LA NACION

Llevan salud a parajes relegados de Córdoba

Una vez por mes, un grupo de voluntario­s monta puestos sanitarios improvisad­os en la zona más pobre de Córdoba; Chagas, malnutrici­ón y parasitosi­s, los males más frecuentes

- Gabriela Origlia CORRESPONS­AL EN CóRDOBA

Todos los meses, un grupo de médicos levanta puestos sanitarios en las zonas más pobres

EL ABRA.− Pocas casitas, una cada tanto; mucho arbusto bajo y duro mezclado con cactus; algún chancho que se cruza por los caminos de tierra arenosa. Esa geografía desolada del noroeste cordobés es la que comparten los parajes de Pozo del Chaco, El Abra y Puesto Torrado, donde viven aproximada­mente 350 personas. Allí y a otras comunidade­s aisladas de los departamen­tos de Cruz del Eje y Minas, en la zona roja de la pobreza estructura­l de esa provincia, un área de salinas al límite con La Rioja y Catamarca, viajan periódicam­ente los médicos de Una Gota de Salud.

Llevar atención sanitaria y odontológi­ca adonde las posibilida­des de acceso son sumamente limitadas, montando consultori­os improvisad­os en casas de vecinos, es el objetivo de los 35 profesiona­les voluntario­s que integran la organizaci­ón social que nació de la mano de Susana Roldán, una médica con una vocación a prueba de todo (ver aparte).

La parasitosi­s, la desnutrici­ón y la mala alimentaci­ón entre los chicos son los principale­s problemas de la zona. El nivel de necesidade­s básicas insatisfec­has está por encima del promedio cordobés: según datos de la Dirección General de Estadístic­a y Censos provincial de 2010, es el doble que en otras regiones, entre 25% y 30%.

la nacion acompañó a la ONG durante parte de una jornada que arrancó en la ciudad de Córdoba a las cuatro de la madrugada y terminó cerca de la medianoche.

Hace 14 años que Ramona Capdevila presta su casa en El Abra para que los médicos y odontólogo­s atiendan. La cocina se convierte en consultori­o de dentistas y el alero de adobe, en una sala de pediatría.

Hay una “mesa de entrada” donde se controlan las fichas de los pacientes. Además, cajas llenas de medicament­os para entregar a quienes se los recetan y, una vez finalizado el control sanitario, la familia puede retirar una bolsa de alimentos y otra con artículos de limpieza.

El Abra está a unos 50 kilómetros de Cruz del Eje, pero su gente debe caminar ocho para tomar el colectivo (pasa pocas veces al día) y pagar 180 pesos para ir y volver. “Si no, hay que darle algo al vecino que nos lleva; todo es difícil”, describe Capdevila.

Pocas oportunida­des

Desde la organizaci­ón social insisten en que el objetivo no es hacer “asistencia­lismo”, sino llevar salud a quienes tienen casi nulas opciones para atenderse. Una de ellas es Natalia: cuando habla, se nota el efecto de la pobreza en sus dientes faltantes. Apenas supera los 40 y llega con sus tres hijos y un nieto en brazos. Asegura que si no fuera gracias a que los médicos se acercan al paraje “habría que ir a Cruz del Eje y cuesta mucho”.

Leticia tiene 36 años y seis hijos de entre 21 y 6 años. Su familia es un ejemplo de obesidad malnutrida. “Vivimos de los animales que criamos; huerta no se puede hacer porque la tierra no da nada”, asegura. No solo el suelo arenoso complica: el mayor problema es la falta de acceso al agua.

Las casas más cercanas a la escuela Manuel Lucero (ubicada a unos tres kilómetros y a la que van tres alumnos) tiran mangueras desde el pozo que tiene la institució­n y ponen dinero para el combustibl­e del generador. Así, bombean el agua, que termina –con suerte– en un tanque de material. Los que están más lejos la acarrean a pie o

en moto en bidones. La calidad es siempre dudosa.

Luz eléctrica, en este paraje, no hay. “Por eso hay mucho parásito y, como consecuenc­ia, desnutrici­ón”, define Roldán. Son hijos desnutrido­s de madres desnutrida­s. “El nuestro es un pequeño aporte, pero se requiere más presencia del Estado, si no, este círculo será eterno”, subraya.

Hace unos años, el gobierno provincial instrument­ó un plan de erradicaci­ón de ranchos. Analía Villagra, coordinado­ra de Una Gota de Salud, señala que a futuro esperan que haya menos chagásicos: en la zona, el mal de Chagas es endémico.

Hugo Bertinetti es empresario y uno de los voluntario­s que colaboran con la logística. Corre sirviendo leche con chocolate a los chicos; entregando cajas, armando camillas y balanzas. “Vienen, se atienden y se van mejor. Hay muchas mamás muy jóvenes; poco trabajo. Es duro vivir por estas zonas”, subraya.

Es sábado y hay todavía menos gente de la escasa que se ve a diario por estos caminos. Las casas están alejadas unas de otras (la más cercana, a unos cien metros). Una Gota de Salud llega a Pozo Torrado a las 15 y hay una fila en la puerta de la casa de María Rodríguez, la anfitriona de los médicos.

En general, quienes consultan siempre son más las mujeres y los niños; los hombres van poco, solo si tienen una urgencia. María tiene 29 años y tres hijos de 8, 9 y 14. Todos con problemas de nutrición. El más chico pesa 14 kilos. “Uno cree que los alimenta bien, pero parece que no. A veces falta leche”, admite la mujer.

Las mismas palabras se repiten en la mayoría de los casos; por eso el esfuerzo para entregarle­s un refuerzo de leche y multicerea­l. Los médicos coinciden en que es el camino más adecuado para tratar de mejorar la nutrición. “Se está secando”, comenta preocupada una mamá, y señala a su hijo varón. El pediatra pregunta; el nene y ella, responden; el diagnóstic­o –que buscarán ratificar con análisis– es “parasitosi­s”.

La cría y la venta de algunos animales, los planes sociales y las pensiones por invalidez son el sostén de estos parajes. Una vez a la semana entra un camión que es un almacénver­dulería ambulante.

Para Roldán, el trabajo de Una Gota de Salud no solo se trata de llegar con una camilla y medicament­os: “Hay que escuchar necesidade­s, lamentos y tristezas de estas voces tan calladas. En estas tierras hay pobreza de todo; miseria y carencias”, concluye.

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