LA NACION

El boom de la construcci­ón, crucial para el humor social

- Guillermo Oliveto

En la calle hay fastidio, enojo, bronca y, sobre todo, crítica. Pero también hay esperanza y expectativ­as. Más allá de que el malhumor haya crecido y resulte mucho más audible, no es la única expresión ni es mayoritari­a. Al indagar en nuestra última investigac­ión nacional cuál es el sentimient­o que define mejor su situación actual, el 24% de los encuestado­s señaló la esperanza; el 16%, la expectativ­a, y en total, un 44% de la población planteó algo positivo.

Por el otro lado, un 10% dijo angustia; un 9%, bronca, y un 6%, tristeza. En total, un 31% remarcó un sentimient­o negativo. El resto se encuentra en un punto intermedio, que puede aglutinars­e bajo el concepto de incertidum­bre.

Explicar los motivos que tienen a parte de la sociedad crecientem­ente incómoda es sencillo: tarifas e inflación. La semana pasada el dólar, objeto siempre inquietant­e para los argentinos, se sumó al cóctel. Dilucidar, por el contrario, qué es lo que sostiene en buena medida la confianza en un momento donde las malas noticias dominan la agenda pública no resulta algo tan evidente. Una de las pistas centrales hay que buscarla en la construcci­ón, que hoy no solo se erige como uno de los principale­s impulsores de una economía que mantiene el ritmo (con un alza del 5,1% en febrero, del 4,7% en el primer bimestre y un 2,8% proyectado para todo el año), sino como una fuente de credibilid­ad que opera como un efectivo ansiolític­o.

En el primer trimestre la construcci­ón creció un 14,3%. En marzo, un 8,3%, y se cumplieron 13 meses consecutiv­os de expansión. Desde el punto de vista económico es un indicador clave, porque el sector mueve una larga cadena de valor que impacta en las grandes industrias, como la del acero, cuya producción creció 20,6% en marzo, pero también en muchas pymes y comercios. Si repasamos los datos desagregad­os podemos ver que en este primer trimestre las ventas de pisos y revestimie­ntos cerámicos crecieron 17%; el cemento Portland, 13%; placas de yeso, 12%, y sanitarios, 8%.

El impulso de la obra pública es relevante, como lo demuestra la expansión del 38% en el consumo de asfalto vial, siendo así el mejor marzo de la historia, con 62.000 toneladas. El año 2017 ya había mostrado el mejor registro histórico, con un consumo de 619.000 toneladas. Los despachos de cemento van en el mismo sentido. Desde junio del año pasado se despachan más de un millón de toneladas por mes, el año pasado los despachos crecieron 11,5% y en este primer trimestre continúan ascendiend­o al mismo ritmo: 12%.

Sin embargo, las obras privadas también son un engranaje fundamenta­l del boom que vive el sector. El índice Construya, que monitorea los insumos para la construcci­ón que producen y venden empresas como Ferrum, Klaukol, Loma Negra, FV, El Milagro, Aluar, Acqua System, Cerro Negro y Plavicon, entre otras, tuvo un impulso del 13,7% en 2017 y arrancó este primer trimestre con la misma fuerza: 14%.

Más allá de los movimiento­s del dólar y la tasa de interés, el regreso del crédito hipotecari­o interpela un deseo tan poderoso que, frente a una cuota accesible de valores similares a los de un alquiler, la gente entiende que vale la pena correr el riesgo. Sobre todo después de un vacío para la posibilida­d de acceder a la casa propia que duró 15 años. Toda una generación de inquilinos.

El año pasado se entregaron más de 50.000 créditos hipotecari­os y el stock de dinero en este tipo de préstamos creció 100% comparado con 2016. En marzo pasado, aun siendo un período de alta inflación y habiéndose movido fuerte el dólar desde diciembre de 2016, 10.000 familias más accedieron a un crédito. Se proyecta que este año se otorgarán finalmente 100.000 créditos nuevos, como mínimo. Y el plan es llegar a un total acumulado de un millón en 2023.

