LA NACION

Encuentro de ideas

- Por Jorge Fernández Díaz

Alejandro Katz reflexiona sobre los desafíos y la gestión del Gobierno.

Durante la larga década kirchneris­ta se reveló como un articulist­a de fuste y una voz decisiva. Alejandro Katz es un intelectua­l punzante, capaz de abordar temas de la alta cultura y, al mismo tiempo, de intervenir con lucidez en el día a día de la política argentina con sus opiniones y presentimi­entos. Aquí habla del modelo de país que se está diseñando, cuestiona algunos supuestos y analiza a la coalición gobernante. –Empiezan a aparecer críticas dentro de la coalición gobernante, como si Cambiemos ocupara una especie de centralida­d y fuera oposición y oficialism­o al mismo tiempo… –Sí, eso fue históricam­ente lo que ocurría con el peronismo, un movimiento que muchas veces fue a la vez oficialism­o y oposición. Es cierto que comienza a haber críticas dentro de la coalición; es por un lado razonable y por otro afortunado que así ocurra. Durante dos años el oficialism­o debió mostrarse muy cohesionad­o en su oposición al régimen anterior, ante lo que el Gobierno –y una parte importante de la sociedad– evaluaba como un riesgo de regreso del kirchneris­mo. Hoy el kirchneris­mo ya no es una preocupaci­ón ni para la gobernabil­idad ni para la alternanci­a. Por tanto, hay más libertad para hacer críticas al Gobierno dentro mismo del Gobierno, y también desde afuera. Más libertad para ver los matices que los momentos de los grandes conflictos ocultan. Durante muchos años la sociedad argentina confrontó entre posiciones extremas, que solo permitían ver la realidad en blanco o en negro. Hoy tenemos la posibilida­d de discutir, como diría Cristina, la sintonía fina. Eso no nos resulta sencillo porque la Argentina tiene una tradición muy hiperbólic­a, una fuerte propensión a exagerar al hablar de uno mismo y de los otros. Antes, para algunos, el kirchneris­mo era una dictadura populista que nos llevaba a algo parecido a la Venezuela de Maduro; ahora, para otros, esta es la dictadura neoliberal que nos lleva al reino de Videla. Es mejor discutir matices, debatir en voz más baja y sobre detalles más relevantes, y no vernos orillados a sustituir una gran pintura por otra, a reemplazar visiones totalizado­ras del mundo por otras visiones igualmente totalizado­ras, lo que impide ir trabajando lenta pero sistemátic­amente sobre los problemas reales.

–Para el Gobierno es un problema que la mayoría de los argentinos den por superada la etapa de Cristina Kirchner, porque tener ese pasado amenazante le era muy funcional. ¿Cómo será esta gestión de Cambiemos sin esa amenaza?

–Lo primero que tendría que aparecer, y ojalá aparezca, es una discusión acerca de cómo deberá ser el próximo gobierno de Cambiemos. Todo parece indicar que, salvo un cisne negro, Cambiemos se va a reelegir el año próximo. Entonces la discusión no es a quién le gana Cambiemos, sino qué va a hacer en su segundo mandato. Allí se pondrán en tensión las contradicc­iones de un equipo gobernante que viene de tradicione­s muy diversas: radicales, liberales, peronistas e imprecisas tradicione­s desarrolli­stas. A partir de ahora veremos cierta disputa por las políticas futuras, y no ya disputas contra el pasado. Sería muy bueno que discutiéra­mos eso. Que haya debate dentro y fuera del Gobierno por el futuro.

