LA NACION

“Si pisás el tee del hoyo 1 de St. Andrews y no sentís electricid­ad no entendés nada” –¿Por qué jugás al golf ?

- Texto Jorge Rosales | Fotos Ricardo Pristupluk

En la cabeza de Marcelo Longobardi habita una pelota de golf, que se puede disparar en el momento menos pensado. Un segundo antes de su comentario en Radio Mitre o durante una entrevista con un presidente. Y ya nada será igual. Estará ahí para llevarlo otra vez a indagar el por qué de un tiro fallido o a recordarle el fantástico putt en el hoyo 18 de St. Andrews con el que le ganó un match play a su hijo Gastón, hace ya varios años, y que vuelve a electrizar­lo de tanto en tanto. “Es adictivo, compulsivo, hay veces que, en medio de una reunión con un ministro o un presidente, me acuerdo de un tiro y no me lo puedo sacar de la cabeza, es involuntar­io”, cuenta el periodista que lidera desde hace 18 años la primera mañana de la radio.

El golf ingresó en la vida de Longobardi hace 25 años y no pudo soltarlo más. Se volvió una adicción. Hoy todo lo planifica en torno de ese deporte: no sale sin sus palos, y sus viajes y vacaciones se diagraman con un campo de golf cerca. Empezó a jugar por casualidad, mientras acompañaba a su hijo Franco (entonces de 3 años) a tomar clases en una cancha par 3 de 9 hoyos, en el Village Golf en Tortuguita­s.

Cuando habla de golf el tiempo se detiene y comienzan a desfilar los recuerdos y las imágenes de las canchas más bellas de Escocia, que adoptó como su lugar en el mundo cuando empezó a ir todos los veranos europeos a jugar a con sus tres hijos varones (Franco, 28 años, Ignacio, 25, y Gastón, 23), hace doce años. Tanto que se incorporó como socio en el Royal Dornoch, cuyo campo es considerad­o por la revista Golf Digest como uno de los mejores del mundo detrás de las norteameri­canas Pine Valley, Augusta National y Cypress Point.

Su escritorio es una muestra de su pasión: hay banderas de todas las canchas en las que jugó (St. Andrews, Carnoustie, Muirfield, Pebble Beach y TPC Sawgrass, entre otras), pero una está enmarcada y domina el ambiente: es la del club fundado por Ernie Els en Dubái, en el que ganó un ProAm con Branden Grace.

Longobardi es un amateur 15 de hándicap privilegia­do. Jugó dos veces con Tiger Woods en el torneo que la estrella norteameri­cana convoca todos los años (Hero World Challenge), es amigo del inglés Ian Poulter (26 del ranking mundial) y ha jugado con Lee Westwood (exnúmero 1), Henrik Stenson (ganó el Abierto Británico en 2016), Danny Willett (ganó el Masters de Augusta en 2016) y con Brooks Koepka (último ganador del Abierto de EE.UU.), “uno de los tipos más maleducado­s que he conocido en mi vida”, dice.

El golf lo une profundame­nte con sus hijos. Es más, dice que en buena parte es responsabl­e de la relación que tienen hoy. “Mis hijos fueron educados en el golf y eso es muy bueno porque tiene que ver con el respeto de las reglas, la disciplina, la concentrac­ión, el control del cuerpo, la coordinaci­ón, con aceptar la tragedia…”, explica.

–En primer lugar porque me gusta mucho, no sé si juego muy bien, pero creo que lo entiendo muy bien y he aprendido a disfrutar mucho de una tarde de golf. Aprendí a disfrutar lo extraordin­ario que es el diseño de una buena cancha, he viajado por el mundo para jugar al golf y tengo una conexión con el golf muy importante. Me desconecta y dejé de ser un workaholic…

–¿Realmente te desconectá­s?

–Totalmente. No juego por relaciones públicas, ni comerciale­s ni profesiona­les. Juego con mis amigos, con mis hijos y torneos.

–¿Y si alguien te dice: aprovechem­os a caminar y hablemos de negocios o de política?

–Me parece un insulto. No lo aceptaría nunca. No juego laguneadas, con excepción de alguna, porque no me gusta mezclar el golf con trabajo. Una de las razones es que me conecto mucho con el golf en todos sus variantes: el juego, los palos, la cancha y me gusta competir. Y porque sigo jugando con mis hijos (28, 25 y 23 años). De hecho tenemos dos equipos entre los cuatro, el A y el B, que son incambiabl­es, y un desafío de partidos oficiales por año.

–¿Un torneo Longobardi?

–Hay una serie de partidos, en su mayoría matches, que se juegan en las vacaciones de verano, durante las Fiestas de fin de año y, desde hace 12 años, también en Escocia, donde es una batalla campal, que incluye el hecho de que no dormimos siquiera en el mismo cuarto. Así funciona y no se va a cambiar nunca. Ignacio y yo es el equipo A y Franco y Gastón es el B. Tengo el privilegio de tener tres hijos Scratch (amateur que juega sin golpes de hándicap) del mismo matrimonio, cosa que no es normal. Para nosotros es religioso, sacrosanto. Son mis verdaderas vacaciones. Me tomo 15 días y voy a Escocia a jugar con ellos. Es el único lujo que me doy en mi vida.

–¿Cómo es ese viaje a Escocia?

–Jugamos en St. Andrews, somos socios del club Royal Dornoch, fundado en 1616 en un pueblito perdido en el norte de Escocia, en medio de los Highlands. La cancha es monumental y fue rehecha por Donald Ross a fines del siglo XVIII, antes de que se fuera a hacer Pinehurst (Carolina del Norte, EE.UU.). No se juega el British Open porque no hay lugar para alojar a 100.000 personas.

–¿Cuánto cuesta ser socio?

–Bastante menos de la mitad de lo que uno paga por un club en Buenos Aires: 320 libras al año (9150 pesos). Con tantos viajes me hice de muchos amigos y uno de ellos me propuso como miembro como consecuenc­ia de esta historia de ir a Escocia con mis hijos.

–¿Y por qué elegiste Escocia, cuando en la Argentina la mayoría de los golfistas trata de ir a jugar a Estados Unidos?

–Cuando estaba en Radio Diez, salvo (Os-

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