LA NACION

El machismo sutil de Macri y la política

El poder las prefiere calladas. Pese a la valiosa agenda de género impulsada por el Presidente, en el Gobierno la voz de las mujeres tiene menos peso que la de los hombres

- Laura Di Marco

Como a tantos hombres de su generación, no lo influye la mirada política de ninguna mujer. Y si hoy tuviera que dejar un sucesor, ese delfín sería, indudablem­ente, Marcos Peña y no María Eugenia Vidal, la espada más marketiner­a de Cambiemos. El Presidente viene formateado así. Las mujeres de su familia ocuparon tradiciona­lmente un opaco segundo plano y en las empresas del grupo Macri jamás tuvieron relevancia. A las mujeres de Pro les recomienda refugiarse en el ejercicio de un poder subterráne­o, tal como lo pensaban las abuelas. Para las reuniones políticas internas sugiere que ellas hablen poco: lo justo, como para generar misterio. A los hombres de su tropa, en cambio, los alienta para que elijan esposas que al llegar a sus casas no los fastidien opinando de política: como Juliana, que es eficaz en la organizaci­ón de la vida cotidiana y no le trae problemas.

Este es el verdadero Mauricio Macri, que, en la intimidad, está lejos de ser un feminista, más allá de que en su gobierno impulse una valiosísim­a agenda de género. Una agenda del siglo XXI. La impulsa, sin embargo, del mismo modo en que los Kirchner instalaron su propia agenda de derechos humanos: con oportunism­o y sin convicción. Pero ¿no tiene acaso como socia a Lilita Carrió, como gobernador­a a Vidal y como vice a Michetti? Sí. Pero acá hablamos de sexismo sutil, una versión atemperada de ese machismo explícito, hoy degradado a lo políticame­nte incorrecto. El término “sexismo sutil” es usado por Jessica Bennett, la nueva editora de género de The New York Times y referente global del feminismo. Bennett asegura que ese tipo de micromachi­smo –hecho de creencias y prejuicios inconscien­tes– hizo posible el triunfo de Donald Trump. Nada menos. Su tesis sugiere que en la sociedad norteameri­cana la misoginia es más fuerte que el racismo.

Pero si la agenda de género que se está discutiend­o no proviene de la sensibilid­ad política del propio Macri, ¿por qué decidió impulsarla? En realidad, es una conjunción de dos factores: los consejos de Durán Barba para disipar el malhumor social derivado de los nubarrones económicos –el viejo truco de instalar un tema disruptivo para que la gente hable de otra cosa– y, en paralelo, las presiones que venía afrontando Emilio Monzó en el Congreso para habilitar el debate sobre la legalizaci­ón del aborto

Es cierto que Lilita Carrió, por momentos, lo desafía hasta el límite y que cualquier otro líder, más au- toritario, no la habría tolerado. Sin embargo, en la intimidad del poder, Lilita ocupa el lugar de la “loca”. Su palabra no es respetada, sino temida. Y peor aún: es secretamen­te descalific­ada. Es el problema de la construcci­ón de liderazgos femeninos en el mundo público. Allí, el machismo light tiene reservados solo algunos estereotip­os para ellas: la “loca”, que es la que sale de la caja con un discurso disruptivo. La “brava/yegua”, que se desmarca de la opinión de los varones con una voz propia (lo opuesto a la tradiciona­l “agachacabe­zas”). La “tonta/ingenua”, un casillero en el que la oposición busca ubicar a María Eugenia Vidal. O la “prostituta/trepadora”, ese personaje que supuestame­nte utiliza su astucia erótica para ascender, inmerecida­mente, en la escalinata hacia el éxito. Lo de Vidal es un capítulo aparte: hizo su reciente anuncio de recorte de impuestos en las tarifas en un acto en el que apareció exclusivam­ente rodeada de varones. Como Macri, ella también cree que tratar con mujeres (como ministras) es un problema. Tal vez habría que repensar el miedo de las propias mujeres a sus congéneres como otra expresión del sexismo sutil.

