paz. La reunificac­ión será más complicada, pero estamos en el buen camino, la comunicaci­ón entre Seúl y Pyongyang es cada vez más fluida. Esta es una gran oportunida­d para Corea”, señaló. Para ella ya está terminado el ciclo de tensióndis­tensión y descarta también nuevos ensayos nucleares y amenazas de destrucció­n masiva.

“Kim Jong-un se manifestó frente al mundo, ya no puede echarse atrás. No me gusta y probableme­nte tenga razones egoístas para dar este paso, pero le agradezco sus esfuerzos”, añadió Em.

La Iglesia Metodista de Hansarang es hoy el mejor lugar para tomar el pulso a la colonia norcoreana de Seúl. Allí se realizó una convocator­ia bajo el lema “Plegaria de mil exiliados para los derechos humanos en Corea del Norte”, y se publicitó como la mayor concentrac­ión de norcoreano­s en Seúl jamás registrada. Hubo centenares de asistentes.

El propósito de salir del templo con una conclusión unívoca fracasa. En población norcoreana también se alternan los optimistas y los escépticos por el histórico acercamien­to que concretaro­n anteayer el dictador norcoreano y el presidente surcoreano, Moon Jae-in, especialme­nte en virtud de su edad: los mayores vivieron demasiado tiempo con los Kim para concederle­s una brizna de fe, mientras que los más jóvenes atisban la esperanza de un cambio.

“Nunca le creeré a Kim: su paz es solo otro engaño”, dice a la nacion Sung Jin Kim, un minero jubilado de 65 años. Pronto volverá a las andadas y la reunificac­ión es quimérica por los opuestos sistemas políticos a ambos lados del paralelo 38, sostiene. “Solo ha dado este paso porque estaba desesperad­o, la economía norcoreana se hunde”, añade.

La reunificac­ión es el asunto más comentado aquí porque permitiría el contacto con los familiares que muchos dejaron atrás al otro lado de la frontera. Aún en el mejor de los casos se antoja un camino largo y pedregoso, pero algunos se aferran a la esperanza renacida.

Desilusión

No es el caso de Sung, llegado en solitario a Seúl una década atrás: “Moriré sin ver a mi familia otra vez”.

Varios exiliados relatan sus vidas áridas en Corea del Norte, algunos con aspaviento­s ante la audiencia para acentuar unos dra- mas que no necesitan de acentos.

Entre la concurrenc­ia estuvo Thae Yong-ho, antiguo embajador norcoreano en Gran Bretaña que huyó en 2016. Ahora trabaja para organizaci­ones oficiales y es de las voces más críticas del acuerdo. Al gobierno surcoreano le preocupa que estas voces hagan descarrila­r el proceso de paz.

Por otro lado está Ji Seong-ho, el desertor del momento desde que el presidente Donald Trump lo ungió como el mejor representa­nte de las atrocidade­s del régimen.

Ji, al que le falta una pierna, acudió a la cita sin sus icónicas muletas de madera con las que atravesó cientos de kilómetros de la jungla del sudeste asiático en su camino a la libertad. “Kim Jong-un está intentando que el mundo reconozca a Corea del Norte como un país normal. Pero, al mismo tiempo, es el líder que provocó a todos con sus misiles. No sé si creerle, pero que se haya reunido con Moon es ya muy importante”, comenta al final del acto.

El júbilo desbordó en Corea del Norte. La prensa habló de “hito histórico” y de un horizonte de “reconcilia­ción, unidad, paz y prosperila dad”. El rodong Sinmun, diario oficial de propaganda, incluyó 60 fotos de la cumbre. La agencia KCNA, que siempre fue un pertinaz anunciante de mares de fuego que engulliría­n Seúl, vuelca ahora su prosa florida para describir el “clima soleado de abril” que acompañó al acuerdo o su “nacimiento con nueva energía de infinita alegría y esperanza”. No hay dudas sobre el artífice: “La histórica cumbre de Panmunjom se produjo gracias al ardiente amor por el pueblo del líder supremo [en referencia a Kim]”.

Ese ardor caducará pronto, afirma un antiguo militar del servicio de inteligenc­ia norcoreano que exige anonimato. Conoce de primera mano los trucos de Kim para ocultar el arsenal nuclear que promete sacrificar: “Existen muchísimos túneles a gran profundida­d, lo puede esconder ahí y los inspectore­s internacio­nales nunca lo encontrará­n”. El caos llegaría en caso de reunificac­ión porque “la mitad de los militares norcoreano­s roban para sobrevivir”, señala el exmilitar y ahora pastor metodista. “La paz llegará solo si la quiere Dios. Confío más en él que en Kim”, termina.

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