Todos miran a la oposición
Hasta anoche nadie quería hacerse cargo de la iniciativa. Pero existe y fue cobrando forma con el nerviosismo financiero de estos días. Vista de afuera, parece solo una invitación protocolar: empresarios de primera línea piensan congregarse la semana próxima en un gesto, todavía no especificado, de respaldo al Gobierno. En el fondo, esconde un temor: Mauricio Macri es para el establishment la última oportunidad de una administración racional, y su eventual fracaso implicará inevitablemente un regreso de un modelo populista. Así está el ánimo inversor.
Viene de tapa La convocatoria no pasa por ahora de una intención que, dadas las dudas y la timidez de sus organizadores, es todavía difusa. Pero la sola existencia de estos movimientos, que coinciden con pedidos recientes de muestras de apoyo desde la Casa Rosada, indican que los empresarios han vuelto a percibir la imagen de una Argentina frágil: ese país inviable, ahogado en un corset que combina gasto público excesivo, subsidios, necesidad de dólares, alta presión impositiva y tarifas que no pagan el costo de los servicios y, al mismo tiempo, falta de voluntad o margen real para revertirlo con reformas. Una verdadera trampa.
Son dilemas viejos que la Argentina ha resuelto históricamente de dos modos, con deuda o emisión monetaria, y que estaban todavía en estado latente hace diez días, durante el amigable encuentro entre Nicolás Dujovne y varios dueños de empresa. Ese mediodía, justo en momentos en que despuntaba la corrida que obligó después al Banco Central a subir las tasas y a perder reservas para frenarla, Teddy Karagozian, de la textil TN Plátex, le hizo al ministro un planteo que muchos comparten. “Me parece que, en algunos aspectos, ustedes no están viendo la realidad. Hay empresas, como por ejemplo Unilever, que también quisieran entrar en un proceso de crisis como el de Carrefour”, dijo.
El acuerdo entre el Ministerio de Trabajo y esa cadena de supermercados, que incluye una rebaja de contribuciones patronales por un año y medio, volvió a poner en el centro el meollo del asunto, que es el costo argentino. Los empresarios lo grafican contrastando cifras: el país tiene apenas 6,5 millones de trabajadores formales del sector privado para sostener con impuestos a 20 millones entre los que incluyen jubilados, pensionados, trabajadores estatales y beneficiarios de planes sociales. Una desproporción insostenible.
La corrida acaba de recordarles además una obviedad: sin un contexto internaciocon nal adecuado, el gradualismo es impagable. Y como todo sobrevino en medio del debate por el aumento de las tarifas, piedra angular del modelo, en algunas corporaciones empezaron a tomar nota de que el problema excede al Gobierno: son las sociedades y sus dirigentes los que en definitiva producen y sustentan los programas económicos. Es lo que llevó esta semana a algunas cámaras a firmar una solicitada en la que exhortaban a la oposición a no hacer un uso demagógico del tema. Miguel Blanco, coordinador del Foro de Convergencia Empresarial y director general de Swiss Medical Group, aunó esas voluntades en un texto que, horas después de publicado, algunos cuestionaron por no estar lo suficientemente discutido en cada entidad. Esos desencuentros en voz baja convencieron al Grupo de los Seis, que nuclea a los sectores más representativos de la economía, a deliberar una nueva estrategia. Lo harán tal vez el miércoles en un almuerzo en la Bolsa.
Es probable que, en adelante, estos foros incluyan planteos que hasta ahora callaban para no incomodar. La necesidad de reformas más urgentes, por ejemplo, o críticas públicas a la política monetaria del Banco Central, que volvió al recurso de subir tasas, medida que aprecia el tipo de cambio y socava la competitividad. Pero cualquier cuestionamiento en ese sentido excederá a Sturzenegger. Hace más de un año, cuando empezaban los desencuentros entre el jefe del ente monetario y parte de la Casa Rosada, Horacio Rodríguez Larreta convocó en su casa a un grupo de economistas y miembros del gabinete y les advirtió que estaban equivocando el blanco, porque el principal adherente de la ortodoxia monetaria era Macri. Lo corrobora un dato de la campaña de 2015: Sturzenegger iba a ser el ministro de Economía; no lo fue, y se eligió finalmente a Prat-gay por un consejo de Nicolás Caputo, entonces más influyente que hoy, que le advirtió al Presidente que el país necesitaría en ese cargo a alguien experiencia y buena reputación en el mercado financiero.
Serán medidas específicas para discutir después de la tormenta. Porque en el corto plazo la atención empresarial se extenderá a toda la dirigencia política. “La Argentina le mostró al mundo una oposición desastrosa, encabezada por Ventajita y compañía”, se lamentó a este diario el dueño de un grupo industrial. Ventajita es Sergio Massa: así lo bautizó el Presidente hace más de un año en una entrevista con Luis Majul. El líder del Frente Renovador es para el establishment un ícono de las incongruencias argentinas. En la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, por ejemplo, todavía recuerdan el espanto que les provocó verlo en diciembre de 2016, durante el debate por el impuesto a las ganancias, compartiendo fotos y en la misma vereda que el kirchnerista Héctor Recalde. En otras cámaras prefieren recordarlo como quien encarnó la propuesta para gravar la renta financiera, tributo que empezó a regir el mes pasado y que llevó a quienes tenían Lebac a desarmar posiciones, refugiarse en el dólar y alimentar la estampida.
Por una vez, estos diagnósticos coinciden con los del Gobierno. Anteayer por la mañana, durante la reunión de Gabinete, y mientras atribuía el alza del dólar a factores externos y respaldaba a Sturzenegger, Macri también le dedicó comentarios al peronismo: dijo que lo había creído más razonable y lamentó verlo ahora anticipando la pelea electoral de 2019. Dujovne retomó ayer el concepto: “Tenemos más incertidumbre doméstica derivada de la presión fiscal de un proyecto irresponsable que pretende modificar la política tarifaria desde el Congreso”, dijo en la conferencia de prensa.
“Que salga esa ley, así se ve quiénes son: Mauricio la va a vetar”, insistieron por la tarde en la Casa Rosada, donde celebraban sin embargo una negociación de Emilio Monzó: el oficialismo aceptó dar quórum para ese proyecto, a cambio de adhesiones para la ley de financiamiento productivo, que duerme hace ocho meses y que podría aprobarse el miércoles.
En el Gobierno dicen estar tranquilos. Confían en que, con la excepción del kirchnerismo, una crisis grave no le conviene a nadie, y que el haber visto la vulnerabilidad argentina debería devolverles a todos una dosis de racionalidad. Es lo que buscó anteayer Federico Pinedo en un encuentro con Miguel Pichetto y Lucía Corpacci, gobernadora de Catamarca. Pero no son, por ahora, más que intenciones oficialistas. Es natural que el mundo de los negocios ponga ahora el ojo sobre la oposición: es la vara con que suele medir los alcances reales de cualquier transformación.