Los chistes sexistas de las reuniones políticas son moneda corriente en la trastienda del poder. Hace apenas unos meses me tocó participar de una cena, junto con colegas varones, en la que estaba de invitado un dirigente político destacado que suele apoyar el #NiUnaMenos. Hacia los postres, en medio de una charla en off the record, alguien le preguntó si había sido real su romance con una colega de la política. El hombre, casado, negó la versión con una frase brutal: “Para comer osobuco, me quedo en casa”, dictaminó. Luego, ahondó en su filosofía de la infidelida­d: “Hacia abajo en edad y hacia arriba en belleza”. Violentada con el comentario, miré alrededor buscando alguna mirada aliada. No la encontré. En cambio, había sonrisas y guiños cómplices, hasta que apareció el explicador de turno con un argumento que parecían conocer todos: “Está hablando de la regla básica de la infidelida­d masculina”, me tradujo, por si no había comprendid­o bien.

En el mundo público, la palabra femenina vale menos que la masculina. La ONG norteameri­cana Catalyst midió que ellas son un 50% menos escuchadas que ellos. Un dato que en el periodismo político argentino resulta evidente. Lo que dicen ellos marca agenda. Lo que dicen ellas no. Y no es porque lo que digan ellas sea menos interesant­e: es el efecto invisible, aunque corrosivo, del sexismo sutil que las desmerece como voz de peso editorial.

El linaje femenino de la familia Macri nunca se destacó, empezando por la madre presidenci­al. A Sandra, la única mujer de los cuatro hijos que tuvo el matrimonio de Franco Macri con Alicia Blanco Villegas, le asignaron el rol de oveja negra. “Para su familia, Sandra era rara y no cumplía con las exigencias estéticas del clan. Al ser mujer, lo pagó más caro”, afirma un amigo del Presidente. Murió de cáncer, en junio de 2014. En la intimidad, el Presidente justifica sus déficits personales en las heridas provocadas por su propio padre. Tal como confesó a su círculo íntimo, el patriarca lo llevó a debutar a un prostíbulo cuando era apenas un niño de 12 años. “Vi a mi papá con mujeres que tenían 30 y hasta 40 años menos que él, ¿qué querés que haga?”, ha deslizado, en reserva. Algo de razón tiene. Por caso, su segundo matrimonio, con Isabel Menditeguy, entró en crisis cuando ella, que estudiaba Ciencias Políticas en la Universida­d de San Andrés, empezó a aconsejarl­o sobre la construcci­ón de su carrera. Una intromisió­n “inadecuada”, que lo desenamoró. Juliana parece haber tomado nota de aquel “error” y forjó un perfil opuesto: el de esposa tradiciona­l y, sobre todo, silenciosa.

En la intimidad, varias mujeres de Cambiemos se quejan de la falta de equidad de género en el interior de la coalición: apenas dos ministras, Bullrich y Stanley, en un plantel de más de veinte jefes de ministerio­s. Otra: en la estructura del Gobierno, hay apenas un 20% de mujeres en cargos jerárquico­s. “Si hubiera una convicción feminista en serio, se corregiría esa disparidad”, apunta una importante espada femenina de Cambiemos. Y agrega: “A las listas electivas siempre las encabeza un hombre, a menos que la mujer mida mucho más que él”. A favor de Macri digamos que para una eventual reelección en 2019 está pensando en llevar a otra mujer, Carolina Stanley, como compañera de fórmula.

Como dice la diputada Carla Carrizo: “Hoy, las mujeres tenemos derecho a la ambición”. Es decir, en tiempos de equidad ya no se trata de acompañar, sino de liderar y de vivir el poder sin culpas, como fue sucediendo con el sexo. En este asunto, como en tantos otros, la política parece correr muy por detrás de la sociedad.

A las mujeres de Pro les recomienda refugiarse en el ejercicio de un poder subterráne­o, como lo pensaban las abuelas

Varias mujeres de Cambiemos se quejan de la falta de equidad de género en el interior de la coalición

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