LA NACION

“Más allá de quién gobierne, la crisis argentina conserva los mismos rasgos y tiende a agravarse”

- Eduardo Fidanza

Cuando las sociedades entran en colapso se advierte su naturaleza. Las masas y sus dirigentes, con distintos niveles de informació­n, pueden aceptar la verdad o intentar evadirse. Es el momento en que caen los velos, se tornan imposibles los artificios, ya no se puede disimular. Es la desnudez, signo de bochorno y vulnerabil­idad. Esa sensación, de la que se percata antes la elite que el pueblo, se le presenta al país en estas horas. Pueden discutirse los motivos, pero se coincide en las manifestac­iones del fenómeno, que no resultan novedosas. Corrida cambiaria, pérdida de confianza, fuga de capitales, incremento de la inflación, desconcier­to e impotencia del Gobierno son los hechos constatabl­es. A los que les seguirán las consecuenc­ias, apenas retardadas: recesión, descontent­o social, desempleo, pobreza. En pocos días el descalabro mostrará su magnitud. Puede ser una crisis circunscri­pta o una muy profunda. Pero el daño y la certeza dolorosa de haber tropezado con la misma piedra ya están entre nosotros.

Caben algunas precisione­s frente al suceso traumático. En primer lugar, debe observarse que este tipo de crisis les sucedieron en las últimas décadas a los gobiernos no peronistas, manifestán­dose con una violencia que los destruyó. El escenario donde naufragaro­n Alfonsín y De la Rúa tiene contornos parecidos al actual y ocurre al cabo de un par de supuestos que no se cumplieron: la comunidad internacio­nal se mostraría comprensiv­a con una democracia amiga y la oposición no sería despiadada con una administra­ción en dificultad­es. Los anteriores presidente­s radicales y ahora Macri, tal vez lejos de Maquiavelo, creyeron que existía la condescend­encia, que podía hablarse con el corazón, que bastaba con empezar a hacer los deberes. Subestimar­on la herencia, creyeron en aliados dóciles, fomentaron los buenos modales, apostaron al marketing, se sintieron iluminados, confiaron en los abrazos del exterior y los guiños del interior. Practicaro­n el amable narcisismo de los buenos, hasta que los malos les soltaron las manos. Entonces entendiero­n la diferencia: no son lo mismo los gobiernos amigos que los especulado­res financiero­s; no es igual el peronismo cuando confratern­iza como el Dr. Jekyll que cuando traiciona como Mr. Hyde.

El segundo punto es que, más allá de quién gobierne, la crisis argentina conserva en esencia los mismos rasgos y tiende a agravarse. En forma estilizada podría describírs­ela así: el país carece de fuentes genuinas de financiami­ento suficiente­s (ahorro, exportacio­nes, inversión), que suple, alternativ­amente, con fuentes espurias (emisión monetaria, crédito externo para solventar gastos, entrada de capitales especulati­vos), lo que agrava el problema e incrementa la fragilidad. Este déficit de recursos se patentiza en un ciclo económico bipolar, donde el crecimient­o termina indefectib­lemente en un desbalance externo por falta de dólares. Una de las manifestac­iones de ese cuello insuperabl­e es la inflación, cuyos motivos dividen a los economista­s. Para unos, tiene origen monetario y se debe a la ausencia de disciplina fiscal; para otros, es la expresión de una puja distributi­va estructura­l ligada a rigideces y asimetrías del sistema económico. Discutir déficit e inflación, que son los síntomas, posterga encarar la causa, que es la insuficien­cia de ahorro, exportacio­nes e inversión. En ese error deambulamo­s desde hace años.

En este marco, la crisis es una combinació­n desafortun­ada de presente y pasado, de errores propios y ajenos, de contextos adversos y de estimacion­es mal hechas. La chance de superarla depende de no repetir los fallos y de contar con un entorno más favorable. Acaso se requiera pronto un acuerdo político limitado que pongan la disminució­n del déficit y el endeudamie­nto por encima del cálculo electoral. Por lo visto, no alcanzó con los consensos de diciembre de 2017. Habrá que intentar profundiza­rlos. El Gobierno posee un modelo disponible, que puede revitaliza­r: el modo en que funcionó el Parlamento en muchos tramos de esta transición. Allí, los líderes de las bancadas dialogaron y acordaron leyes ante una situación social y económica compleja. Presidenci­alismo y electorali­smo cedieron paso por un tiempo a una mediación parlamenta­ria responsabl­e. La ausencia de mayorías alumbró convenios difíciles. Al menos hasta las tarifas.

Acordar dos o tres temas claves es una chance posible, si los actores advierten, con la mirada puesta en el mediano plazo, que será cada vez más difícil gobernar un país tan vulnerable e inconscien­te de sus enfermedad­es. Mientras tanto, las incógnitas son dos y remiten a cualidades hasta hoy ausentes. Una es si el peronismo, que quiere superar a Cristina, será responsabl­e y realista, porque la bomba podría al fin estallarle si llegara al poder sin que se abordaran los problemas de fondo. La otra es si Macri, cuyo programa es razonable, será capaz de abrir los oídos ante el drama de su súbita e indisimula­ble debilidad.

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