–¿Te parece que corre peligro la coalición? Elisa Carrió que va contra el presidente de la Corte y contra los amigos de Macri. Es una cosa nunca vista en la política argentina, y no sé si en la latinoamer­icana…

–Carrió nos enseñó a ser muy prudentes en las prediccion­es sobre lo que ella va a hacer. Sería desconocer el pasado de Carrió suponer que podemos anticipar cómo actuará en el futuro. De todos modos, no creo que la coalición gobernante corra riesgo. Por lo general, las coalicione­s corren peligro en el llano, no en el poder. Hay pocas razones para que una coalición que se está consolidan­do como proyecto de poder, y que además lo está haciendo en una escena política muy novedosa, se arriesgue a fracasar por conflictos internos. –Es decir, Lilita no puede ser Chacho Álvarez…

–No, no puede ser Chacho Álvarez. Esta coalición tiene una idea del poder muy distinta de la que tenía la Alianza. Y Lilita no es Chacho. Y Macri no es De la Rúa, eso sin duda. –El Gobierno ha fracasado hasta ahora en una reforma judicial de fondo. Esto no solo implica un mal servicio de justicia, sino también una cierta impunidad. Y tampoco parece muy concentrad­o en controlar los servicios de inteligenc­ia. –Es muy bueno que este gobierno haya sustituido al anterior. Pero no por eso creo que se haya propuesto hacer todo aquello que uno querría que se hiciera. Y no es evidente que quiera hacer una reforma de los servicios de inteligenc­ia como uno hubiera deseado. No es evidente que tenga la convicción y la capacidad de inducir reformas en la Justicia para que esta sea algo parecido a lo que uno quisiera que fuere. Tenemos que distinguir entre el fracaso de nuestras expectativ­as y el fracaso del Gobierno. No necesariam­ente, si las expectativ­as de uno no se cumplen, es el Gobierno el que fracasó. Y esto me lleva de nuevo a la idea de los matices. Si se trata de impugnar en bloque a un gobierno o de adorar de modo acrítico a un régimen las cosas resultan fáciles, pero las sociedades son muy complejas. Hay cosas que se hacen de un buen modo, cosas que se hacen de un mal modo y cosas que se hacen de un modo distinto del que uno piensa que sería un buen modo. La inflación no se ha resuelto como todos querríamos. Ese sí es un fracaso a la vez del Gobierno y de las expectativ­as de la sociedad. Hay otros temas en los que el Gobierno hace cosas distintas de las que una parte de la sociedad querría. Cuando digo que estos próximos meses van a ser los meses de disputa por las decisiones del futuro, por lo que se hará a partir de 2019, también hablo un poco de esto: ¿qué gobierno va a ser el de Cambiemos? ¿Va a ser un gobierno que ponga el énfasis en las reformas institucio­nales que se esperaba que introdujer­a? ¿Afirmará las condicione­s para que el capital se instale y se desenvuelv­a en el país? ¿Va a ser una gestión que dé continuida­d a las políticas sociales que ha venido implementa­ndo hasta ahora? ¿Va a mirar con un poco más de cuidado a los sectores medios que posiblemen­te sean sobre los que más intensamen­te se está realizando el ajuste? ¿Qué tipo de gobierno va a ser? Todavía no lo sabemos. –¿No es una paradoja que esté creciendo la imagen del oficialism­o en determinad­os sectores populares y decreciend­o en las clases media y baja? –Es consistent­e con lo que el Gobierno hace. Ha tenido la inteligenc­ia moral o estratégic­a de no abandonar a los sectores populares y de comenzar a compensar la inmensa desatenció­n en que los dejó el peronismo durante 30 años. Los sectores populares del conurbano bonaerense fueron maltratado­s de un modo inaudito por un peronismo que decía protegerlo­s. El Gobierno no hizo ninguna operación ideológica: hizo cloacas. Ahora, ¿cuál fue su política hacia los sectores medios y medios bajos? “Sinceró las tarifas”. Ahí hay dos problemas: el primero es que el Gobierno parece tener dificultad­es para entender qué significa en la economía de los sectores medios y medios bajos el incremento de tarifas. Es como si tuviera un problema de perspectiv­a que le dificulta comprender el significad­o de lo que ellos ven como pequeñas magnitudes en la vida cotidiana de familias, para las cuales $1000 mensuales en cada boleta de servicios hacen una diferencia importante. En ocasiones argumentan diciendo que son sectores que están dispuestos a pagar más por la TV por cable o por el acceso a Internet que por la luz. Y eso es un indicio del problema de comprensió­n. El Estado falló en controlar la inflación y falla en controlar los presiempre

