LA NACION

Amor por las abuelas, en dos relatos de vida y superviven­cia

- Julieta Bilik

El homenaje de dos nietas que protagoniz­an sendas obras teatrales.

En un pueblo de Polonia, en 1942, una chica de 14 años es separada de su familia y de su casa. Su vida peligra y corre para escapar. Atraviesa descampado­s, frío, granizo y cada tanto se esconde. Algunos sienten piedad por ella y le dan algo de comida, una noche de refugio, un poco de abrigo. Finalmente, alguien la delata y la trasladan a un campo de concentrac­ión. Elude los controles que eligen a las próximas víctimas, trabaja incansable­mente, la trasladan. En el nuevo campo vuelve a sortear “la selección” y por obra quién sabe si del azar, el destino o la voluntad logra sobrevivir a otros cinco centros de detención destinados a la explotació­n y el exterminio de los judíos y otras minorías. Un día la guerra termina y ella vuelve a ser libre. Pero está sola y poco sabe del destino de su familia. Vuelve a su pueblo natal para intentar encontrarl­os. Allí conoce a otro sobrevivie­nte del horror –que logró salvarse gracias a Oskar Schindler, un alemán que empleó de incógnito en su fábrica a más de mil judíos polacos– y se enamoran. Viajan muy lejos, se casan y forman una familia. Ya en Buenos Aires, y tras doce años de peripecias, ella consigue reencontra­rse con su hermano José, el único integrante de su familia que continúa vivo.

Durante esa misma guerra, pero en Canadá, una joven científica de 22 años que estudia las causas de la leucemia recibe una beca que le permite viajar a Buenos Aires para trabajar con Bernardo Houssay –quien unos años después recibiría el Premio Nobel de Medicina–. Le advierten: no andes sola, no salgas tarde, no te dejes ver con varones sin algún chaperón que te acompañe. Pero a ella poco le importa. Desde que llega a “la Reina del Plata” sale, se divierte, investiga, aprende. También se radica en Buenos Aires, se enamora y forma familia. Pero nunca deja de investigar.

Estas son las historias de las abuelas de las actrices Julieta Cayetina y Belén Pasqualini, respectiva­mente, quienes decidieron hacer dos obras teatrales con sus vidas:

Eye y yo y Christiane, un biomusical científico. De nietas a abuelas. Homenaje, ofrenda o agasajo, las piezas ponen en escena mucho más que lo familiar. Trasciende­n lo anecdótico para mostrar dos ejemplos de superación y pasión por la vida que logran llevar al espectador por viajes al pasado que permiten redimensio­nar el presente.

¿Cómo surge la idea, el llamado, la necesidad de subir al escenario aquello con lo que siempre se convivió? “Un día me quise tatuar el número que le habían puesto a mi abuela en Auschwitz y pensé que en un minuto lo iba a conseguir. Pero mi papá no lo sabía y tampoco lo teníamos registrado, así que a partir de ahí surgió una investigac­ión para encontrarl­o”, cuenta Cayetina. Entonces, ya sin su abuela presente, empezó a indagar en su historia de una forma menos personal y tomó conciencia sobre cuán valioso y necesario era su testimonio. Luego, convocó al actor y director Dennis Smith para que la ayudara con la dramaturgi­a y puesta en escena de la historia de su “baba” Esther Cajg.

“La obra era una manera de homenajear­la a ella, a sus amigos sobrevivie­ntes con los que compartí muchas cosas, al resto de los sobrevivie­ntes y a los no sobrevivie­ntes. Me empezó a pasar algo muy fuerte: caí en la cuenta de que la gente muere y que la posibilida­d de convivir en primera persona con estos relatos no va a existir para las próximas generacion­es”, dice Cayetina. Por eso, creó su propio antídoto contra el olvido: “Me da miedo que esto se convierta en la historia de la historia de la historia y se esfume, se pierda”.

Durante varios veranos, Julieta y su abuela viajaron, junto a otros sobrevivie­ntes del Holocausto que vivían en la Argentina, al Hotel Argentino de Piriápolis para pasar unos días de descanso. Allí, mientras crecía, Julieta entraba en contacto directo con las historias de vida de los amigos de su abuela y conocía sus mañas. “Contratába­mos media pensión y no hacíamos una comida extra. Desayunába­mos y cenábamos, o almorzábam­os tarde para tirar hasta el otro día. Había lujos que ella no permitía. Creo que tenía que ver con el hambre y las carencias que había vivido en los campos”.

Para Belén, el puntapié que la impulsó a escribir, producir y llevar adelante la obra sobre su abuela estuvo arraigado en la voluntad de transmitir su espíritu. “Era lo prioritari­o. Una mujer con mucho amor por la vida y pasión por el quehacer; de lucha frenética porque eso acontecier­a a pesar de los obstáculos en un ámbito muy masculino para la época en la que se desarrolló. Lo que siempre quiso fue investigar las causas de la leucemia, una enfermedad por la cual un cuerpo deviene en un cuerpo que muere, pero paradójica­mente Christiane ama la vida”.

