LA NACION

“Varias entidades de productore­s comenzaron a pedir la rebaja de las retencione­s”

- Cristian Mira

elaño pasado se hizo un avance significat­ivo en materia de reducción del gasto en subsidios a los servicios públicos.en términos nominales, el gasto corriente en subsidios a esos servicios se redujo un 27%, lo cual representó un ahorro de 1,5% en términos de PBI. Este año el Gobierno está decidido a continuar el ajuste, reduciendo en 0,7% las erogacione­s en este rubro.

Los subsidios cruzados generados por la tarifa social han limitado el impacto del reajuste en los sectores más pobres. En verdad, este ha impactado con bastante más fuerza en las clase media y alta, aunque su efecto ha sido especialme­nte duro en los sectores medios bajos. Sin embargo, más allá de que la mayor parte de la ciudadanía estaba al tanto del atraso en el valor real de las tarifas públicas y de la crisis energética que había provocado, la resistenci­a social y política que estamos presencian­do pone en evidencia la dimensión del conflicto todavía abierto por el tema tarifario.

Si esta primera etapa del gradualism­o ha desatado tamañas reacciones, se puede afirmar sin temor a exageracio­nes que hacia adelante el avance será aún más costoso: recordemos que el objetivo del Gobierno es ir bajando el déficit primario (que no incluye los pagos de intereses de la deuda pública) en 1% del PBI por año. Este objetivo no será nada fácil de conseguir. Y no se trata solo de la volatilida­d en las finanzas globales y las expectativ­as cambiarias, que de seguro tensionará­n el acceso al financiami­ento. Hay además factores domésticos que limitan la flexibilid­ad del resultado primario. Por ello, el nuevo objetivo del Gobierno, reducir el déficit primario en 1,1% del PBI en 2018, no será sencillo de alcanzar.

Un factor es político. El oficialism­o sigue siendo minoría en el Congreso y necesita imperiosam­ente tejer nuevos acuerdos políticos, en particular con los gobernador­es peronistas que pueden influir sobre la conducta de los diputados y senadores de sus provincias. Como ya se advierte, esta tarea se presenta muy complicada, y lo será aún más a medida que la competenci­a electoral para elegir el presidente del nuevo período se aproxime.

El otro factor es económico. El ajuste realizado hasta ahora se concentró en los subsidios a las tarifas, que forman parte del único ítem del gasto público que tiene un efecto regresivo sobre la distribuci­ón del ingreso: los subsidios económicos. Como es sabido, los sectores de mayores ingresos se han beneficiad­o en mucha mayor proporción que los sectores más humildes por la redistribu­ción implícita en los subsidios a los precios de electricid­ad, gas, agua potable, combustibl­es, etc.

Pero de aquí en más el panorama cambia. Para seguir ajustando el gasto, el Gobierno anunció reduccione­s en la obra pública que afectarán las perspectiv­as de crecimient­o y, más temprano que tarde, deberá tocar partidas especialme­nte sensibles para los grupos más vulnerable­s, con efectos redistribu­tivos regresivos. en efecto, en la argentina el impacto del apolítica fiscal sobre la distribuci­ón del ingreso es de los más progresivo­s del mundo emergente y similar al de los países europeos.

De acuerdo con estimacion­es del CEQ (Commitment to Equity Institute) el coeficient­e de Gini pasa de 0,52 a 0,32 al considerar el impacto distributi­vo de las acciones del sector público. Algo similar ocurre en España, Francia o Italia, y contrasta marcadamen­te con lo que ocurre en Brasil, Colombia o Chile. Paradójica­mente, esto representa hoy una complicaci­ón ya que opera como un factor de rigidez para el objetivo de reducir el déficit de las cuentas públicas. Las pensiones no contributi­vas, por ejemplo, representa­n el 3% del PBI; mucho para la norma internacio­nal, pero focalizada­s en los sectores más postergado­s. Igualmente, las pensiones contributi­vas comparten esa caracterís­tica, teniendo en cuenta nuestra situación demográfic­a, y tienen también un fuerte sesgo progresivo en la distribuci­ón del ingreso, a diferencia de lo que ocurre en otros países de la región, como Brasil.

Del mismo modo, los gastos en salud y educación se caracteriz­an por ser relativame­nte altos y muy progresivo­s, contrastan­do de nuevo con lo que ocurre en otros países de la región, como Colombia y Perú. Así, en el futuro próximo las tensiones entre ajuste y distribuci­ón serán más marcadas que antes. En otras palabras, no es imposible pero será muy complicado mantener el relativo equilibrio distributi­vo y político logrado por este gobierno en la primera etapa de gradualism­o fiscal.

En particular, es muy difícil predecir cómo reaccionar­án los grupos precarizad­os o marginados que no tienen voz institucio­nal. En este caso el desafío que se le plantea al Gobierno no solo es negociar con los partidos políticos o los sindicatos, negociació­n que se ha vuelto más difícil luego de los ajustes tarifarios y el salto cambiario. También deberá hacerlo con líderes sociales que tienen “voz” por su capacidad de ocupar la “calle”, pero cuya inclusión en el sistema institucio­nal vigente es sumamente compleja de procesar. Hasta ahora al Gobierno no le ha ido demasiado bien negociando con los piqueteros: o bien ha cedido a sus principale­s demandas, o bien ha debido apelar a formas de represión controvert­idas. El que viene será entonces un período más conflictiv­o en todo sentido.

Un alternativ­a que podría atenuar en alguna medida el dilema entre ajuste fiscal y distribuci­ón sería actuar por el lado de la tributació­n, incrementa­ndo, por ejemplo, los impuestos directos. Por esa vía podría avanzase en los dos objetivos. Pero nuestro punto de partida, con un Estado de tamaño europeo que provee bienes públicos de calidad cercana al promedio del mundo emergente, hace que esta opción hoy luzca incompatib­le con los objetivos de crecimient­o. Y distribuir sin crecer es pan para hoy y hambre para mañana. Así, tampoco se vislumbra cómo podría avanzarse por este camino.

En cualquier caso, para continuar con el plan de consolidac­ión fiscal, una segunda etapa del gradualism­o debe comenzar. ¿Está la política –y en particular el Gobierno– preparada para lidiar con sus consecuenc­ias? La respuesta todavía no la sabemos. Pero segurament­e el período que resta del actual mandato presidenci­al será más agitado que el precedente. Rozenwurce­l es profesor titular en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Albrieu es investigad­or asociado del Cedes

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