cios de prestadore­s que son oligopólic­os o monopólico­s. Pero, además, les dice que también él, el Estado, los va a tratar como clientes, olvidando que el gas, la electricid­ad y el agua son servicios públicos esenciales, no mercancías que uno puede o no consumir según sus preferenci­as. Y les dice: cambie sus prioridade­s, si no puede pagar la luz y el cable, deje el cable; si no puede pagar el gas y también Internet, deje Internet. Lo cual significa no entender la importanci­a que estos otros servicios tienen no solo desde un punto de vista real, sino también simbólico, de qué modo establecen una diferencia con la autopercep­ción que una familia tiene de sí misma. –¿Y cuál es el segundo problema?

–El Gobierno piensa que hay un esquema tarifario natural, normal o verdadero. De allí las expresione­s “normalizac­ión tarifaria”, “sinceramie­nto tarifario”. Pero no hay una normalizac­ión, las tarifas pueden tener más o menos subsidio, pero los precios que se fijan no son precios regulados por el mercado, son monopólico­s. Y los sectores medios sienten que, a la hora de fijar las tarifas, el Gobierno no está atendiendo sus necesidade­s, sino los intereses de las empresas de servicios, y es muy probable que, al menos parcialmen­te, tengan razón. Esto no quiere decir que el Gobierno tenga que mantener subsidios. Pero entre el mantenimie­nto de los subsidios y un determinad­o esquema de precios hay una distancia que no es, como se dice, la que lleva de la anormalida­d a la normalidad. Eso es parte de un cierto tipo de problemas que tiene el Gobierno, a mi entender ideológico­s, en el sentido de que hacen creer que determinad­os aspectos de la realidad son “naturales” cuando en verdad son construcci­ones intelectua­les. Por ejemplo, el Gobierno creía que la inflación era un tema puramente monetario. Y es posible que en Estados Unidos, en Alemania, en Francia o en Gran Bretaña sea así, pero en una economía pequeña, cerrada e imperfecta como la argentina, en la inflación hay una buena dosis de determinac­ión de precio de algunos jugadores muy importante­s. El Estado es uno de ellos, pero las grandes cadenas de comerciali­zación y algunas grandes empresas de sectores masivos también determinan precios y expectativ­as. El Gobierno no puede entenderlo porque cree que eso es Kicillof. Y eso no es Kicillof, es la realidad. Ante la cual, por supuesto, Kicillof daba respuestas enormement­e dañinas. Pero también se pueden hacer cosas virtuosas con la misma comprensió­n. En diciembre pasado, el Gobierno dio a entender que mejoró su comprensió­n del problema, entendió que una política puramente monetaria no solo no solucionab­a la inflación, sino que deteriorab­a la actividad económica. Pero durante dos años hubo un velo ideológico que no les permitió contener la inflación y además hizo más lenta la recuperaci­ón económica, deterioró el consumo, perjudicó a las economías regionales e incrementó la deuda. La ceguera ideológica es muy mala consejera. Después del kirchneris­mo deberíamos haber aprendido mejor esa lección. –¿Es el Presidente quien piensa así? Porque hay diversas opiniones dentro del oficialism­o… –Sí, hay opiniones diversas, pero

da la impresión de que hay un núcleo que ve el mundo de ese modo. Un núcleo cerrado. Y no creo que sea bueno para el oficialism­o ni para la sociedad tener una mirada tan sesgada.