Su historia es fascinante. Christiane Dosne de Pasqualini nació en 1920 en Saint Denis, un suburbio de París. Hija de un sobrevivie­nte de la Primera Guerra Mundial, supo desde chica que su vocación era

investigar. Instalada en Canadá, recibió una beca para continuar con sus estudios e investigac­iones. Aunque una de las opciones para desarrolla­rse era la prestigios­a Universida­d de Yale, en los Estados Unidos, Christiane optó por Buenos Aires gracias al consejo de gente corajuda que tenía alrededor: entre ellos, su padre y su mentor, Hans Selye, que es conocido como el “genio del estrés”, ya que desarrolló ese concepto. Aquí se quedó. En 2007, a punto de cumplir 87 años, publicó Quise lo que hice. Autobiogra­fía de una investigad­ora científica, un libro que recoge sus memorias. Activa, perseveran­te y decidida, su carrera profesiona­l está llena de lauros. Investigad­ora emérita del Conicet desde 2002, ha publicado más de 300 trabajos a lo largo de su carrera, cuenta con más de medio siglo de experiment­ación ininterrum­pida y ha recibido varios premios, entre los que se destacan el Konex de Ciencias Biomédicas en 1993 y el Unifem-Noel (Los Ángeles), junto con la Madre Teresa y otras personalid­ades.

Christiane cuenta en su autobiogra­fía cómo hizo malabares entre su vida como mujer y madre de cinco hijos y como investigad­ora. “Empecé a pensar que era un personaje sumamente teatraliza­ble y que la obra podía ser un modo de eternizarl­a y homenajear­la en vida. Para escribirla me inspiré en el libro y en conversaci­ones que tuve con ella”. Y aunque Christiane, con 98 años, no sale de su casa y no pudo ver la puesta, la misión está cumplida porque su nieta logró sacarla de los laboratori­os y la academia para iluminarla con los brillos de la escena.

Perseveran­cia y trabajo

Cualquiera que haya convivido, aunque sea un rato, con alguna abuela –propia o ajena– sabe que son seres sumamente teatrales. Con una puesta en escena propia a cuestas, modales paquetes y la impunidad de quien lo ha vivido todo, las abuelas van y vienen por el vodevil de la vida malcriando nietos y contando de primera mano el pasado. Pero aunque muchas se parezcan no todas son iguales. Mientras la “baba” de Cayetina era muy coqueta y le gustaba atiborrar de varenikes y torta de queso a sus agasajados, Christiane fue, según la propia Belén, la antiabuela. “No era la que nos malcriaba y nos llevaba al cine. De eso se encargaba mi otra abuela. Con ella íbamos al bioterio. Nos mostraba cómo anestesiab­an ratones y les injertaban tumores. Mi abuela amaba a esos bichos y los trataba con muchísimo cuidado. Se encariñaba”. Tanto que para la obra Belén compuso una “Oda al ratón” que es agradecida por cada colega de Christiane que asiste a una función.

En Eye y yo están muy presentes el vínculo y la conexión entre las dos generacion­es. Sobre este punto, Cayetina opina: “Suele suceder que socialment­e no entendemos la vejez. Siento que los jóvenes tendríamos que honrar más la vida de la gente grande. Empiezan a estar solos y se hace difícil. Hace poco, con mi novio le pusimos Netflix a la única abuela que me queda y le cambió la vida. Tiene 86 años, sale con las amigas, va al cine, es muy activa, pero el 80 por ciento del tiempo está en su casa, así que Netflix le encanta”.

Belén asiente y agrega que para ella los abuelos son la semilla. “Uno está antes que en el útero materno en el útero de su abuela materna, porque allí se engendra esa persona que luego será tu madre”. Junto con un profundo sentido de responsabi­lidad por el trabajo, Christiane también legó a su nieta la felicidad por el quehacer cotidiano. “Me parece que hay que amar lo que se hace para después tener una despedida más amable”. Y si de amor se trata, nada más concreto que estos dos encuentros entre abuelas y nietas arriba del escenario, que sirven no solo para contar sus historias –extraordin­arias–, sino también para darles dimensión, volumen y entidad en el presente.

Debate por la despenaliz­ación del aborto y Ni Una Menos mediante, el rol social de la mujer cambió. Mientras siguen abriéndose camino, los casos de Eye y Christiane son más que excepcione­s. Para Belén, que su abuela lograra superar el machismo de la época tiene que ver con su espíritu avasallant­e. “Estaba obsesionad­a con entender una de las causas de la muerte y, a su vez, tenía un amor gigante por la vida. Su métier era ese y nada la iba a correr de su objetivo. Era muy de avanzada, no se detenía en su género”. En el caso de Eye, siempre fue independie­nte y emprendedo­ra. “Mi abuela trabajó toda su vida. Desde que se instaló en la Argentina, junto con mi abuelo, pusieron una fábrica de pulóveres en su casa y trabajaban los siete días de la semana, excepto los sábados a la noche, cuando se iban al Bar León con sus amigos sobrevivie­ntes”. Cayetina cuenta que, una vez que lograron salir adelante, Eye siempre ayudó a institucio­nes y a gente que le tocaba el portero eléctrico para pedirle comida o ropa.

Dos mujeres honrando a dos mujeres, por admiración y por amor, con dos historias que no solo son parte de sus propias historias, sino que se vuelven necesarias, obligadas a trascender.

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“Suele suceder que socialment­e no entendemos la vejez. Siento que los jóvenes tendríamos que honrar más la vida de la gente grande”
Belén Pasqualini Julieta Cayetina “Me parece que hay que amar lo que se hace para después tener una despedida más amable” “Suele suceder que socialment­e no entendemos la vejez. Siento que los jóvenes tendríamos que honrar más la vida de la gente grande”
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Christiane Dosne
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Esther Cajg
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