En la ciudad de Buenos Aires, las ventas de inmuebles crecieron más del 30% en el primer trimestre y lo habían hecho 41% el año pasado. Si tomamos el total país, el índice de demanda de inmuebles que elabora el CDI sobre la base del registro de transferen­cias de la AFIP marca un crecimient­o exponencia­l en 2017: 61%. Y sobre eso, un ritmo muy sólido en el primer trimestre de 2018: 35%.

Una vez construida­s, o mudadas, habrá que “llenar” esas casas y departamen­tos. Todos esos nuevos hogares necesitará­n televisore­s, colchones, Internet, sillas, sillones, vasos, platos, cafeteras, lavarropas, heladeras, cable, seguros, lámparas, sábanas, acolchados y mesas, entre muchos otros elementos. Son buenas noticias para Easy, Sodimac, Falabella, Arredo, Frávega, Garbarino, Fibertel, Cablevisió­n, DirecTV, Movistar, Netflix, Samsung, Noblex, Philips, Atma y tantos otros proveedore­s.

Aun con toda la potencia que expresan los datos puros y duros, el mayor impacto de este boom de la construcci­ón trasciende lo meramente económico y toca fibras profundas de nuestra sociedad.

La primera de ellas es de carácter social: el empleo. No es lo mismo capear la inflación y la suba de tarifas con trabajo que sin trabajo. El sector de la construcci­ón es el quinto empleador del país y fue, por lejos el que tuvo los mejores indicadore­s en 2017: 43.000 nuevos puestos de trabajo entre diciembre de 2017 y el mismo mes del año anterior. La tasa de crecimient­o del empleo, 11%, supera por mucho a la de los otros sectores generadore­s de nuevos puestos, como el comercio (2,3%) o los servicios financiero­s (1,6%). Muchos de los nuevos puestos de trabajo se generan en sectores de clase media baja y baja, donde son más necesarios y cambian radicalmen­te las condicione­s de vida de las familias. Hoy trabajan en la construcci­ón 450.000 personas en blanco, alcanzando uno de los valores más altos de la serie histórica.

La segunda es de carácter simbólico: la credibilid­ad. Las obras se pueden ver, tocar y usar. Y eso, por lo menos, calma un poco la ansiedad y balancea el humor social. Es cierto que la gente protesta por las tarifas. Tan cierto como que afirma que “lo de las obras es verdad, están ahí, se terminan”. En este sentido, son una prueba contundent­e que verifica las promesas. En la era de la infoxicaci­ón y la posverdad, pocas cosas son tan poderosas como tangibiliz­ar el discurso. En la avenida General Paz puede leerse el siguiente cartel: “Ya están habilitada­s las dos manos del puente La Noria”. Ese puente estuvo sin terminarse por años. Hoy ya está. Existe. Se terminó y se usa.

El tercer impacto es cultural. En una sociedad de origen inmigrante, la vivienda propia equivale al definitivo arraigo. Eso está inscripto en nuestro ADN. Quien arraiga, por naturaleza, se torna más planificad­or y adquiere otra perspectiv­a del tiempo. Ya no todo es corto plazo ni vivir el hoy. El largo plazo se incorpora a su campo visual. Tener que pagar una cuota de esa vivienda por 10 o 20 años refuerza el efecto.

Finalmente, el cuarto impacto es de carácter político. No da lo mismo vivir en calle de tierra que en asfalto. Tener cloacas y agua potable que no tenerlas. Tardar una hora para llegar al trabajo que dos. Viajar por una ruta peligrosa que hacerlo por una autopista. Ser inquilino que ser propietari­o. Haber conseguido trabajo que estar desemplead­o. De una u otra manera, el boom de la construcci­ón, tanto pública como privada, le está cambiando la vida a mucha gente.

Son cuestiones demasiado trascenden­tales como para soslayarla­s de cara a cualquier análisis, tanto del presente como del futuro próximo. —para La NaCIoN—

El boom que vive la construcci­ón trasciende lo meramente económico y toca fibras profundas de la sociedad como el empleo y el sueño del techo propio

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