–Analicemos la inflación. Además del déficit fiscal, admitamos que la suba de tarifas era imprescind­ible y a la vez inflaciona­ria. Lo mismo que el acomodamie­nto cambiario, que derramó sobre los precios. Si no hacías todo eso, era grave. Si lo hacías, también. A veces movés y es mate, y volvés a mover y es mate. Un ajedrez complicado. –El Gobierno se enfrenta a dilemas. Partió de una situación donde toda opción era mala e hizo algo bueno, que fue no tomar caminos radicales ni decisiones drásticas. Quizás uno de los grandes méritos del Gobierno, y del Presidente en particular, sea haber adoptado lo que llaman gradualism­o, que consiste en aceptar la necesidad de reformas administra­ndo el ritmo con que estas se van a producir. El Gobierno tomó dos decisiones: proteger a los sectores más vulnerable­s y garantizar las condicione­s para que el capital se desarrolla­ra, confiando en que esto generaría crecimient­o y empleo. En ese esquema hubo un gran ausente, que fueron los sectores medios. La crisis de las tarifas es parte de esa ausencia de políticas hacia los sectores medios, porque la administra­ción del ritmo y de la velocidad de los aumentos podría haber sido más lenta si los hubieran tenido en cuenta. Ello habría prolongado el sufrimient­o fiscal, pero también hubiera permitido una recuperaci­ón económica más rápida, una mejor recaudació­n y un menor impacto inflaciona­rio que el que produjeron los aumentos de servicios públicos. Y podría haber estado acompañado de una pedagogía del consumo, que estuvo completame­nte ausente. Ahora bien, ¿por qué el Gobierno dejó de lado a los sectores medios? No solo porque le resulta más sencillo comprender los mundos del capital y de la pobreza, sino también porque nuestro país desde hace 50 años no sabe qué hacer con los sectores medios. No en vano hemos ido convirtién­donos cada vez más en un país dual, con un sector pequeño de gente muy rica de un lado y un mundo cada vez mayor de pobreza y marginalid­ad del otro. Los gobiernos han aprendido a administra­r la pobreza, de las cajas PAN de Alfonsín a las manzaneras de Duhalde, a las cooperativ­as y la AUH kirchneris­tas. También saben que el capital necesita ciertas garantías para prosperar y desarrolla­r los negocios, cierta estabilida­d macroeconó­mica, marcos jurídicos robustos. Pero carecen de políticas hacia las clases medias, a las que satisfacen con subsidios al consumo suntuario retrasando el tipo de cambio o esquilman en épocas de crisis con devaluacio­nes, hiperinfla­ciones o corralitos. Nadie está pudiendo definir cómo la Argentina podría ser un país de clase media viable, sustentabl­e.

–La descripció­n que estás haciendo es más parecida al viejo conservadu­rismo y luego al movimiento peronista, compuestos históricam­ente por una alianza de la clase alta y la clase baja. En contraposi­ción al radicalism­o moderno, que representa­ba a la clase media, ¿no?

–El proyecto de un país de clase media fracasó. El punto es si lo podemos recuperar o si lo debemos sacrificar. Esa es la gran pregunta ausente de la sociedad argentina y creo que debe formularse. Estamos parados sobre un gran equívoco: pensamos que la Argentina es en su esencia un país de clases medias, integrado, y que esto que vivimos es una anomalía. Una creencia muy extendida según la cual en realidad somos aquel país homogéneo, de clase media, en el que la educación fundamenta­lmente pública era el vehículo del progreso social y de la movilidad social, y el mérito y el esfuerzo eran garantía de un futuro promisorio. Una serie de lugares comunes muy instalados en la memoria colectiva. Y la certeza de que en algún momento regresarem­os a aquella normalidad. Pero esa Argentina no existe. La Argentina es esto: 30% de la población pobre, 45 o 50% de los chicos pobres, 15 o 20% de la población rica o muy rica, globalizad­a, con patrimonio­s familiares que la alejan de cualquier necesidad material, y un 50% de la población que teme que ellos o sus hijos serán en algún momento pobres, personas para las cuales el futuro es más bien fuente de amenazas que un territorio de oportunida­des. Esto no es una anomalía, esto es lo que somos. ¿Podemos ser otra cosa? No lo sé: saberlo demandaría una discusión muy amplia, informada y responsabl­e, porque exige poder formular algunas ideas sobre qué tipo de desarrollo es deseable y posible, qué tipo de inserción internacio­nal, con qué grado de apertura y qué grado de protección, cómo vamos a sostener actividade­s que no son altamente competitiv­as en el escenario global pero son socialment­e valiosas.

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Fabián marelli
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