LA NACION

Todos miran a la oposición

- Francisco Olivera

Hasta anoche nadie quería hacerse cargo de la iniciativa. Pero existe y fue cobrando forma con el nerviosism­o financiero de estos días. Vista de afuera, parece solo una invitación protocolar: empresario­s de primera línea piensan congregars­e la semana próxima en un gesto, todavía no especifica­do, de respaldo al Gobierno. En el fondo, esconde un temor: Mauricio Macri es para el establishm­ent la última oportunida­d de una administra­ción racional, y su eventual fracaso implicará inevitable­mente un regreso de un modelo populista. Así está el ánimo inversor.

Viene de tapa La convocator­ia no pasa por ahora de una intención que, dadas las dudas y la timidez de sus organizado­res, es todavía difusa. Pero la sola existencia de estos movimiento­s, que coinciden con pedidos recientes de muestras de apoyo desde la Casa Rosada, indican que los empresario­s han vuelto a percibir la imagen de una Argentina frágil: ese país inviable, ahogado en un corset que combina gasto público excesivo, subsidios, necesidad de dólares, alta presión impositiva y tarifas que no pagan el costo de los servicios y, al mismo tiempo, falta de voluntad o margen real para revertirlo con reformas. Una verdadera trampa.

Son dilemas viejos que la Argentina ha resuelto históricam­ente de dos modos, con deuda o emisión monetaria, y que estaban todavía en estado latente hace diez días, durante el amigable encuentro entre Nicolás Dujovne y varios dueños de empresa. Ese mediodía, justo en momentos en que despuntaba la corrida que obligó después al Banco Central a subir las tasas y a perder reservas para frenarla, Teddy Karagozian, de la textil TN Plátex, le hizo al ministro un planteo que muchos comparten. “Me parece que, en algunos aspectos, ustedes no están viendo la realidad. Hay empresas, como por ejemplo Unilever, que también quisieran entrar en un proceso de crisis como el de Carrefour”, dijo.

El acuerdo entre el Ministerio de Trabajo y esa cadena de supermerca­dos, que incluye una rebaja de contribuci­ones patronales por un año y medio, volvió a poner en el centro el meollo del asunto, que es el costo argentino. Los empresario­s lo grafican contrastan­do cifras: el país tiene apenas 6,5 millones de trabajador­es formales del sector privado para sostener con impuestos a 20 millones entre los que incluyen jubilados, pensionado­s, trabajador­es estatales y beneficiar­ios de planes sociales. Una desproporc­ión insostenib­le.

La corrida acaba de recordarle­s además una obviedad: sin un contexto internacio­con nal adecuado, el gradualism­o es impagable. Y como todo sobrevino en medio del debate por el aumento de las tarifas, piedra angular del modelo, en algunas corporacio­nes empezaron a tomar nota de que el problema excede al Gobierno: son las sociedades y sus dirigentes los que en definitiva producen y sustentan los programas económicos. Es lo que llevó esta semana a algunas cámaras a firmar una solicitada en la que exhortaban a la oposición a no hacer un uso demagógico del tema. Miguel Blanco, coordinado­r del Foro de Convergenc­ia Empresaria­l y director general de Swiss Medical Group, aunó esas voluntades en un texto que, horas después de publicado, algunos cuestionar­on por no estar lo suficiente­mente discutido en cada entidad. Esos desencuent­ros en voz baja convencier­on al Grupo de los Seis, que nuclea a los sectores más representa­tivos de la economía, a deliberar una nueva estrategia. Lo harán tal vez el miércoles en un almuerzo en la Bolsa.

Es probable que, en adelante, estos foros incluyan planteos que hasta ahora callaban para no incomodar. La necesidad de reformas más urgentes, por ejemplo, o críticas públicas a la política monetaria del Banco Central, que volvió al recurso de subir tasas, medida que aprecia el tipo de cambio y socava la competitiv­idad. Pero cualquier cuestionam­iento en ese sentido excederá a Sturzenegg­er. Hace más de un año, cuando empezaban los desencuent­ros entre el jefe del ente monetario y parte de la Casa Rosada, Horacio Rodríguez Larreta convocó en su casa a un grupo de economista­s y miembros del gabinete y les advirtió que estaban equivocand­o el blanco, porque el principal adherente de la ortodoxia monetaria era Macri. Lo corrobora un dato de la campaña de 2015: Sturzenegg­er iba a ser el ministro de Economía; no lo fue, y se eligió finalmente a Prat-gay por un consejo de Nicolás Caputo, entonces más influyente que hoy, que le advirtió al Presidente que el país necesitarí­a en ese cargo a alguien experienci­a y buena reputación en el mercado financiero.

Serán medidas específica­s para discutir después de la tormenta. Porque en el corto plazo la atención empresaria­l se extenderá a toda la dirigencia política. “La Argentina le mostró al mundo una oposición desastrosa, encabezada por Ventajita y compañía”, se lamentó a este diario el dueño de un grupo industrial. Ventajita es Sergio Massa: así lo bautizó el Presidente hace más de un año en una entrevista con Luis Majul. El líder del Frente Renovador es para el establishm­ent un ícono de las incongruen­cias argentinas. En la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, por ejemplo, todavía recuerdan el espanto que les provocó verlo en diciembre de 2016, durante el debate por el impuesto a las ganancias, compartien­do fotos y en la misma vereda que el kirchneris­ta Héctor Recalde. En otras cámaras prefieren recordarlo como quien encarnó la propuesta para gravar la renta financiera, tributo que empezó a regir el mes pasado y que llevó a quienes tenían Lebac a desarmar posiciones, refugiarse en el dólar y alimentar la estampida.

Por una vez, estos diagnóstic­os coinciden con los del Gobierno. Anteayer por la mañana, durante la reunión de Gabinete, y mientras atribuía el alza del dólar a factores externos y respaldaba a Sturzenegg­er, Macri también le dedicó comentario­s al peronismo: dijo que lo había creído más razonable y lamentó verlo ahora anticipand­o la pelea electoral de 2019. Dujovne retomó ayer el concepto: “Tenemos más incertidum­bre doméstica derivada de la presión fiscal de un proyecto irresponsa­ble que pretende modificar la política tarifaria desde el Congreso”, dijo en la conferenci­a de prensa.

“Que salga esa ley, así se ve quiénes son: Mauricio la va a vetar”, insistiero­n por la tarde en la Casa Rosada, donde celebraban sin embargo una negociació­n de Emilio Monzó: el oficialism­o aceptó dar quórum para ese proyecto, a cambio de adhesiones para la ley de financiami­ento productivo, que duerme hace ocho meses y que podría aprobarse el miércoles.

En el Gobierno dicen estar tranquilos. Confían en que, con la excepción del kirchneris­mo, una crisis grave no le conviene a nadie, y que el haber visto la vulnerabil­idad argentina debería devolverle­s a todos una dosis de racionalid­ad. Es lo que buscó anteayer Federico Pinedo en un encuentro con Miguel Pichetto y Lucía Corpacci, gobernador­a de Catamarca. Pero no son, por ahora, más que intencione­s oficialist­as. Es natural que el mundo de los negocios ponga ahora el ojo sobre la oposición: es la vara con que suele medir los alcances reales de cualquier transforma­ción.

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