“Más allá de quién gobierne, la crisis argentina conserva los mismos rasgos y tiende a agravarse”
Cuando las sociedades entran en colapso se advierte su naturaleza. Las masas y sus dirigentes, con distintos niveles de información, pueden aceptar la verdad o intentar evadirse. Es el momento en que caen los velos, se tornan imposibles los artificios, ya no se puede disimular. Es la desnudez, signo de bochorno y vulnerabilidad. Esa sensación, de la que se percata antes la elite que el pueblo, se le presenta al país en estas horas. Pueden discutirse los motivos, pero se coincide en las manifestaciones del fenómeno, que no resultan novedosas. Corrida cambiaria, pérdida de confianza, fuga de capitales, incremento de la inflación, desconcierto e impotencia del Gobierno son los hechos constatables. A los que les seguirán las consecuencias, apenas retardadas: recesión, descontento social, desempleo, pobreza. En pocos días el descalabro mostrará su magnitud. Puede ser una crisis circunscripta o una muy profunda. Pero el daño y la certeza dolorosa de haber tropezado con la misma piedra ya están entre nosotros.
Caben algunas precisiones frente al suceso traumático. En primer lugar, debe observarse que este tipo de crisis les sucedieron en las últimas décadas a los gobiernos no peronistas, manifestándose con una violencia que los destruyó. El escenario donde naufragaron Alfonsín y De la Rúa tiene contornos parecidos al actual y ocurre al cabo de un par de supuestos que no se cumplieron: la comunidad internacional se mostraría comprensiva con una democracia amiga y la oposición no sería despiadada con una administración en dificultades. Los anteriores presidentes radicales y ahora Macri, tal vez lejos de Maquiavelo, creyeron que existía la condescendencia, que podía hablarse con el corazón, que bastaba con empezar a hacer los deberes. Subestimaron la herencia, creyeron en aliados dóciles, fomentaron los buenos modales, apostaron al marketing, se sintieron iluminados, confiaron en los abrazos del exterior y los guiños del interior. Practicaron el amable narcisismo de los buenos, hasta que los malos les soltaron las manos. Entonces entendieron la diferencia: no son lo mismo los gobiernos amigos que los especuladores financieros; no es igual el peronismo cuando confraterniza como el Dr. Jekyll que cuando traiciona como Mr. Hyde.
El segundo punto es que, más allá de quién gobierne, la crisis argentina conserva en esencia los mismos rasgos y tiende a agravarse. En forma estilizada podría describírsela así: el país carece de fuentes genuinas de financiamiento suficientes (ahorro, exportaciones, inversión), que suple, alternativamente, con fuentes espurias (emisión monetaria, crédito externo para solventar gastos, entrada de capitales especulativos), lo que agrava el problema e incrementa la fragilidad. Este déficit de recursos se patentiza en un ciclo económico bipolar, donde el crecimiento termina indefectiblemente en un desbalance externo por falta de dólares. Una de las manifestaciones de ese cuello insuperable es la inflación, cuyos motivos dividen a los economistas. Para unos, tiene origen monetario y se debe a la ausencia de disciplina fiscal; para otros, es la expresión de una puja distributiva estructural ligada a rigideces y asimetrías del sistema económico. Discutir déficit e inflación, que son los síntomas, posterga encarar la causa, que es la insuficiencia de ahorro, exportaciones e inversión. En ese error deambulamos desde hace años.
En este marco, la crisis es una combinación desafortunada de presente y pasado, de errores propios y ajenos, de contextos adversos y de estimaciones mal hechas. La chance de superarla depende de no repetir los fallos y de contar con un entorno más favorable. Acaso se requiera pronto un acuerdo político limitado que pongan la disminución del déficit y el endeudamiento por encima del cálculo electoral. Por lo visto, no alcanzó con los consensos de diciembre de 2017. Habrá que intentar profundizarlos. El Gobierno posee un modelo disponible, que puede revitalizar: el modo en que funcionó el Parlamento en muchos tramos de esta transición. Allí, los líderes de las bancadas dialogaron y acordaron leyes ante una situación social y económica compleja. Presidencialismo y electoralismo cedieron paso por un tiempo a una mediación parlamentaria responsable. La ausencia de mayorías alumbró convenios difíciles. Al menos hasta las tarifas.
Acordar dos o tres temas claves es una chance posible, si los actores advierten, con la mirada puesta en el mediano plazo, que será cada vez más difícil gobernar un país tan vulnerable e inconsciente de sus enfermedades. Mientras tanto, las incógnitas son dos y remiten a cualidades hasta hoy ausentes. Una es si el peronismo, que quiere superar a Cristina, será responsable y realista, porque la bomba podría al fin estallarle si llegara al poder sin que se abordaran los problemas de fondo. La otra es si Macri, cuyo programa es razonable, será capaz de abrir los oídos ante el drama de su súbita e indisimulable debilidad.